15 Enero 2017
la gaceta / foto de Analía Jaramillo (archivo)
Por Juan María Segura - Columnista invitado
La educación es la actividad que mayor capacidad transformadora y oportunidades de progreso demostró a lo largo de toda la historia de la humanidad, generando ciencia, medicina e instituciones, y asegurando la transferencia de valores y legados de generación en generación. Dentro de la práctica educativa, el concepto de la calidad obró siempre como una fuerza aspiracional poderosa, animando a actores e instituciones a superar sus propios límites, ya sea a través de la innovación en formatos y prácticas de enseñanza, como en la calidad de los contenidos generados para apuntalar dinámicas de aprendizajes significativos.
Cada época impone retos y desafíos particulares que el sistema educativo y sus actores deben comprender e integrar a sus prácticas, transformándolos en propuestas originales y en ofertas relevantes para los nuevos problemas emergentes. En este sentido, el comienzo del siglo XXI se presenta como un momento de cambio trascendental y paradigmático en la historia de la humanidad.
Nunca antes la raza humana experimentó un salto cualitativo de tal magnitud y proporciones en sus condiciones de vida. Nunca. Los progresos anteriores, todos, el fuego, la lanza, la pólvora, el cultivo de las plantas, la escritura, la imprenta, la medicina, la energía eléctrica, la máquina de combustión, el automóvil, la energía nuclear, palidecen frente a lo ocurrido a partir de la invención de internet y de la liberación del flujo de información en el mundo. Repentinamente, el mundo moderno que puso al hombre en la luna y que creo máquinas, infraestructura y sistemas universales de derechos, finalmente está dando paso a un nuevo formato de sociedad hiperconectada, descentralizada, que trabaja y co-crea en red.
En este nuevo contexto sociocultural y tecnológico, el hombre debe enfrentar con dinamismo y determinación problemáticas que por su complejidad, originalidad o escala requieren nuevos abordajes. Las prácticas y recetas del pasado solo pueden aportar, en el mejor de los casos, una parte de la solución de dichos problemas.
En comparación con la situación vivida bajo el paradigma de la información escasa, en donde se definía a un analfabeto por su incapacidad para leer y escribir, en la actualidad avanzamos hacia un contexto organizativo en el cual se reconocerá a un analfabeto por su incapacidad para aprender y desaprender en un entorno de hiperconectividad y sobreabundancia de información. Esta afirmación, compartida por científicos y especialistas, obliga a poner especial atención en los procesos cognitivos involucrados en el aprendizaje a lo largo de toda la vida, no solo en los primeros años de vida y no exclusivamente dentro de los muros de un aula como la conocemos.
Nuevos saberes y competencias son exigidos. Iluminados por los avances de las neurociencias, y apuntalados por el robustecimiento de las teorías del aprendizaje, se vuelve tan necesario como posible dotar a aprendices y ciudadanos de una mirada cosmopolita, crítica y holística del mundo, pero a la vez despertar en ellos la sensibilidad necesaria frente a las culturas y causas locales, y el activismo y protagonismo explícito ante problemáticas que afectan la sustentabilidad del planeta.
En el inicio del año 2017, es mi deseo que los actores políticos y las instituciones de educación en Argentina se animen a innovar. Educar en un entorno VUCA (por los términos en ingles volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad) es el mandato de estos tiempos para educadores e instituciones.
Entiendo las lógicas de la política, las necesidades de mayorías en las cámaras del Congreso y la teoría del pato rengo. Pero con la educación no se juega, y mucho menos en este contexto histórico de transformación.
En marzo, una vez que se hagan públicos los resultados del Operativo Aprender, finalmente sabremos con precisión lo mal que rinde el sistema de educación nacional. ¿Estamos preparados para actuar? ¿Estamos capacitados para proponer transformaciones que cambien el curso de esta historia? ¿Estamos decididos a arriesgarnos? ¿Deseamos ser arquitectos del nuevo sistema, con todo el trabajo que ello supone? Deberíamos.
