25 Abril 2017
SIN ANTINOMIAS. Haber descifrado el genoma permitió explicar mucho de lo que se sabe sobre la humanidad.
Cada vez más los hechos están demostrando que la ciencia es una sola. Por ejemplo: en 2003 se descifró el genoma humano, y de golpe todas las disciplinas científicas se han visto revolucionadas. De hecho, las consideradas “blandas”, como la arqueología y la antropología, empiezan a construir certezas gracias a estudios de ADN: diferentes pruebas genéticas han ido confirmando la hipótesis de que el hombre americano... era asiático Y recientes investigaciones de un grupo liderado por el arqueólogo tucumano Jorge Martínez apuntalan esa teoría. Martínez es investigador del ISES Conicet y profesor de la carrera de Arqueología de la UNT, y el yacimiento en el que se hizo el hallazgo está en Antofagasta de la Sierra, en la puna catamarqueña.
Empezar por el principio
Los “experimentos” de la naturaleza demoran miles de años y, a diferencia de lo que pasa en laboratorios, las variables son muchísimas y están fuera del control humano; es más: en la mayoría de los casos los humanos somos una variable. Eso parece haber ocurrido con la última glaciación. Hace unos 20.000 años se congelaron los mares, por lo que se comprimieron y bajó su nivel; en consecuencia, apareció tierra que estaba sumergida, formando un puente entre Asia y Alaska. Por allí, grupos de cazadores-recolectores dejaron lo que es ahora Siberia y se establecieron en esas tierras, que ofrecían condiciones más amigables: había vegetación, que les brindaba leña, y mamíferos para cazar y alimentarse, informa Scott Elias, de la Royal Holloway University, de Londres en una nota que publica BBC Mundo.
“Pero los motivos que impulsan a un grupo humano a explorar nuevos territorios no sólo se relacionan con la búsqueda de recursos animales para cazar; también tiene que ver con sus creencias y su mundo simbólico -reflexiona Martínez-. El hambre de búsqueda siempre movió a los humanos; búsquedas terrenales (literalmente) y también sobrenaturales. Ya se delimitaban, hace tantas decenas de miles de años, espacios sagrados y espacios prohibidos, cuestiones de creencias...”. “Sólo por hambre nadie abandona un lugar seguro y se lanza a la aventura”, añade.
¿El mismo tronco?
Los humanos llegaron al estrecho y por “un tiempo” no tuvieron más remedio que quedarse: el camino hacia América del Norte estaba cerrado por el hielo. Elias y sus colegas calculan que la zona estuvo poblada durante unos 10.000 años. ¿Qué pasó en ese lapso?
Aquí empiezan a resultar claves los estudios de ADN: una investigación a cargo de Ramus Nielsen, de la Universidad de California, confirmó que cerca del 80% de los nativos americanos actuales descienden de aborígenes que vivieron en América del Norte hace unos 13.000 años y reafirmó una hipótesis que ya tenía ocho años: debido al aislamiento, terminaron diferenciándose genéticamente de sus ancestros siberianos.
“El proceso de Beringia hizo que esos humanos se diferenciaran de los asiáticos y se convirtieran en nativos americanos”, dice Connie Mulligan, de la Universidad de Florida, EEUU, que participó de aquel análisis inicial. Pero no es todo: cuando se estudió la variación genética se descubrió ese patrón excepcional en todos los nativos americanos modernos analizados, y, en cambio, muy rara vez en los asiáticos.
“Con ese patrón original ocurrió algo muy interesante: se mantuvo en los esquimales, que se quedaron en la zona cercana al polo. En cambio, en el resto de este inmenso continente sin homo sapiens se subdividió en cuatro grandes grupos; y el estudio de ADN permite rastrear las ascendencias, nuestra herencia genética -explica Martínez-. En Antofagasta de la Sierra encontramos restos humanos de unos 8.400 años de antigüedad; pudo establecerse una conexión paleogenética con grupos pertenecientes a dos sitios arqueológicos de alrededor de 10.000 años de antigüedad de la costa nor-pacífica de América: uno en Alaska y otro en Montana (EEUU).
