Dos revoluciones que cambiaron el mundo y el arte
La Revolución Rusa y el mingitorio de Marcel Duchamp cumplen 100 años: ambos fenómenos convulsionaron -y lo siguen haciendo- la sociedad y el arte, pero además marcaron una línea de desarrollo que no solo influirá, sino que determinará el futuro del capitalismo, el futuro del arte.
Por Jorge Figueroa - Para LA GACETA - Tucumán
Con pocos meses de diferencia, pero a miles de kilómetros de distancia no es exagerado decirlo, el mundo sufrirá un shock que dejará señalado un antes y un después.
Por 24 francos suizos mensuales Lenin subalquilaba dos habitaciones en la Spiegelgasse 14, en un animado barrio de la vieja ciudad de Zürich. En el número 1 de esa calle nació por esos meses de 1916 el movimiento dadaísta (al que pertenecía Marcel Duchamp) en el mítico Cabaret Voltaire. Esta estrecha calle de adoquines reúne, lado a lado, los gérmenes de dos revoluciones: una política y otra artística.
Según cuenta Dominique Noguez, Lenin y su mujer, Nadezhda Krúpskaia, vivían en Zürich, en la misma calle del Cabaret Voltaire que invadía la madrugada de fiestas y orgías, mientras se sentía el profundo e insoportable olor de una fábrica de salchichas, ubicada a pocas cuadras. El cabaret de esa época no sólo programaba espectáculos de atractivas mujeres que bailaban provocadoramente con diminutos atuendos y vistosas coreografías, sino también performances y acciones artísticas. Una puesta pour epateur al bourgois en la que la poesía y los “misiles” dadaístas pegaban a los burgueses que concurrían a divertirse.
“Todo lo sólido se desvanece en el aire”, se lee en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels (1848); “Todo lo sólido se desvanece en el arte”, escribo por estos días.
Pero en verdad, Lenin conoce al creador del dadaísmo, Tristán Tzara, a pocas cuadras de allí mientras jugaban largas partidas de ajedrez. Se habían cruzado en algunas noches de cabaret durante la performance del grupo artístico; algunos historiadores aseguran que Lenin no se privaba del alcohol en algunos tugurios; mencionan sitios incluso en Londres, Bruselas, Zürich y París. Según el testimonio de un pintor parisino, Lenin era muy alegre, muy bueno y, en el amor, muy “cochino” y capaz de “compartir mozas”, testimonios que no han podido ser confirmados. Pero está claro que entre pintores, estudiantes, revolucionarios, espías, estafadores, se ocultaba el jefe de la futura revolución.
Según el libro-ficción de Noguez, el líder revolucionario organizó varias veladas bajo el seudónimo de señor Dolganeff, y en una de ellas se entusiasmó tanto por una de sus obras, que bajo los efectos del alcohol gritó ¡Dá, Dá!. (sí, sí, en ruso). La interpretación de Dominique Noguez (Lenin Dadá, 1989, Editorial Robert Laffon; en español, Editorial Península), fue tomada en serio (?), aun cuando sugiere que Vladimir Illich Ulianov y Tzara “fueron compinches y crearon juntos el dadaísmo”. El autor francés asegura que Radek y Zinoviev también participaban de las fiestas-orgías en el Cabaret Voltaire. Y no puede soslayarse que Salvador Dalí ya había vinculado a Lenin con el dadaísmo en su pintura Alucinación parcial (1931), en la que aparecen seis cabezas del ruso sobre un piano de cola del cabaret. (El pintor y arquitecto Marcel Junco, uno de los últimos dadaístas vivos en los 70, dice en una entrevista a un diario israelí que Lenin iba a las veladas para divertirse: “él se oponía a nuestro arte, pero era muy inteligente para comprender que nuestras ideas podían servir a sus fines”.)
En el manifiesto dadaísta (escrito por Tzara), se afirmaba: “La obra de arte no debe ser la belleza en sí misma porque la belleza ha muerto; ni alegre ni triste, ni clara ni oscura, no debe divertir ni maltratar a las personas individuales sirviéndoles pastiches de santas aureolas o los sudores de una carrera en arco a través de las atmósferas. (…). Los que están con nosotros conservan su libertad. No reconocemos ninguna teoría. Basta de academias cubistas y futuristas”.
