Por Juan María Segura
El 60% de la gente sostiene que lo aprendido en la Universidad pierde relevancia en cinco años o menos. Esta es tal vez una de las conclusiones más inquietantes de la encuesta impulsada en el III Congreso de Educación y Desarrollo Económico, celebrado en junio pasado. Es importante recordar que dicha encuesta fue respondida por un público calificado, mayoritariamente docentes adultos, y por eso es llamativo el resultado, como así también algunas de las inconsistencias recabadas en esta parte del trabajo. Veamos.
Si un sistema universitario no innova y prepara mal para el mundo del trabajo y para el emprendedorismo, conclusiones del trabajo ya analizadas en otras columnas, uno supondría que los mismos respondientes de la encuesta serían justificadamente críticos con la calidad del egresado universitario de ese sistema. Curiosamente, ello no se verifica. Ante la pregunta ‘¿Cómo compara a un recién egresado universitario de su país con el de otros países de su región?’, solo el 10% de los argentinos respondieron negativamente (mucho peor: 0%; peor: 10%), contra un 56% de respuestas positivas (mejor: 44%; mucho mejor: 12%). Sea por considerar que los otros países no lo hacen tan bien, o por considerar que, aún en un sistema que no hace lo señalado antes se pueden formar graduados destacados (tal vez, producto de cosas que ocurren antes o fuera de la universidad), lo cierto es que esta visión es compartida por todos los perfiles profesionales que respondieron la encuesta: empresarios, educadores, profesionales independientes, jóvenes y adultos, mujeres y hombres.
Ante la pregunta ‘¿Qué calidad de conocimientos cree que posee un recién egresado universitario de su país?’, la respuesta es favorable (17% de respuestas negativas, con mala: 1% y regular: 16%, versus 31% de respuestas positivas, con elevada: 27% y muy elevada: 4%), aunque no es uniforme. Los empresarios (solo 3% de diferencia entre respuestas positivas y negativas) son más críticos que los educadores (17% de diferencia), y la crítica aumenta con la edad, ya que la diferencia positiva del 28% de la franja de < de 30 años se va reduciendo (30-39 años: 25%; 40-49 años: 9%; 50-60 años: 7%), hasta volverse negativa en la franja de > de 60 años (-4%). Esta información se puede complementar con la pregunta de las competencias (‘¿Cuántas competencias para el mundo del trabajo cree que adquirió un recién egresado universitario de su país?’), en donde también se verifica una mirada positiva, con 31% de respuestas positivas (más que algunas: 20%; muchas: 11%) contra 11% de respuestas negativas (ninguna: 1%; menos que algunas: 10%).
Aceptando esta mirada positiva del egresado universitario en cuanto a la calidad de los aprendizajes y a la cantidad de competencias adquiridas, resulta entonces relevante indagar sobre la perdurabilidad de lo aprendido en el tiempo. Ante la pregunta ‘¿A los cuántos años considera que los conocimientos adquiridos en la universidad pierden relevancia?’, el 60% respondió que lo aprendido se desactualiza y pierde relevancia en 5 años o antes. Si tomamos una edad promedio de finalización de los estudios universitarios que oscila alrededor de los 25 años de edad, ello supondría que 2 de cada 3 graduados universitarios argentinos, a partir de los 30 años de edad ya carecen de los conocimientos y las competencias que favorecen su empleabilidad e inserción productiva, aun cuando aquello que hayan adquirido durante su experiencia universitaria les haya dado una ventaja competitiva inicial, no solo contra los egresados de otros países, sino naturalmente contra quienes no hayan tenido la suerte u oportunidad de completar estudios equivalentes.
Esta radiografía crítica describe con claridad el desafío de la época, y señala la urgencia con la cual el sistema de educación superior debe ser replanteado y articulado con el mundo del trabajo, en vistas de los desafíos a los que se enfrentan todo tipo de organizaciones. ¡Es inquietante que el tiempo promedio de duración de los estudios universitarios sea mayor que el período en el cual esos aprendizajes pierdan relevancia!
Asimismo, también es inquietante que esos graduados tampoco desarrollen la capacidad de seguir aprendiendo durante toda su vida, siendo que, en el mejor de los casos, a partir de los 30 años de edad deben volver a hacerlo. Ante la pregunta ‘¿Cuán preparado está el recién egresado universitario de su país para seguir aprendiendo toda su vida?’, el 46% respondió positivamente (bastante: 34%; muy: 12%), mientras que el resto declaró preparación entre media (37%) y negativa (17%). Esto ubica a una porción significativa de los graduados universitarios en una situación riesgosa cuando, al inicio de la década de los 30 años deben comenzar a reaprender contenidos y competencias para mantenerse empleables y relevantes para el mundo de las organizaciones, sean estas empresas privadas, organizaciones no gubernamentales o mismo para lanzar sus propios emprendimientos.
La sumatoria de los datos procesados sobre la calidad del egresado universitario genera más dudas y contradicciones, que confianza y certezas. Ese supuesto egresado de mayor calidad en comparación con el de otros países de la región, a partir de los 30 años de edad, se encuentra con un título de validez nacional, pero sin herramientas y destrezas valoradas por el mundo de las organizaciones, y con dudas sobre su capacidad para reaprender, reinventarse y ponerse al día con la complejidad de problemas con los que debe lidiar cualquier organización.
A mi juicio, estos datos muestran una contradicción importante: ¿formamos verdaderamente egresados universitarios de calidad, o desearíamos hacerlo? Este fino transitar entre el deseo y la realidad, entre el pasado y el presente, nos ubica en una situación comprometida si nuestra genuina aspiración es adaptar el entramando de instituciones y normativas universitarias para ponerlas al servicio de los alumnos.