Definiendo el futuro

Definiendo el futuro

Los jóvenes llegan a tientas a la universidad.

14 Marzo 2004
Por Nora Lía Jabif

La palabra tiene un sesgo religioso, pero se aplica también a la hora de elegir una carrera universitaria que, en estos tiempos inciertos, es más una apuesta de fe que una elección racional. Indica el diccionario que "vocación" (del latín "vocare") significa "alguien me está llamando". Una definición ajustada si se trata de indagar por qué los chicos eligen las carreras que eligen. ¿Qué llama, por ejemplo, a los 1.000 inscriptos en la flamante carrera de Ciencias de la Comunicación, cuando integramos una sociedad en la que la mayoría de los jóvenes está entrenada para interpretar la realidad haciendo zapping y no lee ni la guía telefónica? La misma pregunta vale cuando indagamos por qué eligen Ciencias Políticas, en estos tiempos de escasa participación juvenil en la escena pública. El interrogante es el mismo ante los casi 3.000 inscriptos en Derecho, o los 1.500 en Psicología, o los casi 1.000 en Medicina. Y vale preguntarse por qué tantos quieren ser cocineros y catadores de vinos finos. A riesgo de ensayar respuestas arbitrarias, cuando de elegir carrera se trata, flota entre los jóvenes, como una especie de sello generacional, cierto espíritu "televisivo y fashion".
Por eso, y de vuelta a la etimología de la palabra "vocación", sería interesante conocer qué es lo que está llamando a cada adolescente cuando se inscribe en la universidad. No hay que entrenar demasiado "la escucha" (flores robadas al diccionario de los psicoanalistas) para concluir que, en muchos casos, detrás de una opción universitaria hay o hubo un/a profesor/a del secundario que cumplió con su misión docente.
El viernes, un grupo de chicos del Colegio Nacional, que rindió el ingreso a la carrera de médico Veterinario, contaba que detrás de su elección había buenas profesoras del secundario en Química y en Matemáticas. En los cursos de ingreso a la Facultad de Ciencias Exactas de la UNT (cuya matrícula ha bajado), cuando los docentes que los reciben en la ambientación les preguntan por qué eligieron alguna de esas carreras, el 80% responde que porque tuvo un buen profesor de Física o de Matemáticas. En otras palabras, la vocación de los jóvenes, que en parte es el destino de esos chicos, está sujeta a la necesidad de que haya docentes buenos y que estimulen a sus estudiantes. Aunque es una situación digna de elogio, ese dato no basta, y habla de la debilidad de un sistema educativo en el que los adolescentes sólo estudian Física y Matemáticas hasta tercer año. Un ingresante a la carrera de Agronomía lo decía en estos términos: "hace dos años que no veíamos esas materias. El secundario, como está estructurado, nos ha hecho perder el hábito del estudio". El rector del Colegio Nacional, Ismael Rahman, dijo lo mismo, y responsabilizó parcialmente a los padres de fomentar ese facilismo. Hace quince días, el Ministerio de Educación de la Nación lanzó un plan de becas para estudiantes en universidades nacionales de carreras que, desde la óptica oficial, son estratégicas para el desarrollo productivo del país, y destacó que hasta ahora hubo más alumnos en carreras ligadas a las ciencias sociales, en desmedro de las llamadas "ciencias duras".
Una visión "impresionista" del problema podría indicarnos que la respuesta está en esta tendencia al "facilismo" que cunde entre los más jóvenes. Sin embargo -y por suerte-, la realidad ofrece matices. Y es seguro que detrás de las nuevas elecciones o vocaciones profesionales hay variables que escapan a la mirada ligera de la crónica periodística. Por ejemplo, la necesidad de cursar estudios cortos, en un escenario universitario que muestra carreras cuyos planes de estudios no han sido reformados desde 1963. No todo es gris. Esta cronista recuerda el testimonio de Natalia Sánchez, la chica de Santa Ana que quiere ser agrónoma para devolverle a su pueblo natal la vida perdida. O el testimonio de Juan Pablo Farhat, quien quiere ser músico y productor agropecuario. Si hasta ahora el campo funcionó en el imaginario colectivo argentino como "producto del esfuerzo", los chicos agregan a ese sueño una cuota de placer. Y todo lo que se hace con placer, sin quitarle mérito al esfuerzo, arranca con buen pie.

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