28 Septiembre 2016
ALIVIO PARA EL BOLSILLO. El comedor es una solución para muchos estudiantes que vienen del interior o de otras provincias, y para los trabajadores. LA GACETA / FOTOS DE ANALÍA JARAMILLO.-
Cuando Juan Pereyra vio el letrero pensó que era un viejo cartel abandonado. En él podía leerse: “Comedor popular y estudiantil, menú $ 25”. Semanas después volvió a pasar en su taxi por el lugar y el cartel seguía ahí. El valor del menú era el mismo: 25 pesos. “No podía creer que se pudiera comer por un precio tan barato, ¡es más barato que comer en casa!”, dice asombrado Pereyra.
Este menú incluye sopa de entrada, plato principal y un gran vaso de jugo. El precio es insignificante comparado con lo que cuesta un menú en cualquier otro lugar, y por eso es incomprensible. Pero los creadores de este “comedor popular y estudiantil” pueden justificarlo. El importe está exento de todo lucro para ajustarse a una idea: realizar una acción concreta que aporte a la sociedad. “Nos decían que llevemos el precio a 40 o 45 pesos -cuenta César Rasuk, uno de los voluntarios y fundadores del comedor- pero nosotros no queríamos un menú barato, queríamos un menú popular: algo que represente una verdadera ayuda social”.
El centro cultural Santos Discépolo, ubicado en La Rioja al 200, alberga el comedor desde el 8 de abril de este año. Su colorida fachada es sólo el preludio de sus múltiples matices interiores. Las paredes han sido copadas por murales: el retrato de un duende, un cielo nocturno y estrellado y un gran mapa de Sudamérica rodean los comensales, que en su mayoría son estudiantes o trabajadores de la zona. Banderines, una wiphala (bandera representativa de los pueblos andinos) y algunas frases como “el amor crece cuando se reparte” completan la ornamentación de los muros. En los parlantes suenan canciones de folclore latinoamericano. El aroma de la cocina casera se impone en el lugar.
Concurrentes
“El dinero de mi beca es muy poco y sin este espacio no podría sostener mi estadía”, cuenta Laura Zancanaro Pedroso, estudiante de intercambio brasileña. “Además, al ser un espacio relacionado con el arte, nos acerca a la cultura local y eso es muy importante para nosotros”, concluye Pedroso mientras recibe la aprobación de sus compañeros de mesa, otros estudiantes de intercambio de Brasil y de México.
De manera similar opina Gerónimo Boscarino, que cursa el secundario en una escuela técnica cercana: “Vine solo la primera vez y ahora somos más de cinco chicos que venimos de lunes a viernes porque nos ayuda mucho en la economía diaria, la comida es muy buena y algunas veces hay espectáculos”.
“Para el Guinness”
“Lo mejor es el ambiente -afirma Pedro Juárez, empleado de la UNT-, yo vine porque vi el cartel y entré, y ahora tengo amigos”. Juárez no deja de asombrarse por el precio. “Es algo insólito, debería estar en los Guinness”, bromea.
Alejandro Ávalos, estudiante de Santiago del Estero, asegura que el lugar es de gran ayuda para muchas personas. “Espero que la difusión sirva para que estos lugares se multipliquen y no para lo contrario, cerrarlo perjudicaría a mucha gente”, expresa.
Sin inflación
El centro cultural Santos Discépolo se solventa con talleres artísticos que se realizan por las tardes y con un bar que funciona por la noche, donde se realizan recitales. “Como teníamos el bar desocupado al mediodía aprovechamos para crear este comedor popular y estudiantil”, cuenta Benjamín Ramayo, encargado del lugar. “No recibimos subsidios ni estamos embanderados con ningún partido político -explica Ramayo-, liberamos los precios de todo lo que sea lucro para poder darle a la gente un menú digno y que constituya una acción real de ayuda social”.
