27 Septiembre 2009
A 70 años de su muerte ¿qué vigencia tiene Freud?
En una época en la que la aceleración histórica desdibuja las certezas, la ciencia extiende vertiginosamente sus fronteras y un alto porcentaje de la población ingiere sistemáticamente antidepresivos, tranquilizantes y estimulantes. ¿Cuánto de lo que postuló el padre del psicoanálisis influye, o sigue siendo aplicable, en la sociedad actual? Psicólogos, psicoanalistas, un psiquiatra, un filósofo y la bisnieta del propio Sigmund Freud nos ofrecen sus opiniones, que van del rescate de su obra a la relativización y la mirada crítica. Por Luis Hornstein-Para LA GACETA - Buenos Aires.
¿Cuánto de Freud nos queda en nuestras arcas? Lo cual supone que tenemos arcas, además de un mundo asolado por destrucciones y miserias, que tenemos un patrimonio que debemos cuidar. El psicoanálisis es una práctica entre otras, a las que afecta y por las que es afectada. Más que insertar al psicoanálisis en la cultura se trata de dejar de negar que está inserto.
En vida de Freud y después de Freud, el psicoanálisis ha sido atravesado por diversas líneas teóricas y por diversas prácticas clínicas. Un enorme capital acumulado, pero no pasivo sino en permanente inversión productiva, que a veces hace olvidar que, hoy por hoy, los fundamentos son freudianos. Los fundamentos y el disparador. Por eso la lectura de Freud es un paso ineludible para quien aspire a reformular, con los recursos teóricos actualmente disponibles, los innumerables problemas que requieren ser dilucidados. Pero no basta con Freud.
Una lectura histórico-crítica de Freud implica advertir opciones: se relegan aquellos conceptos que se han vuelto impensables desde la racionalidad actual diferenciando entre la historia caduca y la historia constituida por el pasado actual (que define los conceptos aún válidos).
Umberto Eco (1997) ante la pregunta de cómo reflexionar sobre un pensador del pasado, responde: "Tomar en serio todo lo que ha dicho es como para abochornarse. Ha dicho, entre otras cosas, un montón de estupideces. Honestamente: ¿Hay alguien que sienta que vive como si Aristóteles, Platón, Descartes, Kant o Heidegger tuvieran razón en todo y para todo? [...] Cada uno ha tratado de interpretar sus experiencias desde su punto de vista. Ninguno ha dicho la verdad, pero todos nos han enseñado un método de buscar esta verdad. Esto es lo que hay que entender, no si es verdad lo que dijeron, sino si es adecuado el método con el que han tratado de responder a sus interrogantes".
Se dice que el psicoanálisis ya no interesa, que no es contemporáneo. Y otros, en cambio, ni deprimidos ni eufóricos están luchando con los nuevos desafíos clínicos, teóricos y transdisciplinarios. No me canso de contarlo. Una vez apareció en un periódico que Mark Twain había muerto. El escritor, que estaba vivo y con el humor siempre despierto, les mandó un telegrama: Noticia de deceso muy exagerada. Twain no dijo falsa, dijo exagerada. Observen ese matiz.
Científicos, filósofos, etc., todos heredan. En el legado se reciben objetos valiosos y trastos viejos. Se heredan propiedades y hasta empresas. No se trata de administrar un patrimonio sino de ponerlo a producir. Para lo cual, en la vida y en la teoría, hay que abandonar la fascinación. "La idea de herencia implica no solo reafirmación y doble exhortación, sino a cada instante, en un contexto diferente, un filtrado, una elección, una estrategia. Un heredero no es solamente alguien que recibe, es alguien que escoge y que se pone a prueba decidiendo" (Derrida). Somos herederos, pero no herederos del gran hombre sino de su obra. Trabajemos la obra de Freud definiendo sus condiciones de posibilidad, sus principios, sus métodos, desentrañando su idiosincrasia teórica, histórica y pragmática, dando cuenta de sus fuentes, sus referencias conceptuales, sus fundamentos y sus finalidades.
