PEKÍN, China.- En China se burlan tanto de Kim Jong-un como de Donald Trump: al primero se refieren como el “gordo Kim”, “en plena pubertad”, mientras el segundo es un dirigente caprichoso e impredecible. Ambos protagonizan una guerra verbal en una situación explosiva: desde la guerra de Corea, hace más de 60 años, el este de Asia no había estado tan cerca de un conflicto de tanta peligrosidad.
“La crisis nuclear está estancada en un bucle sin fin en el que los ensayos nucleares y misilísticos (norcoreanos) desatan sanciones y éstas a su vez provocan nuevos test”, alertó la agencia de noticias estatal china Xinhua después de que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara nuevas sanciones.
Pekín está irritado por la actuación del joven líder norcoreano. Las relaciones entre los estados que fueran una vez “uña y carne” están peores que nunca. Es que, pese a la indignación, las burlas y el desprecio, en China se ve a Kim como un hombre racional e incluso más temerario que su padre, toda una contradicción en realidad.
Ni siquiera Pekín quiere creer que Trump vaya a atreverse a lanzar un “ataque preventivo”, pero la preocupación de que la situación estalle. En los 1.400 kilómetros de frontera con Corea del Norte, China ya ha desplegado armas y sistemas misilísticos. Su Ejército practica una rápida intervención en el caso de que estalle el conflicto.
También Corea del Sur se está preparando con nuevos sistemas de misiles, ensaya ataques contra las zonas que utiliza el país vecino para sus pruebas nucleares o donde tiene sus misiles. Japón no está menos preocupado y ya prepara a su población para el caso de ataques con misiles.
Mientras, la propaganda norcoreana trabaja a toda máquina arremetiendo contra el “sanguinario Estados Unidos”, una imagen de potencia terrible y todopoderosa enraizada en el imaginario colectivo, entre otras cosas por la política de tierra quemada practicada literalmente por Washington en 1950 durante la guerra de Corea.
También el conflicto norcoreano se remonta a la Guerra Fría: Corea del Norte empezó a construir su propio programa cuando la dinastía Kim se dio cuenta de que el escudo nuclear soviético ya no era seguro para el país.
El predecesor de Trump, Barack Obama, no logró avances en la situación con una política de “paciencia estratégica”. Cuando Trump llegó al poder, quedó en evidencia que tampoco tiene una estrategia coherente para el este de Asia y China. (DPA)