21 Diciembre 2016
TODO ES DESCONCIERTO. Unos hablan por teléfono, otros preguntan y hay quienes muestran preocupación. LA GACETA / FOTOs DE JULIO MARENGO
Fue un episodio de película. Y, la realidad superó a la ficción. Cientos de pasajeros entraron en pánico, el aeropuerto se convirtió en un pandemonium y no faltó la desesperación de un familiar por la enfermedad de un pariente. ¿Fue una broma o una amenaza? La Policía Aeroportuaria está investigando el tema. Pero antes de contestarse, la pregunta activó un plan de emergencia para desactivar la supuesta bomba que habría viajado a bordo del Airbus A320 del vuelo 4156 de Latam.
El revuelo se desencadenó cuando un individuo se acercó al mostrador de Latam para preguntar por la demora y afirmó: “vine a esperar a mi suegra, si se cae el avión es porque yo puse una bomba”. Ese vuelo debía estar aterrizado, ya que había partido a las 18.40, aproximadamente. En el pasaje decía que el horario de partida era a las 18.05, pero se había reprogramado para media hora después.
Mientras aquello ocurría en la terminal del “Benjamín Matienzo”, dentro del avión comenzó a hablar el piloto: “señores pasajeros solicitamos que se queden sentados con el cinturón abrochado. En unos minutos personal policial revisará el equipaje debido a que hay una amenaza de bomba”. La aeronave estacionó lejos de la manga y en medio de la pista.
Mientras esto pasaba en tierra, en el aire daba vueltas y vueltas el vuelo de Aerolíneas Argentinas al que no dejaban aterrizar hasta que se resolviera este tragicómico episodio (ver “A Córdoba”).
En el hall del aeropuerto el pánico, el enojo y la incertidumbre se habían apoderado de todos. Los pedidos de calma no alcanzaban. Tampoco dentro de la nave se podía pedir mucha tranquilidad, los pasajeros no entendían por qué si existía la posibilidad de que estallara una bomba ellos seguían atados a sus asientos. “Cuestiones de protocolo”, repitieron más de una vez las azafatas. Andrea Schlisserman, en tanto se sentía presa de una ataque de pánico al no poder salir, según contó. Acostumbrado a los vuelos y más calmo, al entrenador de Los Pumas, Daniel Hourcade, le parecía todo insólito. Pensó que la amenaza de bomba era en el aeropuerto y no en el avión. Cuarenta minutos después se empezó a evacuar la nave y los pasajeros tuvieron que hacer un inesperado recorrido -con una improvisada señalización- para llegar al edificio central, donde fueron alojados en una sala. “Nos tuvieron más de una hora. No hubo miedo ni histeria, pero sí enojo por cómo nos trataron. Es increíble: la última vez que vine me asaltaron y ahora, una amenaza de bomba”, contó Hourcade. Luego de que las valijas pasaron por los scanners empezó la normalidad. Los pasajeros fueron volviendo a sus domicilios.
El alivio de muchos contrastaba con la tensión de una mujer que rompió en llanto porque se demoró el encuentro con su madre de 80 años, que había sufrido un ACV y se encontraba grave.
El revuelo se desencadenó cuando un individuo se acercó al mostrador de Latam para preguntar por la demora y afirmó: “vine a esperar a mi suegra, si se cae el avión es porque yo puse una bomba”. Ese vuelo debía estar aterrizado, ya que había partido a las 18.40, aproximadamente. En el pasaje decía que el horario de partida era a las 18.05, pero se había reprogramado para media hora después.
Mientras aquello ocurría en la terminal del “Benjamín Matienzo”, dentro del avión comenzó a hablar el piloto: “señores pasajeros solicitamos que se queden sentados con el cinturón abrochado. En unos minutos personal policial revisará el equipaje debido a que hay una amenaza de bomba”. La aeronave estacionó lejos de la manga y en medio de la pista.
Mientras esto pasaba en tierra, en el aire daba vueltas y vueltas el vuelo de Aerolíneas Argentinas al que no dejaban aterrizar hasta que se resolviera este tragicómico episodio (ver “A Córdoba”).
En el hall del aeropuerto el pánico, el enojo y la incertidumbre se habían apoderado de todos. Los pedidos de calma no alcanzaban. Tampoco dentro de la nave se podía pedir mucha tranquilidad, los pasajeros no entendían por qué si existía la posibilidad de que estallara una bomba ellos seguían atados a sus asientos. “Cuestiones de protocolo”, repitieron más de una vez las azafatas. Andrea Schlisserman, en tanto se sentía presa de una ataque de pánico al no poder salir, según contó. Acostumbrado a los vuelos y más calmo, al entrenador de Los Pumas, Daniel Hourcade, le parecía todo insólito. Pensó que la amenaza de bomba era en el aeropuerto y no en el avión. Cuarenta minutos después se empezó a evacuar la nave y los pasajeros tuvieron que hacer un inesperado recorrido -con una improvisada señalización- para llegar al edificio central, donde fueron alojados en una sala. “Nos tuvieron más de una hora. No hubo miedo ni histeria, pero sí enojo por cómo nos trataron. Es increíble: la última vez que vine me asaltaron y ahora, una amenaza de bomba”, contó Hourcade. Luego de que las valijas pasaron por los scanners empezó la normalidad. Los pasajeros fueron volviendo a sus domicilios.
El alivio de muchos contrastaba con la tensión de una mujer que rompió en llanto porque se demoró el encuentro con su madre de 80 años, que había sufrido un ACV y se encontraba grave.
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