En el año que va corriendo, se han cumplido dos siglos de trascendentes sucesos protagonizados por el general José de San Martín: la sorpresa de Cancha Rayada (19 de marzo) y la gran victoria de Maipú (5 de abril). Pero hay otra fecha bicentenaria: el breve regreso de San Martín a Buenos Aires, posterior a aquel último triunfo, y donde por única vez fue realmente aclamado en esa ciudad.
Cuatro días después de Maipú, avisó San Martín por carta al Director Supremo, general Juan Martín de Pueyrredón, que iba a viajar a Buenos Aires para ver a su familia y acordar la continuación de la campaña libertadora.
De noche y sigiloso
Como preveía manifestaciones de entusiasmo -que nunca le agradaron- manifestó a Pueyrredón que no quería “bullas ni fandangos”. Pero el Director no pudo prometerle eso, según le respondió. Si trataba de evitar los agasajos, “haría un insulto a los más nobles sentimientos” y, le decía, “ni usted puede tampoco resistirse, sin ofender la delicadeza de toda esta ciudad, que prepara la carrera de su entrada con arcos y adornos al héroe de los Andes y Maipú”.
San Martín se puso en marcha hacia la capital de las Provincias Unidas el 13 de abril de 1818. El viaje que hoy se hace en avión en poco más de una hora, le tomó un mes. El 12 de mayo, de noche, entró sigilosamente en la ciudad, para encerrarse en la casa de sus suegros, los Escalada. “Entró en esta capital de incógnito, como a las cuatro de la mañana”, anotaría Juan Manuel Beruti en sus “Memorias curiosas”. Así pudo burlar “las prevenciones que estaban hechas en la calle principal de la Victoria con varios arcos triunfales, jardines, colgaduras, etcétera, que con anticipación se habían puesto, tanto por el Supremo Gobierno como por el Excmo. Cabildo y vecindario, que lo querían recibir y que su entrada fuera un triunfo”.
Una “lámina”
El Congreso también se preparaba a honrarlo. Dos días antes, había hecho confeccionar “una lámina” que, según describía el acta, llevaría en el centro su retrato, “teniendo a cada lado un genio. El de La Libertad ocupará el lado derecho, y el de La Victoria el izquierdo, ambos con sus respectivos atributos en una de las manos, y sosteniendo con la otra una corona de laurel algo levantada sobre el retrato”. Al pie, se pondrían los trofeos militares, coronados por las banderas de Chile y de las Provincias Unidas. El contorno llevaría la inscripción: “La gratitud nacional al General en jefe y Ejército vencedor en Chacabuco y Maypo”. Unas “vistas de estas batallas y la de los Andes, ocuparán la parte más visible y restante de la lámina”. Sería distribuida en cada una de las capitales y ciudades subalternas, para colocarse en sus respectivas Salas Capitulares, resolvió el Congreso.
Ya arribado el general a Buenos Aires, en la sesión del 16 de mayo se le concedió, por unanimidad, el grado de brigadier. Días antes, San Martín había propuesto ascender a coroneles mayores a los coroneles Hilarión de la Quintana y Matías Zapiola, ascensos que igualmente fueron aprobados.
Ante el Congreso
El domingo 17 de mayo, en sesión extraordinaria, el Congreso recibió al general José de San Martín. El periódico del cuerpo, “El Redactor del Congreso Nacional”, describió minuciosamente la ceremonia. Narraba que el trayecto “que medía entre la Fortaleza y la Casa Nacional, presentaba un espectáculo reunido de tropas e inmenso pueblo, todos animados de una energía exaltada”. De pronto, “el resonar de las músicas militares y aclamaciones del gentío”, indicaron que se aproximaban el Director Supremo Pueyrredón con el general San Martín, encabezando “un lucido acompañamiento de autoridades”.
Ingresaron a la sala. Pueyrredón manifestó a los diputados que “tenía la hora de presentar a la Augusta Corporación al General Victorioso de los Andes”. El presidente del Congreso, diputado Matías Patrón (Buenos Aires), les indicó que tomaran asiento.
