La ausencia del Estado se hizo presente

La ausencia del Estado se hizo presente

La Justicia no aparece como un lugar seguro. Las tomas no dan tranquilidad a la propiedad privada. La policía no transmite lo que debería contagiar. El transporte no transporta y la energía se corta. En tanto, Jaldo y Manzur pelean.

El linchamiento del miércoles disparó una perdigonada de reflexiones. Una de las que dio en el blanco advertía que algo debía pasar después de semejante asesinato. Los únicos que no se dieron cuenta de ello fueron el gobernador Juan Manzur y su ex compañero de cruzada Osvaldo Jaldo. El miércoles, temprano, se reunieron ambos. Ya el hecho de que eso ocurriera demostraba que el problema era grave. Después de una hora de sesudos razonamientos resolvieron que el ministro de Seguridad, Claudio Maley, debía seguir en el cargo. No les pareció necesario dar una señal, mostrar que algo cambiaba. Ni siquiera dar una mínima expresión de que la gravedad de los acontecimientos obligaba a mostrar nuevos rumbos que dieran seguridad y confianza a la ciudadanía. Nada de eso ocurrió. “Vos escuchá, después hacemos lo que queremos”, pareciera ser el eslogan que aplicaron. Y, decidieron seguir como si nada pasara hasta que todo pase. Como si fueran dilectos alumnos de su antecesor José Alperovich dejaron entrever que “estaban trabajando fuerte”, aunque no se note.

Los tucumanos empiezan a tener cortes de luz. Se quedan a pie porque los ómnibus no circulan. Los vecinos deciden comportarse como policías y como jueces de sus propios problemas y son espectadores de cómo el palacio de Tribunales va convirtiéndose en una caja de resonancia de la vida política. Mientras todo esto ocurre, el gobernador y el vice desarrollan una gran batalla silenciosa.

Manzur, ahora que es independiente de los reyes alperovichistas, en cinco años de gobierno ha demostrado que presume de hacer cosas, pero es enemigo de la reacción. No quiere reaccionar cuando la adversidad lo acorrala. Es, en ese mismo instante, cuando se pone la capa y la galera de canciller, pero, también se saca el traje de gobernador. Y, al no querer reacción, el gobernador no reacciona. Hoy con el tema de la seguridad parece un gobernador al que le falta reacción y eso se lee como falta de autoridad.

Y, en el marco del duelo eterno con Jaldo, cuando al vicegobernador le preguntan sobre la seguridad, responde como si fuera Maradona jugando con una pelota en una baldosa: “eso es tema del poder Ejecutivo”. Lo que no entiende Jaldo es que si quiere ser gobernador todo lo que le está fallando a Manzur le explotará en la cara cuando esté en el cargo -si llega-, o ahora mismo porque, aunque no le guste, forma parte de un mismo gobierno.

Andar a pie

Ahora que de nuevo se empieza a poner de moda la lluvia, la semana que viene volverán a llover los pesos para que vuelva a funcionar el transporte. Sin embargo, apenas comience noviembre regresará la sequía y una vez más los ómnibus no circularán. Mientras Jaldo y Manzur pelean silenciosamente, el transporte es un problema insoluble que sólo depende del dinero que se mande. Ninguna solución aparece y los empresarios ya se mal acostumbraron y piden más plata.

Pasaje a Buenos Aires

Santiago Yanotti sigue figurando entre las autoridades del Ersept pero a partir de mañana será un importante funcionario nacional en el manejo de la Energía del país. Otro tucumano más se va a la Nación. Esa es una obsesión del gobernador. Cómo si él tuviera un sueño nacional y le conviniera que cuanta más gente tenga en organismos nacionales más saber propio tendrá en el hipotético caso de que sus sueños se hagan realidad. El problema es que los delirios oníricos a veces no dejan ver cuando se está quemando el rancho.

