Desde que LA GACETA le declaró la guerra al anonimato en los foros del diario, a partir del 2 de agosto, se han bloqueado más de 14.000 cuentas falsas.
Esto quiere decir que se detectan en promedio 160 perfiles truchos por día.
LA GACETA es el único diario en Argentina y uno de los pocos en el mundo que ha tomado la decisión de combatir a los llamados trolls, a los foristas fraudulentos y al robo de identidad en la red.
Existen otros medios que están implementando medidas intermedias, tendientes a mejorar la calidad de sus foros, como es el caso de The New York Times y The Washington Post, quienes junto a Mozilla han encarado un proyecto denominado Coral. Este plan es mucho más ambicioso que simplemente eliminar a los trolls, ya que apunta a mejorar la experiencia global de los lectores en los foros de sus diarios. Y lo están logrando, en parte gracias también a que estos diarios ya no son gratuitos en internet, lo que obliga a los lectores que se suscriben a registrarse con datos reales.
¿Por qué la mayoría de los medios de comunicación masivos aún permiten los comentarios anónimos? La respuesta es simple: más tráfico.
El modelo de obtener la mayor cantidad de tráfico a cualquier costo sigue siendo el que domina el mercado digital a nivel mundial. Frenar a los trolls y a las cuentas falsas implica el riesgo de resignar tráfico a cambio de mayor calidad en las conversaciones. Esto es, más transparencia, menos agresividad y violencia, menos calumnias y difamaciones, en definitiva, elevar la altura del debate.
Además del riesgo de perder cierto tráfico, combatir el anonimato es una tarea más ardua de lo que se supone, que implica invertir muchos recursos técnicos y humanos, en una empresa que demanda miles y miles de horas hombre de trabajo.
LA GACETA cuenta hoy con más de 180.000 usuarios registrados. Para depurar esta base de datos se han eliminado previamente varios miles de perfiles que estaban inactivos desde hace más de cinco años.
De los que quedaron (180.000), ya se han verificado 32.000 cuentas en los últimos tres meses. De ellas, 18.000 son personas reales y 14.000 falsas.
El principal argumento que esgrimen los lectores que defienden el anonimato es una cuestión de “seguridad”.
Afirman que con una identidad falsa están a salvo de posibles represalias del poder. Quizás haya algunos, con demasiadas horas de Netflix encima, que crean realmente que corren peligro por sus opiniones en los foros. La realidad es muy distinta.
Muy pocas veces se han visto denuncias trascendentes u opiniones arriesgadas vertidas desde una identidad falsa. Las denuncias más serias casi siempre las realizan personas con nombre y apellido reales, más allá de que puedan pedir la reserva de su identidad, y en general se hacen por los canales tradicionales: correo electrónico, WhastApp o teléfono. El 99% de los posteos que generan los trolls y los perfiles truchos contienen agravios, insultos, burlas contra otros foristas, periodistas o personas públicas, además de difamaciones, calumnias e injurias. También abundan las operaciones que montan campañas fraudulentas contra algún funcionario o un espacio político, sobre todo en épocas de elecciones, como las que acabamos de pasar.
El trollismo ataca de nuevo
Por ejemplo, en esta misma columna de la semana pasada, titulada “Amenazados por el trollismo”, donde se daba cuenta de los aparatos de difamación virtual que financian tanto el gobierno nacional como el provincial, 31 usuarios escribieron 48 comentarios. De esos 31 usuarios cinco fueron creados ese mismo día al solo efecto de difamar a este columnista y a una forista real. Cinco perfiles falsos, probablemente pertenecientes a una misma persona, para decir mentiras de este periodista y de este diario. Tiempo y dinero que sale de nuestros impuestos invertidos en generar rumores falsos, instalar mentiras, afectar reputaciones, desviar los ejes de discusión, de manera que la realidad se difumine entre el denso humo del embuste.
