21 Enero 2017
LLEGAN Y SE VAN. Trum conversa con Obama en las escaleras del Capitolio. Cerca de ellos, las primeras damas. REUTERS
WASHINGTON.- Donald Trump abrió ayer una nueva era en Estados Unidos y en el mundo confirmando lo que venía anunciando desde la campaña electoral: que como presidente de la primera potencia global hará saltar el “establishment” por los aires.
Fue un discurso populista en el que prometió que sus políticas doméstica y exterior pondrán a los intereses de sus compatriotas por encima de todo. Trump, de 70 años, asume en un país muy dividido tras una feroz campaña presidencial. El multimillonario neoyorquino y ex estrella de la televisión ha puesto al país en un curso incierto a nivel local e internacional.
“Nosotros, los ciudadanos de Estados Unidos, estamos ahora unidos en un gran esfuerzo nacional para construir nuestro país y restablecer el futuro prometedor para todo nuestro pueblo”, manifestó a los pies del Capitolio. Lo escuchaba Barack Obama, el mandatario al que acusa de haber echado a perder el país y cuyo legado se apresta a desmontar. Para ello cuenta con un Congreso dominado por su Partido Republicano en las dos cámaras. Mientras Trump pronunciaba estas palabras, en Washington y otros lugares había manifestaciones en su contra.
En su primer discurso como presidente, calificado por su secretario de prensa como un “documento filosófico”, dejó clara su máxima: “America first” (Estados Unidos primero). Era lo esperado. “Una nueva visión gobernará nuestro país”, aseguró. Las palabras pronunciadas por Trump están pensadas para marcar el paso del país en los próximos cuatro años. El populismo que antes se estableció en América Latina y que está recorriendo ya Europa se instaló en Washington con su investidura como presidente número 45. Trump dijo a los estadounidenses que les entregará de nuevo el poder que había concentrado Washington. El magnate neoyorquino siempre se ha referido con el nombre de la capital al “establishment” con el que quiere acabar. “Estamos transfiriendo el poder de Washington DC y devolviéndoselo a ustedes, pueblo americano. Nunca más volverán a ser ignorados”, dijo.
“Juntos haremos a Estados Unidos ganar de nuevo, estar orgulloso de nuevo, ser seguro de nuevo, y sí, juntos haremos a Estados Unidos grande otra vez”, prometió acudiendo de nuevo al lema principal de su campaña electoral: “make America great again” (hagamos a Estados Unidos grande otra vez), una frase con la que convenció en las elecciones a hombres blancos de la clase trabajadora a quienes la globalización había golpeado.
En su discurso aludió a los trabajadores y familias estadounidenses, a los que prometió beneficiar, defendió el proteccionismo económico, acudió al patriotismo y prometió defender al país del terrorismo. “Uniremos al mundo civilizado contra el terrorismo radical islamista, que desaparecerá totalmente de la faz de la Tierra”, señaló.
Independientemente de la evaluación que hacen seguidores y detractores de él, nadie puede discutir que la llegada de Trump al poder supone un hecho extraordinario.
Hace poco más de año y medio, cuando lanzó su candidatura a la Casa Blanca en un partido al que ni siquiera pertenecía, nadie apostaba por el showman multimillonario conocido en el país por su famosa torre en Nueva York y por un reality de televisión. Pero aquí está.
Ahora tiemblan una parte de la sociedad norteamericana y una parte del mundo. Al frente de la primera fuerza económica y militar se sienta un hombre sin experiencia política -es el primer presidente de Estados Unidos que no ha desarrollado trabajo previo ejecutivo o legislativo, tampoco militar-, con un discurso que ha alentado tensiones xenófobas y racistas y en el que la línea divisoria entre la verdad y la mentira se ha demostrado en ocasiones muy fina.
En política internacional, sus movimientos previos anticipan un pulso con China, un acercamiento a la Rusia de Vladimir Putin, un enfrentamiento dialéctico con Europa, problemas en la OTAN, un cambio en el papel de su país en Cercano Oriente y un suplicio para México, al que ya ahoga económicamente y en cuya frontera quiere un muro. Pero realmente nadie sabe qué va a pasar.
“Comienza una nueva era”, anunciaba “The Washington Post” en el amanecer del día de su toma de posesión. “The New York Times” añadía el adjetivo de “impredecible” a los nuevos tiempos y recordaba que Trump “ha amenazado con destruir el orden establecido”. “Hora de la acción”, celebraba por su parte Fox News, cercana al republicano, “el presidente Trump promete luchar por el país y la prosperidad”.
Después del juramento ante el presidente de la Corte Suprema de Justicia, John Roberts, Trump levantó su mano derecha y abrazó a su esposa Melania. El traspaso de mando de un presidente demócrata a uno republicano tuvo lugar en el pórtico occidental del Capitolio ante ex presidentes, dignatarios y miles de personas congregadas en la Explanada Nacional.