Entre cinco y seis voluntarios llegan al lugar de lunes a viernes a las 9 de la mañana para preparar las 120 porciones diarias y el pan casero que acompaña los platos. Algunos de los platos principales son cazuela de pollo, guiso de lentejas, pastel de carne y humita, entre otros. Casi 500 personas rotan semanalmente en este espacio donde se respira un clima familiar, alegre y fraterno. Como en un país paralelo, en este comedor popular no existe la inflación y las personas que necesitan pueden acceder a un plato de comida.
Este menú incluye sopa de entrada, plato principal y un gran vaso de jugo. El precio es insignificante comparado con lo que cuesta un menú en cualquier otro lugar, y por eso es incomprensible. Pero los creadores de este “comedor popular y estudiantil” pueden justificarlo. El importe está exento de todo lucro para ajustarse a una idea: realizar una acción concreta que aporte a la sociedad. “Nos decían que llevemos el precio a 40 o 45 pesos -cuenta César Rasuk, uno de los voluntarios y fundadores del comedor- pero nosotros no queríamos un menú barato, queríamos un menú popular: algo que represente una verdadera ayuda social”.
El centro cultural Santos Discépolo, ubicado en La Rioja al 200, alberga el comedor desde el 8 de abril de este año. Su colorida fachada es sólo el preludio de sus múltiples matices interiores. Las paredes han sido copadas por murales: el retrato de un duende, un cielo nocturno y estrellado y un gran mapa de Sudamérica rodean los comensales, que en su mayoría son estudiantes o trabajadores de la zona. Banderines, una wiphala (bandera representativa de los pueblos andinos) y algunas frases como “el amor crece cuando se reparte” completan la ornamentación de los muros. En los parlantes suenan canciones de folclore latinoamericano. El aroma de la cocina casera se impone en el lugar.
Concurrentes
“El dinero de mi beca es muy poco y sin este espacio no podría sostener mi estadía”, cuenta Laura Zancanaro Pedroso, estudiante de intercambio brasileña. “Además, al ser un espacio relacionado con el arte, nos acerca a la cultura local y eso es muy importante para nosotros”, concluye Pedroso mientras recibe la aprobación de sus compañeros de mesa, otros estudiantes de intercambio de Brasil y de México.
De manera similar opina Gerónimo Boscarino, que cursa el secundario en una escuela técnica cercana: “Vine solo la primera vez y ahora somos más de cinco chicos que venimos de lunes a viernes porque nos ayuda mucho en la economía diaria, la comida es muy buena y algunas veces hay espectáculos”.
“Para el Guinness”
“Lo mejor es el ambiente -afirma Pedro Juárez, empleado de la UNT-, yo vine porque vi el cartel y entré, y ahora tengo amigos”. Juárez no deja de asombrarse por el precio. “Es algo insólito, debería estar en los Guinness”, bromea.
Alejandro Ávalos, estudiante de Santiago del Estero, asegura que el lugar es de gran ayuda para muchas personas. “Espero que la difusión sirva para que estos lugares se multipliquen y no para lo contrario, cerrarlo perjudicaría a mucha gente”, expresa.
Sin inflación
El centro cultural Santos Discépolo se solventa con talleres artísticos que se realizan por las tardes y con un bar que funciona por la noche, donde se realizan recitales. “Como teníamos el bar desocupado al mediodía aprovechamos para crear este comedor popular y estudiantil”, cuenta Benjamín Ramayo, encargado del lugar. “No recibimos subsidios ni estamos embanderados con ningún partido político -explica Ramayo-, liberamos los precios de todo lo que sea lucro para poder darle a la gente un menú digno y que constituya una acción real de ayuda social”.
Entre cinco y seis voluntarios llegan al lugar de lunes a viernes a las 9 de la mañana para preparar las 120 porciones diarias y el pan casero que acompaña los platos. Algunos de los platos principales son cazuela de pollo, guiso de lentejas, pastel de carne y humita, entre otros. Casi 500 personas rotan semanalmente en este espacio donde se respira un clima familiar, alegre y fraterno. Como en un país paralelo, en este comedor popular no existe la inflación y las personas que necesitan pueden acceder a un plato de comida.
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