¿No serán viejos nuestros paradigmas?
Todo saber, en tanto deviene saber instituido, porta el germen de su propia esclerosidad. Una historización y actualización de los fundamentos para problematizarlos y renovarlos hace que lo instituyente (Castoriadis) repercuta sobre la práctica y que ésta vuelva a actuar sobre los fundamentos. El riesgo del fundamentalismo está siempre allí. Cuando Freud deja de ser una referencia al origen para ser un punto de llegada, se convierte en una identificación cristalizada, dando lugar a tantas ortodoxias coaguladas. Por el contrario, Freud y su obra deben constituir una identificación fundante que remita a una filiación simbólica.
No nos resignemos a ser alelados discípulos crónicos. Ni a deponer el entusiasmo, la pasión. Hay pasión cuando nos identificamos con ese Freud dispuesto a cuestionar lo dado, nunca sentado en los laureles. En cambio, si nos dejamos achatar por el gran hombre, la curiosidad será reemplazada por la idealización. El deseo de no tener que pensar convierte al pensamiento en ecolalia.
Un psicoanalista vivo es una trayectoria. Día a día procesa sus lecturas, su experiencia clínica, su propio análisis, su participación en diversos colectivos. Va complejizando su escucha, jaqueada por una teorización insuficiente o tan consciente, tan sistemática, que dejara de flotar. La teorización insuficiente a veces orilla el espontaneísmo, que no es espontaneidad sino lo contrario: una conducta previsible, no menos rígida que la teoricista.
¿Estamos actualizados o seguimos como si el mundo no hubiera cambiado?¿Cómo es hoy nuestra subjetividad? ¿Un mecanismo de relojería, como lo era en el siglo XVIII? ¿Una entidad orgánica, como en el XX? No. Hoy la metáfora para nuestra subjetividad es un flujo turbulento.
Fundamentarse en Freud no es garantizarse en Freud ni menos que menos atarse a él. Hoy estamos obligados a pensar el psicoanálisis, con la física, la biología, las neurociencias, las ciencias sociales, la epistemología de hoy. No con las de Freud.
El psicoanálisis no nació aislado. Ni se consolidó haciendo oídos sordos a su época. Y ahora, en que se advierten signos de agotamiento del discurso psicoanalítico, por lo menos de ese psicoanálisis anquilosado que se quiso sentar en sus laureles, ahora, decía, el intercambio es más necesario que nunca.
No le escapo al diálogo. Le escapo al reduccionismo, es decir a la simplificación excesiva en el abordaje de un tema complejo. A los reduccionismos, porque cada disciplina tiene el suyo. Para la ideología reduccionista en biología (biologicismo) las problemáticas psíquicas serían consecuencia de la constitución genética. Se les niega cualquier papel a las problemáticas psíquicas, sociales, históricas. La ideología reduccionista en psicología (psicologismo), a su turno, hace oídos sordos a los aspectos biológicos, a los socio-históricos y al cuerpo. El sociologismo no considera casi la historia individual y familiar.
Los psicofármacos
Es cierto que la bioquímica puede aliviar ciertos padecimientos. Pero la industria farmacéutica suele presentar a los psicofármacos como la mejora para toda psicopatología. Y la clínica no puede estar en manos de una industria. Incluso cuando se dice que el cerebro es un sistema químico hay que aclarar que es un sistema químico complejo. Y así entendemos los desequilibrios neuroquímicos presentes, debido a la acción conjunta, y difícilmente deslindable, de la herencia, la situación personal, la historia, los conflictos neuróticos y humanos, la enfermedad corporal, las condiciones histórico-sociales, las vivencias, los hábitos y el funcionamiento del organismo.
