La lengua filosa, literaria y políticamente incorrecta del académico Mario Ackerman contrasta con el hieratismo de la sala de reuniones del Decanato de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Tucumán. Fascinado con los detalles delicados de las sillas de madera, este jueves el laboralista porteño no sabe si sentarse o no en la cabecera. Al final lo hace y desde ese lugar destacado se entrega con cuerpo y alma, y café en mano, a la conversación que precede a la conferencia organizada por Derecho, el Consejo Asesor de la Magistratura, el Colegio de Abogados de la Capital y la Asociación de Magistrados de Tucumán.
-Usted tituló a su exposición “Fuero del Trabajo: ¿Qué Justicia? ¿Qué Jueces?”...
-¿Te gustó?
-Sí, pero quisiera conocer sus respuestas a las preguntas que formuló.
-¿Por qué el título? El mundo del trabajo está cambiando radicalmente, pero esto viene acompañado de una actitud de los gobernantes que supone un desprecio al Derecho del Trabajo. Desde (Carlos) Menem y (Domingo) Cavallo hasta (Mauricio) Macri hablaron de la industria del juicio a modo de imputación ambigua a jueces y abogados, como si hubiera una litigiosidad perversa. Pero la realidad indica que esto no es así y que no se indagan las causas de los conflictos laborales: el incumplimiento derivado del trabajo en negro y la mala calidad normativa. La última reforma a la Ley de Riesgos del Trabajo (2017) está en discusión en todo el país. Yo explico esto a partir del cuento del escritor Eduardo Galeano que relata que un padre anarquista y ateo está casado con una mujer católica y practicante, que influye sobre su hijo. Un día este llorando va y le pregunta: “papá, si Dios no creó el mundo, ¿quién lo hizo?”. El padre le contesta: “lo hicimos nosotros, los obreros de la construcción”. La edificación del Derecho del Trabajo se dio por la conversación entre la ley, la doctrina y la jurisprudencia, pero, en los últimos años, la presión de esta última es muy grande porque empeoró la legislación, que no ha sabido adaptarse a la nueva realidad agravado todo por la tendencia a bajar los niveles de protección del trabajador. En este contexto, la Justicia laboral debe exhibir una independencia militante del poder, y ser valiente e insobornable. Pero también necesitamos una Justicia rápida, que es una característica especialmente requerida por el mundo del trabajo, que no puede esperar. Necesitamos jueces que no sean cómodos; que estudien y no copien, y obliguen a estudiar a los abogados.
-Entonces, ¿es errada por completo la idea de que existe una industria del juicio laboral?
-Absolutamente. Hay distorsiones propias de abogados pícaros y de jueces distraídos. Macri fue más fuerte: habló de “mafia” que incluye un acuerdo entre abogados y jueces. Es un disparate: una ofensa gratuita. ¿Por qué dicen esto? Porque hay muchos juicios laborales, más de los necesarios. Tenemos que bajar la litigiosidad, que es mala para empresas y trabajadores. La pregunta es por qué tenemos tantos juicios por despidos y accidentes de trabajo. Las grandes empresas tienen pocos pleitos por despido. ¿Dónde están, entonces? Donde hay trabajo en negro porque las multas son monumentales. En cuanto a los accidentes de trabajo, quiero recordar que en 2012 la ex presidenta Cristina Fernández anunció la reforma de la ley el Día de la Industria y prometió que con ella acabaría... ¿Qué? La industria del juicio laboral. En ese momento el 10% de los siniestros terminaba en pleitos: cuatro años después de la enmienda, teníamos el 20% (equivalentes a alrededor de 120.000 procesos). La norma de 2012 era una porquería y los jueces la destruyeron. Ahora tenemos otra que suprime los tribunales del Trabajo y aumenta la decisión de las comisiones médicas porque, según el nuevo Presidente, la culpa es de los magistrados. Entonces, en el presente, los jueces son médicos. Lo más probable es que aquellos digan “no, vea, a mí me contrataron para administrar justicia, no remedios”. Es curioso, pero este esquema está funcionando. Sólo se está dañando la Constitución, pero parece que eso no importa demasiado.
-Usted dijo que un trabajador no puede esperar. Y si yo le cuento que en Tucumán hay juicios que tienen 12 años de antigüedad, ¿usted que opina? (ver “Un juez disiente de sus pares y ‘condena’...).
-Que está en el límite de la indecencia. Una sentencia tardía es más injusta. Estamos hablando de una persona que se quedó sin empleo o que perdió parte de lo único que tenía, que es su capacidad de trabajo. El juicio tiene que ser rápido: ninguna de las partes debe hacer nada para demorarlo y los jueces deben sentenciar lo antes posible.
-¿Y si los propios jueces demoran el proceso?
-No están cumpliendo con su obligación. Un juicio no puede demorar ni cinco años: un año es suficiente.
-En 2017, Tucumán pasó del juicio laboral de instancia única al de doble instancia. ¿Qué se puede esperar de este cambio?
-A priori nada es mejor o peor: las pruebas están al canto. La pregunta es: ¿por qué tanta demora? Porque no tienen presupuesto suficiente, porque no trabajan, porque usan chicanas... Ya la Justicia llega tarde al problema: la prevención del litigio o del conflicto es central, pero, para eso, tendría que haber una autoridad administrativa que sea capaz de detectar los incumplimientos. La Justicia siempre hace la autopsia: el trabajador ya perdió el empleo. Y las empresas a menudo acuden al trabajo en negro para defenderse de otros costos que no puede evitar. No pueden dejar de pagar impuestos y tarifas, y a los proveedores, pero parece que sí pueden, por la debilidad de los controles, omitir la registración de empleados. Ahí vamos a tener un conflicto entre un desempleado con necesidades económicas y un empresario asustado, que no sabe cuánto le puede costar el litigio.
-Se lo escucha un poco cansado de todo esto...
-Más bien estoy enojado. Hay que diferenciar entre el optimismo y la esperanza. Bertrand Russell decía que optimista es, en la actualidad, el que cree que las cosas ya no pueden empeorar. Para creer que las cosas pueden mejorar en el futuro cercano hace falta una ceguera voluntaria. ¿Es posible ser optimista? No, porque hay un desprecio generalizado hacia la justicia y el Derecho. Hoy la economía es más importante. Sin embargo, soy un hombre de esperanza. El optimismo es racional y, por ende, no se puede albergar en esta época. Pero la esperanza es una mujer hija de un matrimonio formado por la memoria y el compromiso. La memoria obliga a pensar de dónde venimos y en dónde estamos, y qué significó la construcción del Derecho del Trabajo. Esto no se debe olvidar jamás, como tampoco cuáles fueron las consecuencias de hacerlo. El compromiso es el rol que debemos tener los juristas para, apoyados en la memoria, reconstruir el Derecho. Por eso me quedo con el pensamiento de Mario Benedetti, que es casi una oración: “por más que el presente sea de turbación e incertidumbre, y aunque hayamos perdido tantos sueños, espero que no cometamos la imperdonable tontería de perder también nuestra esperanza”.