Trump se muda a la Casa Blanca con la tarea pendiente de mejorar de su imagen. Una encuesta de ABC News/Washington Post publicada esta semana observó que sólo un 40% de los estadounidenses tiene una opinión favorable de Trump, el porcentaje más bajo para un presidente entrante desde el demócrata Jimmy Carter en 1977.
Fue un discurso populista en el que prometió que sus políticas doméstica y exterior pondrán a los intereses de sus compatriotas por encima de todo. Trump, de 70 años, asume en un país muy dividido tras una feroz campaña presidencial. El multimillonario neoyorquino y ex estrella de la televisión ha puesto al país en un curso incierto a nivel local e internacional.
“Nosotros, los ciudadanos de Estados Unidos, estamos ahora unidos en un gran esfuerzo nacional para construir nuestro país y restablecer el futuro prometedor para todo nuestro pueblo”, manifestó a los pies del Capitolio. Lo escuchaba Barack Obama, el mandatario al que acusa de haber echado a perder el país y cuyo legado se apresta a desmontar. Para ello cuenta con un Congreso dominado por su Partido Republicano en las dos cámaras. Mientras Trump pronunciaba estas palabras, en Washington y otros lugares había manifestaciones en su contra.
En su primer discurso como presidente, calificado por su secretario de prensa como un “documento filosófico”, dejó clara su máxima: “America first” (Estados Unidos primero). Era lo esperado. “Una nueva visión gobernará nuestro país”, aseguró. Las palabras pronunciadas por Trump están pensadas para marcar el paso del país en los próximos cuatro años. El populismo que antes se estableció en América Latina y que está recorriendo ya Europa se instaló en Washington con su investidura como presidente número 45. Trump dijo a los estadounidenses que les entregará de nuevo el poder que había concentrado Washington. El magnate neoyorquino siempre se ha referido con el nombre de la capital al “establishment” con el que quiere acabar. “Estamos transfiriendo el poder de Washington DC y devolviéndoselo a ustedes, pueblo americano. Nunca más volverán a ser ignorados”, dijo.
“Juntos haremos a Estados Unidos ganar de nuevo, estar orgulloso de nuevo, ser seguro de nuevo, y sí, juntos haremos a Estados Unidos grande otra vez”, prometió acudiendo de nuevo al lema principal de su campaña electoral: “make America great again” (hagamos a Estados Unidos grande otra vez), una frase con la que convenció en las elecciones a hombres blancos de la clase trabajadora a quienes la globalización había golpeado.
En su discurso aludió a los trabajadores y familias estadounidenses, a los que prometió beneficiar, defendió el proteccionismo económico, acudió al patriotismo y prometió defender al país del terrorismo. “Uniremos al mundo civilizado contra el terrorismo radical islamista, que desaparecerá totalmente de la faz de la Tierra”, señaló.
Independientemente de la evaluación que hacen seguidores y detractores de él, nadie puede discutir que la llegada de Trump al poder supone un hecho extraordinario.
Hace poco más de año y medio, cuando lanzó su candidatura a la Casa Blanca en un partido al que ni siquiera pertenecía, nadie apostaba por el showman multimillonario conocido en el país por su famosa torre en Nueva York y por un reality de televisión. Pero aquí está.
Ahora tiemblan una parte de la sociedad norteamericana y una parte del mundo. Al frente de la primera fuerza económica y militar se sienta un hombre sin experiencia política -es el primer presidente de Estados Unidos que no ha desarrollado trabajo previo ejecutivo o legislativo, tampoco militar-, con un discurso que ha alentado tensiones xenófobas y racistas y en el que la línea divisoria entre la verdad y la mentira se ha demostrado en ocasiones muy fina.
En política internacional, sus movimientos previos anticipan un pulso con China, un acercamiento a la Rusia de Vladimir Putin, un enfrentamiento dialéctico con Europa, problemas en la OTAN, un cambio en el papel de su país en Cercano Oriente y un suplicio para México, al que ya ahoga económicamente y en cuya frontera quiere un muro. Pero realmente nadie sabe qué va a pasar.
“Comienza una nueva era”, anunciaba “The Washington Post” en el amanecer del día de su toma de posesión. “The New York Times” añadía el adjetivo de “impredecible” a los nuevos tiempos y recordaba que Trump “ha amenazado con destruir el orden establecido”. “Hora de la acción”, celebraba por su parte Fox News, cercana al republicano, “el presidente Trump promete luchar por el país y la prosperidad”.
Después del juramento ante el presidente de la Corte Suprema de Justicia, John Roberts, Trump levantó su mano derecha y abrazó a su esposa Melania. El traspaso de mando de un presidente demócrata a uno republicano tuvo lugar en el pórtico occidental del Capitolio ante ex presidentes, dignatarios y miles de personas congregadas en la Explanada Nacional.
Trump se muda a la Casa Blanca con la tarea pendiente de mejorar de su imagen. Una encuesta de ABC News/Washington Post publicada esta semana observó que sólo un 40% de los estadounidenses tiene una opinión favorable de Trump, el porcentaje más bajo para un presidente entrante desde el demócrata Jimmy Carter en 1977.
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