El trabajo de filiación implica abrir un futuro al pasado, oponiendo un olvido pasivo al olvido activo. El pasivo es el de los fundamentos. Perpetúa todo lo que tiene un valor de origen. El olvido activo es lo que Nietzsche denominó la fuerza del olvido. Ese "hacer lugar a lo nuevo" cumple una función liberadora, evitando la parálisis debido al exceso de memoria.
© LA GACETA
Luis Hornstein - Médico psicoanalista, Premio Konex
de Platino en Psicoanálisis (década 1996-2006).
Sus últimos libros son "Narcisismo; Intersubjetividad y
Clínica"; "Proyecto terapéutico" (comp.); y "Las depresiones"
(todos de editorial Paidós).
En vida de Freud y después de Freud, el psicoanálisis ha sido atravesado por diversas líneas teóricas y por diversas prácticas clínicas. Un enorme capital acumulado, pero no pasivo sino en permanente inversión productiva, que a veces hace olvidar que, hoy por hoy, los fundamentos son freudianos. Los fundamentos y el disparador. Por eso la lectura de Freud es un paso ineludible para quien aspire a reformular, con los recursos teóricos actualmente disponibles, los innumerables problemas que requieren ser dilucidados. Pero no basta con Freud.
Una lectura histórico-crítica de Freud implica advertir opciones: se relegan aquellos conceptos que se han vuelto impensables desde la racionalidad actual diferenciando entre la historia caduca y la historia constituida por el pasado actual (que define los conceptos aún válidos).
Umberto Eco (1997) ante la pregunta de cómo reflexionar sobre un pensador del pasado, responde: "Tomar en serio todo lo que ha dicho es como para abochornarse. Ha dicho, entre otras cosas, un montón de estupideces. Honestamente: ¿Hay alguien que sienta que vive como si Aristóteles, Platón, Descartes, Kant o Heidegger tuvieran razón en todo y para todo? [...] Cada uno ha tratado de interpretar sus experiencias desde su punto de vista. Ninguno ha dicho la verdad, pero todos nos han enseñado un método de buscar esta verdad. Esto es lo que hay que entender, no si es verdad lo que dijeron, sino si es adecuado el método con el que han tratado de responder a sus interrogantes".
Se dice que el psicoanálisis ya no interesa, que no es contemporáneo. Y otros, en cambio, ni deprimidos ni eufóricos están luchando con los nuevos desafíos clínicos, teóricos y transdisciplinarios. No me canso de contarlo. Una vez apareció en un periódico que Mark Twain había muerto. El escritor, que estaba vivo y con el humor siempre despierto, les mandó un telegrama: Noticia de deceso muy exagerada. Twain no dijo falsa, dijo exagerada. Observen ese matiz.
Científicos, filósofos, etc., todos heredan. En el legado se reciben objetos valiosos y trastos viejos. Se heredan propiedades y hasta empresas. No se trata de administrar un patrimonio sino de ponerlo a producir. Para lo cual, en la vida y en la teoría, hay que abandonar la fascinación. "La idea de herencia implica no solo reafirmación y doble exhortación, sino a cada instante, en un contexto diferente, un filtrado, una elección, una estrategia. Un heredero no es solamente alguien que recibe, es alguien que escoge y que se pone a prueba decidiendo" (Derrida). Somos herederos, pero no herederos del gran hombre sino de su obra. Trabajemos la obra de Freud definiendo sus condiciones de posibilidad, sus principios, sus métodos, desentrañando su idiosincrasia teórica, histórica y pragmática, dando cuenta de sus fuentes, sus referencias conceptuales, sus fundamentos y sus finalidades.
¿No serán viejos nuestros paradigmas?
Todo saber, en tanto deviene saber instituido, porta el germen de su propia esclerosidad. Una historización y actualización de los fundamentos para problematizarlos y renovarlos hace que lo instituyente (Castoriadis) repercuta sobre la práctica y que ésta vuelva a actuar sobre los fundamentos. El riesgo del fundamentalismo está siempre allí. Cuando Freud deja de ser una referencia al origen para ser un punto de llegada, se convierte en una identificación cristalizada, dando lugar a tantas ortodoxias coaguladas. Por el contrario, Freud y su obra deben constituir una identificación fundante que remita a una filiación simbólica.
