15 Enero 2017
EL ORIGEN. No está de más recordar que el célebre cuento de Julio Cortázar vio la luz en diciembre de 1946, en una oscura y casi olvidada revista literaria, Los anales de Buenos Aires. foto de dani yako
Seamos categóricos: Cortázar nos ha dejado una docena de cuentos que sin duda quedarán en la historia de la literatura. Inmunes al paso del tiempo, inquietantes y afectivos a la vez, sus historias de seres atrapados en situaciones paradisíacas y pesadillescas, por no decir también fantasmales, no cesan de interpelar al lector.
Hoy en día la ecuación cuentística cortazariana parece fácil de desentrañar. En el marco de sus formas breves, con moraleja implícita, los héroes de sus relatos se mueven entre dos mundos, uno moderno y otro ancestral. En el medio, por supuesto, está el ritual del pasaje. Es ahí donde los textos encuentran sus momentos más logrados. A veces, incluso, es como si nada más importara. Sólo es interesante el devenir (otro), franqueando espacios prohibidos o imposibles, aventurándose en un “más allá” que es tan permeable a la vida como a la muerte.
También es cierto que los protagonistas de sus cuentos suelen quedarse en un plano ambiguamente sensorial, como si la mera contemplación del otro lado ya les bastara, o como si supieran que no hay nada después de la epifanía que los convoca. Así, ver las puertas del cielo, contemplar la isla al mediodía o escuchar una melodía del mañana es el límite de su experiencia sensible. Cualquiera que pretenda trascenderla recibirá su castigo.
Casa tomada, sin duda su cuento más célebre, está cumpliendo 70 años. Muy bien llevados, por cierto, ya que parece escrito ayer, esa rara virtud de los clásicos. Tal vez no esté de más recordar que vio la luz en diciembre de 1946, en una oscura y casi olvidada revista literaria, Los anales de Buenos Aires, que por cierto tenía un editor de lujo: Borges.
Cuenta la leyenda que allí fue el joven Cortázar, como quien se apresta a dar el examen final ante el profesor más exigente, pero también, claro, el mejor. Parece que apenas hablaron. Borges le dijo que leería su cuento y que si le gustaba lo publicaría; podía pasar la semana siguiente por su dictamen. Cortázar recién pudo vencer su timidez a los 15 días. Esta vez Borges lo recibió con una sonrisa y muy buenas noticias. El cuento le había encantado, saldría publicado en el próximo número (el 11), e incluso le había pedido a su hermana Norah que lo ilustrara. También le dijo que las puertas de la revista estaban abiertas para él cuando quisiera alcanzarle algún otro texto.
Interpretaciones
El cuento volvió a aparecer en el primer gran libro de Cortázar, Bestiario (1951), poco antes de que su autor dejara el país para siempre. Así, poco a poco, fue ganando lectores atentos e interpretaciones cada vez más sofisticadas. Hoy en día, cuando tanta tinta ha corrido sobre sus páginas, parece una especie de castillo crítico inexpugnable, porque ya se hace difícil enarbolar alguna bandera nueva sobre él. De cualquier modo, no estaría mal rememorar algunas de las más famosas.
La primera seguramente fue vislumbrada por Borges. Estamos hablando, por supuesto, de la interpretación bíblica. En ella la casa sería una versión urbana del paraíso y los hermanos una variante criolla de Adán y Eva, ahora expulsados del santuario familiar por haber mordido la manzana del incesto. Un ejército de serpientes sigilosas podrían ser las invasoras que provocan su huida.
La segunda, una de las más interesantes, sugiere que Casa tomada es un cuento fantástico moderno. Acá los verdaderos protagonistas no serían ese matrimonio de hermanos tristes, sino los espectros de sus antepasados que, perturbados por el fantasma del incesto, deciden mostrar su descontento a través de sonidos apenas audibles. Al final consiguen su objetivo. El narrador e Irene tienen que abandonar el reducto familiar.
La tercera, sociopolítica, partiría de una identificación de la casa con el país, y de la única fecha que se menciona en el cuento: 1939 (año del inicio de la primera guerra mundial). Así, la casa (Argentina) está siendo invadida por alimañas (reales, simbólicas o imaginarias) que esconden en su nomenclatura el nombre del verdadero enemigo invasor: Alemania. No hay que olvidar que en el español antiguo “alimaña” también era el nombre del país germánico.
Cuentan que Edgar Alla Poe, cuando le señalaban la afinidad entre sus textos y los del alemán E.T.A. Hoffman llegó a contestar: “El horror no viene de Alemania, sino del alma”. Cortázar, admirador y traductor de Poe, seguramente debe haber pensado que en este caso el horror sí venía del alma de Alemania. Es como si las alimañas volvieran a tomar París al Sur.
Curiosamente, la interpretación más popular, la que sostiene que los invasores de la casa son los peronistas, parece la más inadecuada, por no decir directamente incorrecta. Ricardo Piglia ha señalado en más de una ocasión que no hay ningún elemento textual que la avale. Sólo alguna declaración apresurada de su autor parece haber estimulado la mente de críticos poco serios, ignorantes de los límites de la interpretación.