Lenin venía de dos frustraciones: no había logrado convencer a sus camaradas socialistas rusos y europeos de aprovechar las contradicciones entre las potencias para lanzar una insurrección revolucionaria al margen de la guerra en las naciones europeas; idea que no triunfó en Zimmerwald, cerca de Berna, en septiembre de 1915; ni tampoco en Kienthal, en abril de 1916. Mientras, la Segunda Internacional se debatía en la agonía, Ulianov estudia y escribe en Zürich. Da los toques finales a uno de sus grandes ensayos, El imperialismo, fase superior del capitalismo, aunque no son pocos los que consideran que allí comenzó a gestarse la famosa Tesis de abril, que terminó de escribirse en el tren que lo trasladó a Petrogrado y en la misma Revolución de Octubre, aunque allí dejó inconcluso El Estado y la Revolución.
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Pero a pocos metros de allí, en la propia calle, en el más tranquilo Café de la Terrasse, había tableros de ajedrez. Lenin y Tzara eran aficionados a ese juego y frecuentaban el sitio y en no pocas oportunidades jugaban y conversaban animadamente. El escritor rumano Andrei Codrescu, en su libro The Posthuman Dada Guide: Tzara & Lenin play chess (2009) especula, a partir de datos reales, la coincidencia ajedrecística del poeta y el político. Asegura: “Ambos compartían un profundo sentido de las injusticias. Sin embargo, discrepaban en el enfoque de cómo enfrentar la situación. Por un lado, en Tzara imperaban el caos, la libido, la creatividad y el absurdo mientras que en Lenin prevalecían la energía de la razón, el orden, las estructuras sociales”.
En la ex URSS, la ya famosa declaración de Vladimir Lenin, “El ajedrez es gimnasia para la mente”, se convirtió en una consigna de la propaganda socialista. Este juego se consideraba una actividad moderna y prestigiosa; a los destacados jugadores soviéticos entonces se les conocía y se les respetaba.
“Soy una víctima del ajedrez. Tiene toda la belleza del arte y mucho más. No puede ser comercializado. El ajedrez es más puro que el arte en su posición social”, confiesa en su momento Marcel Duchamp que pasó años dedicándose a este juego, sin realizar otra actividad.
Puede observarse pues, que el ajedrez, la revolución y el arte son denominadores comunes de un período histórico.
Lenin llevaba adelante una feroz lucha no tanto contra sus grandes enemigos políticos, los mencheviques y el burgués gobierno de Kerensky, sino contra los propios bolcheviques, y hay que saber el esfuerzo mayor que conlleva esto. El desviacionismo revolucionario que aún hoy cuesta la participación electoral, tuvo sus expresiones en la socialdemocracia y en no pocos partidos que se reclamaron obreros.
Arte y contexto
La Fuente o Mingitorio firmada como R. Mutt es una pieza denominada readymade. Con esta obra Duchamp inicia una auténtica revolución en el mundo del arte al demostrar que cualquier objeto mundano, cotidiano, podía considerarse una obra de arte con tal de que el artista lo quitara de su contexto original y lo situara en un nuevo contexto adecuado -una galería a o un museo- y la declarara como tal.
Pero, ¿qué es un readymade? Se conoce como tal a la expresión artística más característica del dadaísmo, que trata de transformar objetos de uso cotidiano en obras de arte sin modificar su aspecto externo siendo su principal objetivo generar una sensación de absurdo y de sorpresa, tratando de este modo, de socavar todo concepto artístico tradicional. Los primeros ready-made fueron ideados y realizados por Duchamp en 1913. Entre éstos se encuentran su célebre rueda de bicicleta sobre un taburete.
Un ready-made en el arte; la tesis de abril en la Rusia que dejaba atrás a los zares e ingresaba a la etapa de los Kerensky que privilegiaban a una nueva clase, la burguesía. Una partida de ajedrez pendiente, que Lenin y Trotsky, resuelven con la revolución. Jaque mate.
El ready-made crea el arte conceptual, un arte que en los 70 se pensó que no necesariamente debía ser hecho. (Hay que recordar que Duchamp se quejaba del denominado neodadaísmo: “Les he tirado a la cara el estante de las botellas y el orinal y ahora los admiran por su belleza estética”). Las obras en los museos son 17 réplicas que décadas después encargó Duchamp.
En 2004, alrededor de 500 poderosos del mundo del arte votaron al mingitorio como la obra de arte más influyente del siglo XX; detrás quedaron Picasso y Warhol. La encuesta británica fue llevada adelante por la Tate Modern.
¿Acaso, hay algo en la actualidad que puede no ser llamado arte conceptual, en un sentido amplio? Lo que entendemos por arte contemporáneo, ¿no tiene un componente conceptual en alto grado?
