La verdad y el padre Juan
“En criminología las cosas son como son, no como algunos dicen que son”, aseguró el prestigioso criminólogo Raúl Torre, que llegó a la provincia para analizar las pericias que se realizaron en la investigación de la muerte del padre Juan Viroche. Paciente como buen pescador, en la mesa de un bar, sin decir ni una palabra de las conclusiones a las que había llegado, dejó en claro que estaba preocupado por las implicancias de la causa que estaba analizando. “¿Están preparados los tucumanos para saber la verdad?”, se preguntó al finalizar la charla.

Al cura lo encontraron muerto el 5 de octubre en la parroquia de Nuestra Señora del Valle de La Florida. Desde un principio hubo personas que se encargaron de instalar la hipótesis de un crimen. Aseguraban que el sacerdote había sido asesinado por los narcos a los que había denunciado por la venta de drogas en el este de la provincia. Luego, al perder fuerza esa teoría, las sospechas se volcaron hacia el poder político. Sin embargo, el fiscal Diego López Ávila sólo sumó indicios de que se trató de un suicidio. Ahora busca determinar si el padre decidió quitarse la vida o si fue inducido a hacerlo porque comprobó que recibió amenazas. Al parecer, no estarían impregnadas con las palabras características de mafiosos, sino que estarían relacionados a cuestiones sentimentales.

Héroes y villanos

Por este caso se confundieron los roles de héroes y de villanos. El fiscal federal Gustavo Gómez se transformó en una especie de espadachín de la Justicia al señalar en los medios de comunicación primero, y después en un escrito presentado a López Ávila, que Viroche había sido víctima de un crimen. Lo hizo sin haber tocado el expediente, sin analizar el lugar donde se encontró el cuerpo y sin estar en la provincia. No aportó pruebas, sino dichos de terceros. Inaceptable para una persona que ocupa un cargo tan importante como ese. Su participación mediática en esta historia le podría costar caro si prospera una iniciativa enviada al Ministerio Público Fiscal y a la Corte Suprema de Justicia de la provincia, presentada por el funcionario que dirige la investigación.

En medio de esta gran confusión, el legislador porteño Gustavo Vera y el abogado Mario Baudry se autoproclamaron enviados de Francisco y lograron que se les abrieran las puertas de la Casa de Gobierno y de Tribunales. Luego de escuchar cuáles eras las líneas investigativas, sin ninguna prueba, comenzaron a plantear distintas hipótesis en Buenos Aires. Sus teorías estaban vinculadas a un crimen mafioso perpetrado por la mano desocupada de los servicios de inteligencia. Después de haber generado revuelo y haber dejado a Tucumán como la “Ciudad Juárez de la Argentina”, desde el Vaticano confirmaron que ellos no representaban a nadie y mucho menos al Papa. La familia del cura también los negó y ya no quieren que usen el nombre de Viroche para hacer política.

De golpes bajos y operaciones

Los periodistas deben abrir los ojos para no caer en las llamadas “operaciones” u “operetas”. Se trata de estrategias para desviar la atención de la opinión pública. Y en este caso sobraron esas iniciativas. Por ejemplo, al poco tiempo de encontrarse el cuerpo circuló un video sobre la escena del crimen para hacer creer que en el lugar hubo una pelea previa. Después se comprobó que esas imágenes fueron tomadas luego de que los peritos realizaran su trabajo, es decir, no tenían valor alguno porque la escena había sido modificado.

Y el golpe bajo llegó con la viralización de las fotos del cuerpo del sacerdote. En la Justicia creen que esas fotos fueron compradas por operadores que se encargaron de difundirlas para generar más confusión aún. Con las imágenes en la mano, los tucumanos se transformaron en forenses y elaboraron hipótesis diferentes a las que arribaron los peritos de la Policía Científica, tarea que fue avalada por los especialistas de Gendarmería Nacional y el mismísimo Torre.

¿Cuál es el sentido de desviar la atención? En una primera lectura, tratar de que la Iglesia no se vea envuelta en un escándalo. La muerte del padre Juan puso a las autoridades eclesiásticas en el centro de la escena. Por las supuestas relaciones sentimentales que mantuvo, en la sociedad comenzó a debatirse el celibato, tema que es tabú para algunos creyentes. Y en este punto no se trata de cuestionar la vida privada de Viroche, sino de hablar de que un cura es un hombre que no puede resistirse a algo tan natural como amar, tener ganas de estar acompañado y hasta de ser contenido en los momentos más difíciles de su vida.

El cura representaba lo que Francisco llama un “pastor con olor a oveja”. Se trata de un sacerdote comprometido con los fieles. Él escuchaba los problemas y no tenía temor en buscar las soluciones para los chicos adictos a las drogas. También se puso al lado de los más débiles que son sometidos por el poder político o económico de turno. Esa postura molesta a los sectores más conservadores de la Iglesia que reniegan de esa misión porque creen que ellos están para guiar, no para acompañar al rebaño. Pese a las diferencias, todos se unieron bajo una misma consigna: proteger la imagen de la Iglesia sin importar el costo y sin preocuparse de que persistieran las dudas en la sociedad.

En medio de este difícil presente quedó el fiscal López Ávila. La opinión pública lo condenó por sólo intentar llegar a conocer la verdad. En un par de horas lo transformaron en el villano por haber sumado indicios de que Viroche no habría sido víctima de un crimen. No se quedó con una impresión, sino que pidió opiniones a otros especialistas para no tener ninguna duda. Pero para la sociedad eso no alcanza. Ya cerraron el caso. El padre fue víctima de un crimen y, por ese motivo, todo parece indicar que no está preparada para saber la verdad.

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