En tiempos de negociaciones de un nuevo programa con el Fondo Monetario Internacional y cuando el Gobierno nacional intenta encarrilar la situación económica del país, la Argentina necesita trazar un horizonte previsible para volver al camino del crecimiento, en medio de una pandemia que ha profundizado el problema. Así lo sostiene el analista político Sergio Berensztein, que acota que la política no debe concentrarse tan sólo en el corto plazo, sino en el país que dejará a las próximas generaciones.
El politólogo, recientemente llegado de Estados Unidos, presentó su libro “La primera revuelta fiscal de la historia”, la 125 y el conflicto con el campo, escrito con María Elisa Peirano, en el marco de la octava edición del Foro Económico del NOA virtual, organizado por la Fundación Federalismo y Libertad. Según su criterio, es ridículo pensar en un programa sustentable de país si el objetivo es ganar la próxima elección. Sin embargo, reconocer que es difícil gobernar una nación cuando tenés 200 millones de problemas y pensar cómo apagar el próximo incendio. “No podés pedirle a esa persona, que está en medio de la trinchera, que lo haga. Pero sí deberían otros estar mirando la estrategia a futuro, más allá del próximo turno electoral, de la próxima competencia en las urnas”, puntualiza. “La Argentina necesita un plan de estabilización y la política también, porque sino sólo administra pobreza en un marco de improvisación permanente”, añade. En ese marco, se pregunta: “¿algún político puede sentirse bien administrando mediocridad? La respuesta es no, porque no disfrutaría de su trabajo, me parece”.
Una de las raíces del problema, según el consultor, es que en la Argentina la política funciona muy mal, porque los partidos no canalizan correctamente las demandas de los ciudadanos y de allí el descontento que se manifiesta en las calles. “Casi siempre el Estado es parte del problema y no de la solución; son pocas las cosas que se solucionan y, generalmente, tienden a postergarse o a subsidiarse”, plantea. Y agrega: “un caso participar es la inflación, que no puede solucionarse, cuando ya es un problema superado en países desarrollados y en el mundo emergente también. Pero aparecen casos ridículos como el de Venezuela o Argentina, que tienen una inflación elevada, pero no tienen moneda, cuando en el planeta ya hay 40 textos en varios idiomas y traducidos para aplicar alguna receta”. No aplicarlas –ejemplifica- es como ignorar la penicilina cuando tienes una infección. “Argentina ignora esa penicilina y paga un costo político enorme y por eso la política funciona mal. Ojo, aclaro, la culpa no la tiene la democracia, sino un aparato estatal que difícilmente te solucione con esa tesitura el problema, porque en general, tiende a profundizarlo y esto ocurre tanto en el ámbito nacional, como en los provinciales o en los gobiernos locales”, detalla.
Berensztein insiste con que la Argentina no crece porque no hace nada para alcanzar ese objetivo. “Las cosas no te saldrán bien si no te preparás para eso, si no se planifica, si no se actúa operativamente con criterios razonables”, explica. Las conductas observadas indican que los gobiernos tienden a crecer un año, pero al siguiente caen y así acumulan desequilibrios económicos. Berensztein agrega que en el país no tenemos una moneda confiable, mientras el sistema financiero es chiquito y transaccional. “Además tenemos un Estado que te aumenta la carga tributaria exageradamente y con un gasto público que, lamentablemente, es muy poca calidad. La Argentina gasta mucho y mal en educación y en salud, pero casi nada en ciencia y en tecnología. En infraestructura tenemos algo que se llama Fonavi y, cuando preguntamos cuántas casas se hicieron, la respuesta suele ser no sé, pero hay cuatro millones de hogares que no se construyeron”, acota. Esa cifra, a su entender, es porque el programa no funciona correctamente y porque tampoco hay un mercado hipotecario robusto para atender la demanda, cuando la moneda no es confiable y cuando las reglas de juego para la industria cambian todo el tiempo.
El analista insiste con que, de aquí hasta 2023 la Argentina tiene la posibilidad de diseñar plan de sustentabilidad serio. “Me parece que (el ministro de Economía, Martín) Guzmán, en principio, iría por esa senda, con un presupuesto plurianual que indica que, hasta esa fecha, el país debe llegar al equilibrio fiscal. La anterior gestión habían planteado un presupuesto equilibrado (algunos dirán con contabilidad creativa), con casi medio punto del PBI y hoy estamos casi ocho puntos por debajo”, sostiene. Y continúa: “la pandemia de la covid-19 puede explicarte la mitad de ese resultado negativo, pero el resto corresponde a las macanas típicas de la Argentina, como los subsidios”.
Berensztein, en definitiva, señala que, al cumplirse los 40 años del retorno de la democracia, en 2023, la Argentina puede llegar con ese plan de estabilización, estableciendo criterios consensuados para 10 años de reformas. “Es un horizonte razonable y hay que establecer las bases fundamentales para el despegue, en el marco de una economía moderna, con tecnología y capital humano, con regulaciones adecuadas y con una reforma del Estado que permita a empresas y sociedad civil trabajar en pos de la generación de más empleos en un marco de aumento de la competitividad”, subraya. De esa manera, puede llegarse a 2033, cuando se cumpla medio siglo de aquel retorno de la democracia al país, con una Argentina creciendo a tasas propias de entre el 6% y el 8% como meta, pensando en grande (en un esfuerzo de todos los actores políticos, sociales y económicos), con parámetros de cumplimiento de metas, y no tan sólo en un plan para frenar la locura cambiaria.