Yanotti llegó al ente contralor con sus libros de Derecho bajo el brazo y muchas ganas de aprender, y ahora desembarca en la Subsecretaría de Coordinación Institucional de Energía de la Nación con la cintura política necesaria y con los conocimientos sobre energía fundamentales para iniciar esta nueva carrera. La Nación también cambió. Es que cuando las papas queman y las arcas quedan vacías, la valoración de la energía es otra. La Nación no tiene un peso y como no tiene un peso se empezaron a dar cuenta de que el costo de la energía no lo puede seguir soportando el Estado como lo está haciendo. Y, cuando se dice Estado es la sociedad en general. Hasta hace unos días el manejo de la energía estaba a cargo del ministro de la Producción Matías Kulfas. Ahora dejó de ser un tema de Producción para pasar a ser de plata, por eso pasó a manos del ministro de Economía Martín Guzmán, quien puso al patagónico Darío Martínez.

Sin plata, sin reservas, en pandemia, con inflación propulsada no por una maquinita sino por una maquinaza infernal, al Gobierno nacional se le empieza a caer el maquillaje. En materia energética no tiene muchas opciones: o se dice la verdad o todo es un descalabro. Y, la verdad es que los subsidios son el principal problema, pero no son los cucos que vendrán por la noche a llevarse a los chicos de las casas.

Los demonios

El lunes pasado volvieron los cortes de energía a Tucumán. Y, al mismo tiempo que se ahogaba un aire acondicionado, salían los fantasmas de siempre: tarifas, subsidios, inversión. Y, se oían las mismas frases: se vienen los cortes programados, el verano va a ser terrible, congelamiento. Y, mientras todo se demoniza la dirigencia política se llena la boca de pobreza y acciona razonamientos sin muchos fundamentos.

Los subsidios al menos en el caso de la energía es un esfuerzo del Estado que utiliza fondos de todos para que todos paguen menos en vez de que paguen menos sólo los que menos tienen. Actualmente cada unidad energética que se compra para distribuir en Tucumán, cuesta 58 dólares el MWH (Mega Watios Hora). Pero como el Estado (los ciudadanos con sus aportes) lo subsidia, las empresas distribuidoras compran a 30 dólares cada MWH. Es decir que usted lector le está subsidiando la mitad a ricos y a pobres, sin distinción. Esa es la primera falacia con la cual se mueve la energía. Eso en dinero contante y sonante son 500 millones de dólares mensuales que incluye lo que algunas distribuidoras no pueden pagar de la energía que compran como consecuencia de los congelamientos. Todo es una locura si se piensa que no es para redistribuir a los que no tienen sino que favorece a adinerados y, obviamente, a aquellos que aún con bolsillos flacos pagan la boleta.

El segundo cortocircuito saca chispas cuando se habla de tarifas y de aumentos de tarifa. En el caso de Tucumán, las tarifas se actualizan cada cinco años. Los ajustes que se producen y se vienen haciendo desde hace casi un lustro se deben a adecuaciones por la inflación. Curiosamente, si no hubiera inflación como ocurrió en el viejo “uno a uno” o como pasa en países que tienen sistemas parecidos, cada año, la boleta de luz nos costaría menos.

La decisión del mes pasado de incrementar un 7% se debió al desfase inflacionario. Lo implementó Yanotti a través del ente regulador que presidía porque no es sólo un defensor del usuario sino del sistema energético. Lo curioso es que ese incremente se puso, se pagó y nadie, ni siquiera los legisladores que estaban al tanto, pusieron el grito en el cielo. Menos aún los usuarios, que pagaron sin chistar. Cabe recordar que en la provincia la gran mayoría de los usuarios pagan una boleta promedio de 1.700 pesos y sólo un 1% supera los 8.000 pesos. Sin embargo, la pelea entre Manzur y Jaldo encontró un justificativo para tratarse como perro y gato. Se dio marcha atrás y se aprobó un congelamiento en la Cámara, el justificativo fueron de nuevo aquellas personas carenciadas que no pueden pagar, pero -de nuevo- que en realidad no son las que se defienden con el congelamiento ni con los subsidios. Por eso en la liviandad de la discusión deberían revisarse aquellos subsidios que pagamos todos y se benefician todos, aún los que no merecen por su capacidad económica y luego sí, apoyar a los que les falta para pagar una boleta. Eso le costaría al Estado (a todos) mucho menos de los 500 millones de dólares mensuales. Y, con lo que sobra se podrían hacer tantas cosas…