No nos resignemos a ser alelados discípulos crónicos. Ni a deponer el entusiasmo, la pasión. Hay pasión cuando nos identificamos con ese Freud dispuesto a cuestionar lo dado, nunca sentado en los laureles. En cambio, si nos dejamos achatar por el gran hombre, la curiosidad será reemplazada por la idealización. El deseo de no tener que pensar convierte al pensamiento en ecolalia.
Un psicoanalista vivo es una trayectoria. Día a día procesa sus lecturas, su experiencia clínica, su propio análisis, su participación en diversos colectivos. Va complejizando su escucha, jaqueada por una teorización insuficiente o tan consciente, tan sistemática, que dejara de flotar. La teorización insuficiente a veces orilla el espontaneísmo, que no es espontaneidad sino lo contrario: una conducta previsible, no menos rígida que la teoricista.
¿Estamos actualizados o seguimos como si el mundo no hubiera cambiado?¿Cómo es hoy nuestra subjetividad? ¿Un mecanismo de relojería, como lo era en el siglo XVIII? ¿Una entidad orgánica, como en el XX? No. Hoy la metáfora para nuestra subjetividad es un flujo turbulento.
Fundamentarse en Freud no es garantizarse en Freud ni menos que menos atarse a él. Hoy estamos obligados a pensar el psicoanálisis, con la física, la biología, las neurociencias, las ciencias sociales, la epistemología de hoy. No con las de Freud.
El psicoanálisis no nació aislado. Ni se consolidó haciendo oídos sordos a su época. Y ahora, en que se advierten signos de agotamiento del discurso psicoanalítico, por lo menos de ese psicoanálisis anquilosado que se quiso sentar en sus laureles, ahora, decía, el intercambio es más necesario que nunca.
No le escapo al diálogo. Le escapo al reduccionismo, es decir a la simplificación excesiva en el abordaje de un tema complejo. A los reduccionismos, porque cada disciplina tiene el suyo. Para la ideología reduccionista en biología (biologicismo) las problemáticas psíquicas serían consecuencia de la constitución genética. Se les niega cualquier papel a las problemáticas psíquicas, sociales, históricas. La ideología reduccionista en psicología (psicologismo), a su turno, hace oídos sordos a los aspectos biológicos, a los socio-históricos y al cuerpo. El sociologismo no considera casi la historia individual y familiar.
Los psicofármacos
Es cierto que la bioquímica puede aliviar ciertos padecimientos. Pero la industria farmacéutica suele presentar a los psicofármacos como la mejora para toda psicopatología. Y la clínica no puede estar en manos de una industria. Incluso cuando se dice que el cerebro es un sistema químico hay que aclarar que es un sistema químico complejo. Y así entendemos los desequilibrios neuroquímicos presentes, debido a la acción conjunta, y difícilmente deslindable, de la herencia, la situación personal, la historia, los conflictos neuróticos y humanos, la enfermedad corporal, las condiciones histórico-sociales, las vivencias, los hábitos y el funcionamiento del organismo.
El trabajo de filiación implica abrir un futuro al pasado, oponiendo un olvido pasivo al olvido activo. El pasivo es el de los fundamentos. Perpetúa todo lo que tiene un valor de origen. El olvido activo es lo que Nietzsche denominó la fuerza del olvido. Ese "hacer lugar a lo nuevo" cumple una función liberadora, evitando la parálisis debido al exceso de memoria.
© LA GACETA
Luis Hornstein - Médico psicoanalista, Premio Konex
de Platino en Psicoanálisis (década 1996-2006).
Sus últimos libros son "Narcisismo; Intersubjetividad y
Clínica"; "Proyecto terapéutico" (comp.); y "Las depresiones"
(todos de editorial Paidós).
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