Otra investigación puede dar pistas de qué ocurrió con el 20% “diferente”: estableció que grupos de la región amazónica tienen un “misterioso” flujo genético ártico. “Esto parece indicar que no hubo una población fundadora homogénea. (…) Tal vez hubo varios pulsos migratorios”, propone Pontus Skoglund, de la Universidad Harvard en Boston, EEUU. Dicho de otro modo: hacia y desde Beringia los diferentes grupos humanos ni entraron ni salieron juntos. Y su ADN también se fue modificando por separado.
Una cosa es segura: llegar a América fue, decididamente, un viaje de ida.
Empezar por el principio
Los “experimentos” de la naturaleza demoran miles de años y, a diferencia de lo que pasa en laboratorios, las variables son muchísimas y están fuera del control humano; es más: en la mayoría de los casos los humanos somos una variable. Eso parece haber ocurrido con la última glaciación. Hace unos 20.000 años se congelaron los mares, por lo que se comprimieron y bajó su nivel; en consecuencia, apareció tierra que estaba sumergida, formando un puente entre Asia y Alaska. Por allí, grupos de cazadores-recolectores dejaron lo que es ahora Siberia y se establecieron en esas tierras, que ofrecían condiciones más amigables: había vegetación, que les brindaba leña, y mamíferos para cazar y alimentarse, informa Scott Elias, de la Royal Holloway University, de Londres en una nota que publica BBC Mundo.
“Pero los motivos que impulsan a un grupo humano a explorar nuevos territorios no sólo se relacionan con la búsqueda de recursos animales para cazar; también tiene que ver con sus creencias y su mundo simbólico -reflexiona Martínez-. El hambre de búsqueda siempre movió a los humanos; búsquedas terrenales (literalmente) y también sobrenaturales. Ya se delimitaban, hace tantas decenas de miles de años, espacios sagrados y espacios prohibidos, cuestiones de creencias...”. “Sólo por hambre nadie abandona un lugar seguro y se lanza a la aventura”, añade.
¿El mismo tronco?
Los humanos llegaron al estrecho y por “un tiempo” no tuvieron más remedio que quedarse: el camino hacia América del Norte estaba cerrado por el hielo. Elias y sus colegas calculan que la zona estuvo poblada durante unos 10.000 años. ¿Qué pasó en ese lapso?
Aquí empiezan a resultar claves los estudios de ADN: una investigación a cargo de Ramus Nielsen, de la Universidad de California, confirmó que cerca del 80% de los nativos americanos actuales descienden de aborígenes que vivieron en América del Norte hace unos 13.000 años y reafirmó una hipótesis que ya tenía ocho años: debido al aislamiento, terminaron diferenciándose genéticamente de sus ancestros siberianos.
“El proceso de Beringia hizo que esos humanos se diferenciaran de los asiáticos y se convirtieran en nativos americanos”, dice Connie Mulligan, de la Universidad de Florida, EEUU, que participó de aquel análisis inicial. Pero no es todo: cuando se estudió la variación genética se descubrió ese patrón excepcional en todos los nativos americanos modernos analizados, y, en cambio, muy rara vez en los asiáticos.
“Con ese patrón original ocurrió algo muy interesante: se mantuvo en los esquimales, que se quedaron en la zona cercana al polo. En cambio, en el resto de este inmenso continente sin homo sapiens se subdividió en cuatro grandes grupos; y el estudio de ADN permite rastrear las ascendencias, nuestra herencia genética -explica Martínez-. En Antofagasta de la Sierra encontramos restos humanos de unos 8.400 años de antigüedad; pudo establecerse una conexión paleogenética con grupos pertenecientes a dos sitios arqueológicos de alrededor de 10.000 años de antigüedad de la costa nor-pacífica de América: uno en Alaska y otro en Montana (EEUU).
Otra investigación puede dar pistas de qué ocurrió con el 20% “diferente”: estableció que grupos de la región amazónica tienen un “misterioso” flujo genético ártico. “Esto parece indicar que no hubo una población fundadora homogénea. (…) Tal vez hubo varios pulsos migratorios”, propone Pontus Skoglund, de la Universidad Harvard en Boston, EEUU. Dicho de otro modo: hacia y desde Beringia los diferentes grupos humanos ni entraron ni salieron juntos. Y su ADN también se fue modificando por separado.
Una cosa es segura: llegar a América fue, decididamente, un viaje de ida.
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