En todo caso, lo importante es que esta pequeña obra maestra ya tiene 70 jóvenes años, y que somos afortunados de poder seguir apreciándola, buscándole nuevos significados en la tranquilidad inquietante de nuestra propia casa, mientras afuera las alimañas pugnan por entrar, repugnantes, y así echarnos a perder el goce de este pequeño paraíso personal que nos gusta llamar, simplemente, literatura.
© LA GACETA
Marcelo Damiani - Novelista, crítico, docente.
Hoy en día la ecuación cuentística cortazariana parece fácil de desentrañar. En el marco de sus formas breves, con moraleja implícita, los héroes de sus relatos se mueven entre dos mundos, uno moderno y otro ancestral. En el medio, por supuesto, está el ritual del pasaje. Es ahí donde los textos encuentran sus momentos más logrados. A veces, incluso, es como si nada más importara. Sólo es interesante el devenir (otro), franqueando espacios prohibidos o imposibles, aventurándose en un “más allá” que es tan permeable a la vida como a la muerte.
También es cierto que los protagonistas de sus cuentos suelen quedarse en un plano ambiguamente sensorial, como si la mera contemplación del otro lado ya les bastara, o como si supieran que no hay nada después de la epifanía que los convoca. Así, ver las puertas del cielo, contemplar la isla al mediodía o escuchar una melodía del mañana es el límite de su experiencia sensible. Cualquiera que pretenda trascenderla recibirá su castigo.
Casa tomada, sin duda su cuento más célebre, está cumpliendo 70 años. Muy bien llevados, por cierto, ya que parece escrito ayer, esa rara virtud de los clásicos. Tal vez no esté de más recordar que vio la luz en diciembre de 1946, en una oscura y casi olvidada revista literaria, Los anales de Buenos Aires, que por cierto tenía un editor de lujo: Borges.
Cuenta la leyenda que allí fue el joven Cortázar, como quien se apresta a dar el examen final ante el profesor más exigente, pero también, claro, el mejor. Parece que apenas hablaron. Borges le dijo que leería su cuento y que si le gustaba lo publicaría; podía pasar la semana siguiente por su dictamen. Cortázar recién pudo vencer su timidez a los 15 días. Esta vez Borges lo recibió con una sonrisa y muy buenas noticias. El cuento le había encantado, saldría publicado en el próximo número (el 11), e incluso le había pedido a su hermana Norah que lo ilustrara. También le dijo que las puertas de la revista estaban abiertas para él cuando quisiera alcanzarle algún otro texto.
Interpretaciones
El cuento volvió a aparecer en el primer gran libro de Cortázar, Bestiario (1951), poco antes de que su autor dejara el país para siempre. Así, poco a poco, fue ganando lectores atentos e interpretaciones cada vez más sofisticadas. Hoy en día, cuando tanta tinta ha corrido sobre sus páginas, parece una especie de castillo crítico inexpugnable, porque ya se hace difícil enarbolar alguna bandera nueva sobre él. De cualquier modo, no estaría mal rememorar algunas de las más famosas.
La primera seguramente fue vislumbrada por Borges. Estamos hablando, por supuesto, de la interpretación bíblica. En ella la casa sería una versión urbana del paraíso y los hermanos una variante criolla de Adán y Eva, ahora expulsados del santuario familiar por haber mordido la manzana del incesto. Un ejército de serpientes sigilosas podrían ser las invasoras que provocan su huida.
La segunda, una de las más interesantes, sugiere que Casa tomada es un cuento fantástico moderno. Acá los verdaderos protagonistas no serían ese matrimonio de hermanos tristes, sino los espectros de sus antepasados que, perturbados por el fantasma del incesto, deciden mostrar su descontento a través de sonidos apenas audibles. Al final consiguen su objetivo. El narrador e Irene tienen que abandonar el reducto familiar.
La tercera, sociopolítica, partiría de una identificación de la casa con el país, y de la única fecha que se menciona en el cuento: 1939 (año del inicio de la primera guerra mundial). Así, la casa (Argentina) está siendo invadida por alimañas (reales, simbólicas o imaginarias) que esconden en su nomenclatura el nombre del verdadero enemigo invasor: Alemania. No hay que olvidar que en el español antiguo “alimaña” también era el nombre del país germánico.
Cuentan que Edgar Alla Poe, cuando le señalaban la afinidad entre sus textos y los del alemán E.T.A. Hoffman llegó a contestar: “El horror no viene de Alemania, sino del alma”. Cortázar, admirador y traductor de Poe, seguramente debe haber pensado que en este caso el horror sí venía del alma de Alemania. Es como si las alimañas volvieran a tomar París al Sur.
Curiosamente, la interpretación más popular, la que sostiene que los invasores de la casa son los peronistas, parece la más inadecuada, por no decir directamente incorrecta. Ricardo Piglia ha señalado en más de una ocasión que no hay ningún elemento textual que la avale. Sólo alguna declaración apresurada de su autor parece haber estimulado la mente de críticos poco serios, ignorantes de los límites de la interpretación.
En todo caso, lo importante es que esta pequeña obra maestra ya tiene 70 jóvenes años, y que somos afortunados de poder seguir apreciándola, buscándole nuevos significados en la tranquilidad inquietante de nuestra propia casa, mientras afuera las alimañas pugnan por entrar, repugnantes, y así echarnos a perder el goce de este pequeño paraíso personal que nos gusta llamar, simplemente, literatura.
© LA GACETA
Marcelo Damiani - Novelista, crítico, docente.