“En estas gobernaciones de Tucumán y Paraguay se usa el tomar la yerba, que es zumaque tostado, para vomitar frecuentemente, y aunque parece vicio de poca consideración, es una superstición diabólica que acarrea muchos daños, y algunos que diariamente toca su remedio a ese Santo Tribunal”. Así decía la carta del padre Diego de Torres, (Córdoba, 24 de setiembre de 1610) al Tribunal de la Inquisición de Lima. La transcribe José Toribio Medina, en su libro “La Inquisición en el Río de la Plata”.
Decía que los primeros que usaron la yerba, “fueron los indios, por pacto y sugestión clara del demonio, que se les aparecía en los calabozos, en figura de puerco, y ahora será pacto implícito, como se suele decir, en los ensalmos y otras cosas”. Agregaba que “casi todos lo que usan de este vicio dicen, en confesión y fuera de ella, que ven que es vicio pero que verdaderamente no se pueden enmendar, y entiendo que así lo crean, y de ciento no se enmienda uno, y lo usan cada día, y algunas veces con harto daño de la salud del cuerpo y mayor del alma”.
Asimismo, “júntanse muchos a este vicio, ‘etiam’ (también) cuando los demás están en misa y en sermón, y raras veces lo oyen. Totalmente quita este vicio la frecuencia de los sacramentos, especialmente el de la Eucaristía, por dos razones: primero, porque no pueden aguardar a que se diga la misa sin tomar esta yerba; segundo, porque no se pueden contener, habiendo comulgado, a dejar de vomitar luego, y así no hay casi persona que use este vicio que comulgue sino el Domingo de Resurrección, y entonces procuran misa muy de mañana, y los más hacen luego vómito, con suma indecencia del Santísimo Sacramento, y por esto muchos de los sacerdotes no dicen misa sino raras veces”. Así, “muchos indios mueren cogiendo y tostando esta maldita yerba”, lo que es cosa de “gran lástima y compasión”.