Hay palabras y modismos que se incorporan prepotentes al caudal de la lengua, y otras que se extinguen por diferentes razones, fundamentalmente porque todo nace, muere y pasa y porque esa es una ley no sólo del lenguaje, también de la vida.
¿Cuántas palabras incorporaron los bárbaros al latín, que en la baja Edad Media ya no era del todo latín? ¿Cuántas palabras, que aún perduran, volcaron en el caudal de la lengua castellana, los árabes en los ocho siglos de permanencia y convivencia en la Península Ibérica? Traían nuevos elementos, nuevos usos. ¿Cómo designarlos? Dando un gran salto, ¿cuántas palabras incorporaron la tecnología y la informática en el siglo XX? ¿Cuántas cayeron en desuso? ¿Con qué bases de datos nos sorprenderá el siglo XXI? ¿Qué costumbres, qué hechos -buenos y malos- exigirán sus respectivos nombres?
La devaluación de las palabras y de la palabra
En estos últimos cincuenta años, los grandes cambios en diferentes órdenes de la vida han producido hechos sorprendentes. Casi sin advertirlo hemos tenido que escribir RIP al pie de las tumbas léxicas, con difuntos memorables, de muerte inmerecida. Veamos:
Se ha extinguido -¿suicidio o asesinato?, vaya usted a averiguarlo- el verbo cumplir: ya no tiene sentido, es decir, se ha vaciado -en el uso- de su significación: yo cumplo, vos cumples, él cumple: "Señora, el lunes le traigo el presupuesto ¿qué lunes?, termina uno preguntándose cuando, a las tres o más semanas de espera, no aparecen ni el lunes señalado ni el presupuesto. "El lunes comenzamos la obra" ¿qué lunes? "Esperame a las ocho" (que llegaré a las nueve, si llego). "Mañana te llamo". ¿Olvido o indolencia? "Antes de firmar el traspaso me cortaré las manos". O ningún cirujano quiso hacer la ablación o no se supo de ninguna mutilación voluntaria. Eso sí, se firmó el traspaso. A las palabras se las llevaron los vientos del olvido, dejando como lastre un buen caudal de vergüenza ajena y de desconfianza generalizada. No se cumplió; al contrario, se incumplió.
"Yo estoy con los jubilados. Tengan la seguridad de que pueden contar conmigo" (siempre y cuando no se trate de regularizarles los sueldos como manda la ley). Pero ¿se cumple la ley? ¡Caramba! El verbo cumplir ha fenecido. ("¿Juráis por Dios y estos santos evangelios cumplir y hacer cumplir?" etc.?) ¡Qué paradoja!
Estas cosas están asociadas a la memoria y a su pareja, el olvido, por no decir, en algunos casos, a la irresponsabilidad y a la desaprensión en el manejo de la palabra.
En algunas enfermedades, las células malignas avanzan sobre las benignas, las destruyen y ocupan su espacio. Así suele ocurrir con algunas palabras; tal, el caso del verbo cumplir, o del sustantivo, o del adjetivo, semánticamente vaciados por completo y reemplazados por su contraparte, incumplir, incumplimiento, incumplido, que viven y reinan olímpicamente en la actualidad.
Paralela a la extinción de este verbo, se ha extinguido toda su línea sanguínea, aun la remota. ¿Quién dice hoy "le doy mi palabra de honor", "empeño mi palabra"?. Pero ¿de dónde salen estas antiguallas? Para nuestros mayores eran sagradas, pero claro, eran otros tiempos, con otros valores. Mejor que vuelvan al arcón de la abuela o descansen en paz en un mausoleo deteriorado por el tiempo, porque aquí ya no hay espacio para términos venidos a menos, extinguidos como los mausoleos o como la lanzadera.
Sin embargo, hay términos y expresiones empecinados en permanecer aunque para ello deban ponerse en funcionamiento algunos recursos especiales: disfraz, maquillaje, lifting, cambio de look.
En algunos casos, como paliativo, o como placebo, se lo ha reemplazado con una paráfrasis: "yo trato de cumplir" (sólo los perros verdes cumplimos a rajatabla, llueva o truena o caigan rayos) o "Veré si podemos cumplir". De ahí a que se cumpla, hay un largo espacio. Total, ya se salió del paso.En el territorio de la política, casi siempre escabroso y lleno de baches, este fenómeno del vaciamiento es corriente y viejo como el tiempo. Echemos un vistazo desde aquí para atrás. ¿Cuántos cumplen con los planes ideados para paliar la desocupación? ¿Quién se encarga de hacerlos cumplir? ¿Estos planes son nuevos, una invención genial que incentiva el consumo y soluciona la miseria? "A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos", dijo Borges. Y qué cierto. Volvamos al vistazo.
La lección de Justiniano
El emperador Justiniano se casó con Teodora (bellísima, había sido actriz y cortesana, mujer de una voluntad de hierro, que a su sombra dejó una labor prodigiosa) pero no viene al caso sino de refilón, por esto de las analogías.
Corría el siglo IV. Bizancio, heredera de Roma, crecía desmesuradamente tanto en lo económico como en lo político. Situada en el lugar más estratégico imaginable (la costa oeste del Bósforo, el estrecho que separa Europa de Asia), se convirtió en el faro que atraía a cuanto buscavida, vividor o vagabundo circulaba por el orbe, a campesinos empobrecidos que se volcaban a la ciudad en busca de trabajo. La miseria -en contraste con la enorme riqueza de unos pocos- reinaba en la ciudad. Justiniano ideó un plan para luchar contra la pobreza, la desocupación y el hambre: construir, construir, construir. Pero no eliminó la vagancia: había muchos que se hacían mantener por el Estado, pero no cumplían con los decretos que los obligaban a ganarse el pan, trabajando. Los hechos se repiten. En sus cimientos reposan los verbos cumplir e incumplir.
Justiniano levantó un censo e hizo echar de la ciudad a los que no cumplían, o les suprimió los subsidios. Aquí, ¿quién pondrá el cúmplase? ¿Cómo podemos hacer para resucitar a este verbo muerto y ponerlo nuevamente en vigencia? ¿O tendremos que aprender a conjugar algunos verbos sólo en pasado? (c) LA GACETA