“La pregunta que sigue latente es si aportar nuestra opinión a la circulación virtual de mensajes es un acto democratizante de mayor intensidad que ejercer nuestro derecho a decir lo que nos plazca en un ascensor o en la cola del supermercado. La respuesta es no”, concluyen los periodistas Luciano Galup y Natalia Aruguete, en un detallado análisis titulado “Tuits y participación en el debate público”, editado el 25 de octubre en “Letra P”. En el informe, donde analizan la conversación que se produjo en Twitter en torno del hashtag #EleccionesArgentina, Galup y Aruguete echan por tierra esa vieja ilusión de que gracias a las redes sociales cualquiera puede “ser parte del flujo democrático, interactivo y colaborativo de la información”. Con datos estadísticos comprueban que apenas 20 cuentas, que generaron el 0,6% de los tuits totales, monopolizaron el 67% del alcance total de la conversación. Y que el 7,5% de los usuarios (713 cuentas) acapararon el 91% del alcance potencial. Es decir, el 92,5% de la gente representó apenas el 9% de la conversación real en esa red. Ergo, contra lo que se supone, en las redes sociales hay menos democracia para opinar que en la cola de un súper. No por falta de libertad, sino por algo peor: nadie te escucha. La conversación en las redes sigue siendo acaparada por unas pocas voces poderosas que marcan las tendencias. De las 20 cuentas más influyentes en el flujo informativo del domingo electoral -informan Galup y Aruguete- la número uno es un troll: “sushiplanero”. Comparten ese podio ocho trolls, dos cuentas políticas oficiales (Cristian Ritondo y Cambiando Juntos) y las otras diez pertenecen a medios de comunicación.
Bullying digital
Investigadores de la Universidad de Manitoba y de la Universidad de la Columbia Británica, en Canadá, indagaron los comportamientos de 8.000 foristas para intentar definir perfiles de comportamiento.
En el estudio, publicado por Infobae, los investigadores descubrieron que los trolls comparten ciertas características con los chicos que hacen bullying en las escuelas.
Allí consignan que las cuentas falsas “buscan herir utilizando los problemas emocionales del otro para ridiculizarlos en una discusión o dejarlos aún más expuestos”.
“Una persona que se toma el trabajo de herir de manera anónima tiene al menos rasgos psicopáticos, ya que busca generar angustia, desacreditar y desestimar al otro”, explicó el psicólogo Gervasio Díaz Castelli.
La mayoría de los analistas coincide en que el anonimato es la principal causa del comportamiento violento en internet. Se denomina “efecto de desinhibición en línea”.
La periodista de la BBC especializada en tecnología, Jane Wakefield, citada por El País de Uruguay, opina que “internet se ha vuelto una especie de alcohol que se alimenta digitalmente, liberándonos de inhibiciones para decirle a extraños cosas que no nos atreveríamos a decirles en persona”.
Esto se está notando con mucha claridad en los foros de LA GACETA. A medida que los lectores han comenzado a registrarse con datos reales o han empezado a “blanquear” su identidad el nivel de agresividad y violencia se ha reducido drásticamente. De hecho, son muy pocos los insultos originados desde cuentas reales.
La edad y el sexo
Otros datos que surgen a partir de los cambios que se están implementando, es que los intentos por falsear la identidad aumenta con los años. Proporcionalmente, hay más perfiles falsos entre mayores de 40 años que en menores.
Suponemos que esto se debe a que entre los más jóvenes está más naturalizado el uso de las tecnologías y están más acostumbrados a compartir aspectos de su vida real. Nos plantea, a su vez, un escenario a futuro más optimista, ya que todo indica que a medida que los nativos digitales vayan creciendo el anonimato tenderá a ir desapareciendo.
Otra curiosidad que hemos detectado entre los perfiles falsos es que es muy alto el porcentaje de personas que también mienten su sexualidad. Hombres que se registran como mujeres y mujeres como hombres. Esto se confirma cuando los usuarios deciden sincerar su identidad.
Es paradójico que se enarbole la bandera de la libertad de expresión desde el anonimato, ya que el anonimato es la censura número uno de una comunicación, al impedirle al receptor conocer la identidad del emisor.
Quien oculta su identidad esconde sus verdaderas intenciones. Y es más grave cuando la mentira se origina en la cibermilitancia paraestatal financiada con dinero público. Ya es hora de que algún fiscal empiece a investigar o al menos a preguntar sobre el origen de esos fondos.