10 Mayo 2007

La otra pata de la idea fue que los jóvenes pudieran estar con sus familias más tiempo. Tal vez surtió efecto, y muchos ahora almuerzan los domingos con los suyos.
La clave está en la forma. ¿Es válido cambiar las costumbres de una sociedad a la fuerza? Porque si los chicos no estaban con sus familias era, en parte, porque la contención no era suficiente, y ya encontrarán (si no lo hicieron aún) la forma zafar. O seguirán como siempre, compartiendo parte de su tiempo libre.
Si el Estado, del que todos formamos parte, no puede garantizar la seguridad, ¿puede coartar el derecho de elegir a qué hora acostarse? El gobernador dijo recientemente que hay 400 delincuentes identificados que andan libremente por Tucumán. ¿Por eso los ciudadanos deben permanecer encerrados y en cama? ¿Ese es el motivo por el que los fines de semana, a las 4, las zonas de boliches se llenan de patrulleros y policías, y a dos cuadras la soledad y la oscuridad de las calles se vuelven una boca de lobo? ¿No sería más lógico trabajar sobre la gente que perturba la tranquilidad?
¿Qué hace el Estado para contener a los jóvenes que pretende resguardar? No hay campañas de difusión ni actividades que apunten a contenerlos desde la creatividad y la producción.
No es muy democrático decretar cómo deben vivir y divertirse los ciudadanos, y establecer un estado de sitio tampoco parece ser la solución de problemas como el de la inseguridad, que sigue tan caliente como siempre.
Es más fácil prohibir y restringir que enseñar a optar y permitir que, dentro de ciertas normas razonables, cada uno viva su vida como crea conveniente. ¿Será tan peligroso que la gente pueda optar en libertad?
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