Yanotti tal vez tenga esa oportunidad, en este desembarco y en este nuevo desafío. También están los vecinos que tras los cortes del lunes se preguntan: ¿Por qué no cambiar el huso horario? ¿Por qué no aprovechar más las horas del día y adelantar una hora los relojes? ¿Si los países más ricos y ordenados lo hacen todos los años, por qué nosotros no? Los que saben dirán que las horas de consumo que dañan el sistema los días de calor son entre las 13 y las 14 y luego a la noche cuando los aire acondicionados funcionan a pleno, por lo tanto el cambio de hora para que “amanezca más temprano” no disminuiría este consumo. Según informes de 2001 y de 2008 cuando se estudió adelantar una hora, el ahorro calculado rondaba entre el 0,4 y el 0,8%. Sin embargo, tal vez sea un tema para debatir y para sincerarse y no seguir envuelto en falsas discusiones, sin argumentos que le cuestan demasiado al país y, si este ganara, ganaríamos todos.

El gran espejo

Es curioso como aquella famosa frase “Dios es argentino, pero atiende en Buenos Aires” se repite en cada momento de la vida provincial. La Corte Suprema de Justicia de la Nación se debate entre quedar bien con el Gobierno o quedar bien con los creen que los tres jueces (Leopoldo Bruglia, Pablo Bertuzzi y Germán Castelli) deben volver al lugar donde estaban y atender los pleitos que tanto le molestan a la vicepresidenta. En Tucumán, pasa lo mismo. Si alguien osa criticar el espantoso proceder del vocal de la Corte Daniel Leiva puede ser tildado de cualquier cosa. Puede sufrir los embates de los trolls que linchan en las redes sociales a quien piensa diferente, pero no porque tengan otras posturas, sino porque sus patrones les ordenan eso. Pero además pueden quedar mal ante Osvaldo Jaldo, el vicegobernador y amigo de Leiva; o con Manzur, el gobernador que mira para otro lado, pero no dice nada al respecto. Así es difícil confiar en la Justicia. Por eso esta semana que ya no volverá nunca más no sorprendió que la fiscala Mariana Rivadeneira decidiera que los audios que todos escucharon no sirven como prueba. No importa si tenía la posibilidad de comprobar que se los haya o no fraguado, cosa que la tecnología de hoy puede hacer. Tampoco tiene importancia si podía con un simple programa comprobar que las voces fueran o no de Leiva o de Pedicone. Tampoco puso como opción que el juez que –según dijo- ya había sido apalabrado en otro momento intentara la grabación para defenderse, no para atacar a Leiva. Ese criterio se aplica sin problemas cuando alguien siente que es amedrentado por un transa que le vende drogas. Pareciera que estas disquisiciones son secundarias o improbables cuando el poder pone sus ojos sobre el proceder de los magistrados.

Y, ya que las tomas estaban de oferta en el sur, en Tucumán también se produjeron. Mientras allá lejos Juan Grabois las justificaba con la bendición papal y los funcionarios nacionales las compartían como para dar garantías de que la propiedad privada ha perdido garantías, en Tucumán, un grupo de vecinos tomó el predio de Villa Muñecas donde fue asesinada y violada Abigail. Vino bien el justificativo y la Policía, apaleada en su reputación, no hizo nada para impedirlo. El Poder Ejecutivo no actuó. El Legislativo, tampoco. Caso curioso porque en este duelo personal entre Jaldo y Manzur, la Legislatura no tiene inconvenientes de actuar en cuestiones del PE. ¿Y, la Justicia? Está pensando, mientras tanto llegan más ocupantes al predio.

Cuando la sociedad reacciona es porque no encuentra respuestas del Estado, no porque actúa “en contra de” como suele pensar antes que nada la materia gris política.

El Estado ausente es lo que más le ha quedado presente al tucumano en estos últimos días.

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