La educación es la actividad que mayor capacidad transformadora y oportunidades de progreso demostró a lo largo de toda la historia de la humanidad, generando ciencia, medicina e instituciones, y asegurando la transferencia de valores y legados de generación en generación. Dentro de la práctica educativa, el concepto de la calidad obró siempre como una fuerza aspiracional poderosa, animando a actores e instituciones a superar sus propios límites, ya sea a través de la innovación en formatos y prácticas de enseñanza, como en la calidad de los contenidos generados para apuntalar dinámicas de aprendizajes significativos.
Cada época impone retos y desafíos particulares que el sistema educativo y sus actores deben comprender e integrar a sus prácticas, transformándolos en propuestas originales y en ofertas relevantes para los nuevos problemas emergentes. En este sentido, el comienzo del siglo XXI se presenta como un momento de cambio trascendental y paradigmático en la historia de la humanidad.
Nunca antes la raza humana experimentó un salto cualitativo de tal magnitud y proporciones en sus condiciones de vida. Nunca. Los progresos anteriores, todos, el fuego, la lanza, la pólvora, el cultivo de las plantas, la escritura, la imprenta, la medicina, la energía eléctrica, la máquina de combustión, el automóvil, la energía nuclear, palidecen frente a lo ocurrido a partir de la invención de internet y de la liberación del flujo de información en el mundo. Repentinamente, el mundo moderno que puso al hombre en la luna y que creo máquinas, infraestructura y sistemas universales de derechos, finalmente está dando paso a un nuevo formato de sociedad hiperconectada, descentralizada, que trabaja y co-crea en red.
En este nuevo contexto sociocultural y tecnológico, el hombre debe enfrentar con dinamismo y determinación problemáticas que por su complejidad, originalidad o escala requieren nuevos abordajes. Las prácticas y recetas del pasado solo pueden aportar, en el mejor de los casos, una parte de la solución de dichos problemas.
En comparación con la situación vivida bajo el paradigma de la información escasa, en donde se definía a un analfabeto por su incapacidad para leer y escribir, en la actualidad avanzamos hacia un contexto organizativo en el cual se reconocerá a un analfabeto por su incapacidad para aprender y desaprender en un entorno de hiperconectividad y sobreabundancia de información. Esta afirmación, compartida por científicos y especialistas, obliga a poner especial atención en los procesos cognitivos involucrados en el aprendizaje a lo largo de toda la vida, no solo en los primeros años de vida y no exclusivamente dentro de los muros de un aula como la conocemos.
Nuevos saberes y competencias son exigidos. Iluminados por los avances de las neurociencias, y apuntalados por el robustecimiento de las teorías del aprendizaje, se vuelve tan necesario como posible dotar a aprendices y ciudadanos de una mirada cosmopolita, crítica y holística del mundo, pero a la vez despertar en ellos la sensibilidad necesaria frente a las culturas y causas locales, y el activismo y protagonismo explícito ante problemáticas que afectan la sustentabilidad del planeta.
En el inicio del año 2017, es mi deseo que los actores políticos y las instituciones de educación en Argentina se animen a innovar. Educar en un entorno VUCA (por los términos en ingles volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad) es el mandato de estos tiempos para educadores e instituciones.
Entiendo las lógicas de la política, las necesidades de mayorías en las cámaras del Congreso y la teoría del pato rengo. Pero con la educación no se juega, y mucho menos en este contexto histórico de transformación.
En marzo, una vez que se hagan públicos los resultados del Operativo Aprender, finalmente sabremos con precisión lo mal que rinde el sistema de educación nacional. ¿Estamos preparados para actuar? ¿Estamos capacitados para proponer transformaciones que cambien el curso de esta historia? ¿Estamos decididos a arriesgarnos? ¿Deseamos ser arquitectos del nuevo sistema, con todo el trabajo que ello supone? Deberíamos.