Hecho esto, Patrón, dirigiéndose a San Martín, expresó: “¡General! El Soberano Congreso, penetrado de los más vivos sentimientos de gratitud a la victoria que han obtenido nuestras armas en unión con las del Estado de Chile, a vuestro mando, en los llanos de Maypo, os da las gracias y os manifiesta el alto aprecio y consideración que le han merecido los servicios que acabáis de hacer con tanto honor del nombre Americano”. Luego elogió “la formación y disciplina” del Ejército; recordó con encomio la victoria de Chacabuco y, entre otras alabanzas, dijo que “la batalla de Maypo será distinguida en la historia de nuestros triunfos contra la tiranía. La Patria ha visto cumplidos, en esa memorable jornada, los deseos y la esperanza que se prometió cuando os ciñó la espada”.
Habla el general
El ejemplar de “El Redactor” transcribe detalladamente el discurso del presidente Patrón. Pero al de San Martín lo sintetizó. Expresaba que el general se puso de pie para contestar “lleno de modestia y de respeto, a la alocución expuesta”. Pero el periodista oficial lamentaba “no haber podido recoger todas sus expresiones para consignar, a la memoria de sus compatriotas, el tenor de un discurso que hizo ver, a cuantos lo oyeron, que la moderación y posesión de sí mismo en medio de los aplausos no distinguen menos a este general americano, que su sangre fría en los campos de batalla”.
Agregaba que “él no se permite otro carácter de que el de un mero órgano del Ejército de los Andes, y se empeñó en minorar su influencia en la victoria, para realzar los servicios de sus compañeros de armas”. Concluyó manifestando que “dicho Ejército había jurado perecer o salvar la Patria; que en Chacabuco y Maypo había cumplido con este deber sagrado, y que estuviese segura la Nación de que así lo haría en lo sucesivo”. La crónica terminaba consignando que, después de otro breve discurso de Patrón, “se retiró el acompañamiento entre las demostraciones de un pueblo inmenso agradecido, habiéndose al mismo tiempo levantado la sesión”.
En San Isidro
Más allá de estos agasajos, el propósito de San Martín al volver a Buenos Aires era, aparte de encontrarse con su familia, activar las medidas para que la campaña iniciada con los triunfos de Chacabuco y Maipú pudiera seguir hasta el final, con la derrota definitiva de los realistas.
Eso requería dinero, y bastante. Por eso se reunió unos días, en la quinta de Pueyrredón de San Isidro, con los miembros de la Logia Lautaro. Les urgió activar las medidas para obtener los 500.000 pesos, producto del empréstito que el gobierno había dispuesto con ese propósito sobre los comerciantes porteños.
En la conversación, le pareció que ya estaba todo listo y, a pesar de que Pueyrredón lo instaba a quedarse en Buenos Aires hasta que se reuniera la suma, resolvió partir de regreso. El 4 de julio, se encaminó a Mendoza. Lo acompañaban su esposa, Remedios de Escalada, y su pequeña hija Mercedes.
En agosto, Pueyrredón le daba una mala noticia. Sólo podían mandarle “una tercera parte y con lentitud” de la suma prometida, por la escasez de dinero.
Renuncia rechazada
Totalmente desalentado, San Martín presentó su renuncia. En una nota, decía al Gobierno que “resuelto a hacer el sacrificio de mi vida, marchaba a encargarme del Ejército Unido, no obstante que el facultativo D. Guillermo Calisberry, que también me asistió de mi enfermedad en el Tucumán, me asegura que mi existencia no alcanzará a seis meses; sin embargo, lo arrostraba todo en el supuesto de que dicho Ejército tendría que operar fuera de Chile; pero habiendo variado las circunstancias, ruego se sirva admitirme la renuncia que hago del expresado mando”. Lacónicamente, agregaba: “mis débiles servicios estarán en todo tiempo para la Patria, en cualquier peligro en que que se halle”.
Esto hizo que el problema de los fondos se solucionara, y que la dimisión fuese retirada: “Dejémonos ahora de renuncias”, le dijo Pueyrredón en carta privada. El último día de octubre, San Martín repasó la cordillera y llegó a Santiago de Chile. Serios sucesos ocurridos desde entonces (entre otros, la caída del gobierno en Buenos Aires) hizo que la partida del Ejército a la conquista del Perú recién pudiera iniciarse el 20 de agostó de 1820. Pero esa es otra historia.