El italiano Maurizio Cattelan, presentó en enero pasado la obra América; el trono era un inodoro hecho en oro de 18 quilates, valuado en 2.5 millones de dólares, colocado dentro de uno de los baños del Guggenheim, y funciona perfectamente (luego fue adquirido por un coleccionista).
Fue en 1917 cuando Duchamp propuso, para la primera muestra anual de la Sociedad de Artistas Independientes que se realizó en el centro de exposiciones The Grand Central Palace de Nueva York, un mingitorio de porcelana blanca con la firma R. Mutt. Si bien las reglas de la institución sostenían que las obras de todos los artistas que pagaran la inscripción debían ser aceptadas, ésta fue rechazada por el comité a cargo. Fuente fue expuesta y fotografiada en el estudio de Alfred Stieglitz, y la imagen se publicó en la revista dadaísta The Blind Man, pero el original se perdió. En 1960, Duchamp encargó 17 réplicas, las cuales existen hoy, la mayor parte en grandes museos, y Fuente, que devino emblema de este arte, fue pensada por los teóricos del avant garde como uno de los puntos de inflexión del siglo XX”.
Si la Revolución Bolchevique cumplió con uno de los primeros pasos de un estado socialista, como la socialización de los medios de producción que, de privados pasaron a ser estatales, públicos, no es menos cierto que intentó organizar la anarquía de la producción, característica central del capitalismo. Mientras, heredaba la abstracción suprematista de Malevich y se encontraba con el surgimiento del constructivismo que impulsaba Tatlin, Rodchenko y otros en el arte.
No había definiciones tajantes (aunque el debate bullía entre los artistas, con fracciones de diferentes tendencias y posiciones distintas sobre la posibilidad o no de un supuesto arte proletario), pero el bolchevismo no entendía el arte, ese era el gran problema: los artistas, aún los revolucionarios, comenzaron a sentirse incomprendidos. Lenin mismo prefería que se representaran bustos realistas de Marx, por ejemplo, en su homenaje. No entendía ni a la abstracción ni al constructivismo, y han quedado escritas sus referencias críticas o despectivas al cubismo, en las que coincidía con Trotsky. Lunacharsky, el comisario de cultura, seguía pensando en Renoir, en el ‘pintor de la felicidad’, como lo llamaba; se había quedado en los destellos del impresionismo.
(Una digresión, me interrogo: ¿Será una casualidad que Lenin se vinculara con los dadaístas, como se ha escrito, y que Trotsky con sus sucesores, los surrealistas, a través de André Bretón?)
A pesar de los bolcheviques, el suprematismo y el constructivismo tendrán gran influencia en el arte, la arquitectura y el diseño hasta la actualidad. El deconstructivismo de la era contemporánea en la arquitectura, por caso, hunde sus raíces en los planteos de Tatlin, así como la obra de Malevich en el diseño de la Bauhaus, por ejemplo.
Este arte generó la revolución a pesar de sus dirigentes y que con el stalinismo se haya creado el reaccionario realismo socialista, pocos años después.
¿Qué hizo el conceptualismo, el mingitorio por la revolución social? cabe preguntarse, entonces. Propondré que el neodadaísmo que se extiende en Estados Unidos, principalmente, y en Europa sin tanta presencia, interviene en la denominada Contracultura de los 60, un fenómeno político cultural que pasa por la proliferación de los movimientos artísticos, pero también de expresiones políticas como la inmensa movilización contra la guerra de Vietnam.
Para hacer una lista: el arte feminista de las Guerrilla Girls, de los chicanos, gays y minorías raciales, etcétera.
En su polémica y cuestionada biografía de Trotsky, Robert Service opone a un Lenin ‘mojigato’, un Trotsky apasionado en sus aventuras amorosas y prácticas sexuales con su esposa Natalia. (Trotsky, una biografía, Robert Service. Ediciones B, Barcelona, 2010, capítulo Trotsky y sus mujeres). Pero la participación de Lenin en las orgías del Cabaret Voltaire, parecen desmentir esa afirmación. En la página 223 de Trotsky y el psicoanálisis, de Jacquy Chemouni, también polémico y discutible, se traduce una apasionada y explícita carta a Sedova.
De lo que no hay dudas ni especulaciones es que tanto la Revolución de Octubre como el mingitorio de Duchamp cambiaron el mundo, el arte.
No es poca cosa, para recordarlo a 100 años.
© LA GACETA
Jorge Figueroa - Periodista y crítico de arte.