10 Mayo 2007
Comenzó hace un año. A las 4 de la mañana se cierran bares y boliches, y los noctámbulos son enviados a la calle. Así lo establece la Ley. Fue una respuesta poco analizada, y nada consensuada, al clamor de la gente por seguridad. Fue una respuesta del tipo “tenemos que hacer algo”. ¿Aumentó la seguridad? Los funcionarios dicen que sí, los medios dicen que no. La sensación de la gente ratifica a los medios.
Entonces, ¿quién ganó? Al parecer, nadie. Los jóvenes y sobre todo las jóvenes que antes volvían a sus casas de día, ahora deben hacerlo de noche cerrada. El transporte público es escaso e incierto. Las madres no duermen hasta que sus hijos, y sobre todo sus hijas, regresan al nido. También ocurre que el padre protector vaya a esperarlas. Los turistas se asombran y se enojan. Los empresarios de la diversión nocturna y los que trabajan en ella se quejan.
“Dura es la ley, pero es la ley”, asegura el viejo dicho latino. Sin embargo, sabemos que existen leyes injustas, inútiles, interesadas, no equitativas y hasta perjudiciales. No tienen como objetivo el “bien común” que mencionaba Santo Tomás de Aquino.
La ley que comentamos quiso el bien común, pero al parecer no cambió nada, y sabemos, aunque no haya estadísticas, que es resistida. ¿Decidirán nuestros legisladores dejarla sin efecto para que nuestros hijos vuelvan de día a sus hogares? ¿O tendrá que movilizarse la sociedad civil como pedía Henry Thoreau?
Probablemente no ocurrirá ninguna de las dos cosas. Para decir “me equivoqué” hay que ser valiente. Y para decirlo desde la función pública hay que ser heroico.
La sociedad tucumana, por su parte, no muestra mucha iniciativa opositora. Así seguirán las cosas, con la tenacidad del hecho consumado. No será posible, entonces -aunque la gente diga que la seguridad no ha mejorado- que los jóvenes permanezcan seguros bajo techo, que salgan a la calle cuando la luz del día permite ver y cuando ya circulan ómnibus, taxis y remises en pleno.
Entonces, ¿quién ganó? Al parecer, nadie. Los jóvenes y sobre todo las jóvenes que antes volvían a sus casas de día, ahora deben hacerlo de noche cerrada. El transporte público es escaso e incierto. Las madres no duermen hasta que sus hijos, y sobre todo sus hijas, regresan al nido. También ocurre que el padre protector vaya a esperarlas. Los turistas se asombran y se enojan. Los empresarios de la diversión nocturna y los que trabajan en ella se quejan.
“Dura es la ley, pero es la ley”, asegura el viejo dicho latino. Sin embargo, sabemos que existen leyes injustas, inútiles, interesadas, no equitativas y hasta perjudiciales. No tienen como objetivo el “bien común” que mencionaba Santo Tomás de Aquino.
La ley que comentamos quiso el bien común, pero al parecer no cambió nada, y sabemos, aunque no haya estadísticas, que es resistida. ¿Decidirán nuestros legisladores dejarla sin efecto para que nuestros hijos vuelvan de día a sus hogares? ¿O tendrá que movilizarse la sociedad civil como pedía Henry Thoreau?
Probablemente no ocurrirá ninguna de las dos cosas. Para decir “me equivoqué” hay que ser valiente. Y para decirlo desde la función pública hay que ser heroico.
La sociedad tucumana, por su parte, no muestra mucha iniciativa opositora. Así seguirán las cosas, con la tenacidad del hecho consumado. No será posible, entonces -aunque la gente diga que la seguridad no ha mejorado- que los jóvenes permanezcan seguros bajo techo, que salgan a la calle cuando la luz del día permite ver y cuando ya circulan ómnibus, taxis y remises en pleno.
Lo más popular