21 Marzo 2017
LA VÍCTIMA. La joven siguió adelante, pero aún la atormenta lo que sufrió. la gaceta / foto de adrián lugones
Sin dinero, sin el apoyo de su familia y con algunos escollos que se le presentaron en la Justicia, C. (28) logró que condenaran a su padrastro por abusar de ella durante cinco años, desde los 11 hasta los 16. Y si bien hoy lucha contra algunas secuelas psicológicas que llegan cualquier día sin avisar, como ataques de nervios, quiso contar su historia para incentivar a otras víctimas a perder el miedo y denunciar a sus atacantes.
“A los 11 vivía con mi mamá y con mi padrastro. Él solía estar en la casa al mediodía y a la noche. A veces mi madre no estaba y yo tenía que cuidar a mis hermanos. La primera vez que abusó de mí, se tiró encima mío para que no me pudiera mover. Desde esa vez y para siempre, comenzó a amenazarme con que no dijera nada porque nadie me iba a creer”, contó la víctima a LA GACETA.
Los abusos, de pronto, se volvieron frecuentes. Para evitar que los hermanos de la entonces niña dijeran algo, los encerraba en una pieza con el volumen del televisor al máximo. Esta tortura duró cinco años, hasta que ella decidió irse a vivir con su abuela. Allí cobró valor y dijo una verdad a medias, pero no tuvo la respuesta que esperaba. “No le dije a mi madre que me violó, sino que me espiaba. Pero él lo negó y ella le creyó. Estaba muy manipulada mi mamá”, lamentó la joven. La postura de su madre nunca cambió: en el último juicio, que se hizo hace dos semanas, hicieron un careo y la mujer le preguntó a su hija por qué mentía, la misma reacción que tuvo cuando la muchacha, a sus 18, se animó a contarle su calvario.
“A esa edad me fui a vivir con mi novio. Él me notaba rara porque no salía, vivía acostada. Cuando le conté, me alentó a hacer la denuncia. La hice por mi hermana menor, que aún vivía con él. La gente, quizás por ignorancia, me hacía sentir culpable a mí; me decían que mi madre iba a ir presa por encubrimiento”, relató.
Con la asistencia de los abogados José Fernando Páez y Juan Carlos López Casacci, la muchacha logró que su padrastro se sentara frente a un tribunal en 2014. Sin embargo, al camino todavía le quedaban algunas dificultades: en ese juicio, el tribunal pidió la nulidad de los argumentos del fiscal de Cámara Daniel Marranzino, quien había pedido la absolución. El funcionario del Ministerio Público Fiscal elevó un pedido de casación que fue revocado por la Corte Suprema. Allí se ordenó nombrar otra sala para un nuevo juicio.
En este nuevo proceso, fue vital el informe psicológico que le realizaron a la víctima, donde se constató su versión. Y aunque de nuevo la fiscalía de cámara, a cargo de Marta Jeréz, pidió la absolución, el tribunal compuesto por los jueces Alicia Freidenberg, Stella Maris Arce y Pedro Roldán Vázquez lo condenó a siete años de prisión por abuso sexual con acceso carnal doblemente agravado. Ahora los abogados de la muchacha pidieron que no se espere a que el fallo quede firme para detenerlo.
“Psicológicamente me destrozó. Tomo pastillas para los nervios y la depresión. Siento su presencia, creo que me persigue. A veces hago faltar a mi marido a su trabajo porque tengo miedo. Pero ahora, quiero ver en una celda al hombre que abusó de mí”, avisó la joven.
“A los 11 vivía con mi mamá y con mi padrastro. Él solía estar en la casa al mediodía y a la noche. A veces mi madre no estaba y yo tenía que cuidar a mis hermanos. La primera vez que abusó de mí, se tiró encima mío para que no me pudiera mover. Desde esa vez y para siempre, comenzó a amenazarme con que no dijera nada porque nadie me iba a creer”, contó la víctima a LA GACETA.
Los abusos, de pronto, se volvieron frecuentes. Para evitar que los hermanos de la entonces niña dijeran algo, los encerraba en una pieza con el volumen del televisor al máximo. Esta tortura duró cinco años, hasta que ella decidió irse a vivir con su abuela. Allí cobró valor y dijo una verdad a medias, pero no tuvo la respuesta que esperaba. “No le dije a mi madre que me violó, sino que me espiaba. Pero él lo negó y ella le creyó. Estaba muy manipulada mi mamá”, lamentó la joven. La postura de su madre nunca cambió: en el último juicio, que se hizo hace dos semanas, hicieron un careo y la mujer le preguntó a su hija por qué mentía, la misma reacción que tuvo cuando la muchacha, a sus 18, se animó a contarle su calvario.
“A esa edad me fui a vivir con mi novio. Él me notaba rara porque no salía, vivía acostada. Cuando le conté, me alentó a hacer la denuncia. La hice por mi hermana menor, que aún vivía con él. La gente, quizás por ignorancia, me hacía sentir culpable a mí; me decían que mi madre iba a ir presa por encubrimiento”, relató.
Con la asistencia de los abogados José Fernando Páez y Juan Carlos López Casacci, la muchacha logró que su padrastro se sentara frente a un tribunal en 2014. Sin embargo, al camino todavía le quedaban algunas dificultades: en ese juicio, el tribunal pidió la nulidad de los argumentos del fiscal de Cámara Daniel Marranzino, quien había pedido la absolución. El funcionario del Ministerio Público Fiscal elevó un pedido de casación que fue revocado por la Corte Suprema. Allí se ordenó nombrar otra sala para un nuevo juicio.
En este nuevo proceso, fue vital el informe psicológico que le realizaron a la víctima, donde se constató su versión. Y aunque de nuevo la fiscalía de cámara, a cargo de Marta Jeréz, pidió la absolución, el tribunal compuesto por los jueces Alicia Freidenberg, Stella Maris Arce y Pedro Roldán Vázquez lo condenó a siete años de prisión por abuso sexual con acceso carnal doblemente agravado. Ahora los abogados de la muchacha pidieron que no se espere a que el fallo quede firme para detenerlo.
“Psicológicamente me destrozó. Tomo pastillas para los nervios y la depresión. Siento su presencia, creo que me persigue. A veces hago faltar a mi marido a su trabajo porque tengo miedo. Pero ahora, quiero ver en una celda al hombre que abusó de mí”, avisó la joven.
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