29 Abril 2016
“Con esta condena voy a ir a verlo al ‘Negro’ para decirle que la promesa está cumplida”
Los cinco policías fueron condenados y los familiares de Ismael Lucena se mostraron conformes con el fallo de los jueces por su crimen Al enterrar al joven víctima de homicidio, su cuñada tiró un poco tierra al cajón y le juró: “me la van a pagar”
A LA CÁRCEL. Becero es el primero de los acusados en salir de Tribunales, esposado. Detrás de él, los policías se llevan a Monserrat y a González. la gaceta / foto de frnaco vera
“Voy a decir toda mi verdad y que la gente saque sus conclusiones”, aseguró Mondino Becero, el principal acusado por la muerte de Ismael Lucena, mientras paseaba su imponente figura por los pasillos de Tribunales. Y cumplió. Pasó a decir sus últimas palabras frente al tribunal antes del veredicto y explicó: “si lo hubiese querido matar, le hubiese pegado un tiro”. Sabía que su situación era complicada y en su último recurso, señaló que la escopeta del también imputado por homicidio Antonio Monserrat no tenía la goma con la que la presentó a la Justicia. Todos en el lugar intuyeron que lo quiso incriminar, que quiso mostrar que el arma pudo haber sido el objeto con el que golpearon al joven.
Por último, les avisó a los jueces: “si ustedes creen que soy culpable, ahí voy a estar, al lado del doctor (Cergio Morfil, su defensor)”. Las palabras del ex policía no sonaron con la soberbia que les imprimió la semana pasada al declarar. Mientras, los periodistas tuiteaban, los familiares esperaban ansiosos y los policías encargados del operativo miraban para todos lados con gesto adusto, como en todas las jornadas del juicio.
Los otros acusados fueron breves cuando hablaron “Está demostrada mi inocencia”, dijo Monserrat, el otro imputado por homicidio. Luego pasaron los policías acusados por encubrimiento y falseamiento de documento público: Francisco González, Rubén Tejerina y Antonio Zelarayán. Los tres se defiendieron entre sí y juraron haber actuado conforme lo estipula la ley.
La presidenta del tribunal, Alicia Freidenberg, se retiró a deliberar con los vocales Dante Ibáñez y Néstor Rafael Macoritto. Antes avisó que el fallo no estaría antes de dos horas.
Quién era Ismael
“Era muy flaquito, se reía por todo, estaba atento siempre. Llegaba con tortillas y me decía que tomemos mate. No se quejaba por nada y todo le costó el doble. Era muy indefenso, muy tímido. Le gustaba una chica y no se animaba a hablarle. Con una mirada decía todo. Era una persona que no iba a dañar a nadie. Se cagaba laburando. Era fanático de Atlético, de Cachumba, y La Mona. Llenaba su carrito de flores y plantas para venderlas y salía con su Gauchito Gil. Era el hijo varón que no tuve. Era pura ternura y al matarlo me clavaron un puñal que voy a llevar hasta el día que me muera”, contó su cuñada, Isabel de la Cruz, mientras los jueces discutían la condena. Es ella quien se puso al hombro la lucha, no sin antes tropezar.
“Los primeros dos días me empastillé mal. Pero cuando lo enterré, que fueron 1.500 personas a despedirlo, le tiré el terrón y le dije ‘me la van a pagar’. Fueron años muy duros. El que caminó Tribunales lo sabe y más con el dolor de haber enterrado a un ser querido. Uno tiene que prepararse”, agregó.
Ella lleva pidiendo justicia desde el 10 de noviembre del 2011, día en que murió Lucena en el Hospital Padilla. Un golpe en la cabeza le produjo un hundimiento en el cráneo. Aguantó cerca de 17 horas, entre convulsiones y paros cardíacos.
“Poner el pecho”
“Si dicen que somos culpables hay que poner el pecho a las balas y ser fuerte (se quiebra), tengo una familia por detrás. Será cuestión de estudiar algo. Sé que mi mujer y mi familia me van a apoyar”, declaró Becero a LA GACETA. Fue el único imputado que aceptó ser entrevistado.
El acusado volvió a la carga sobre la escopeta y señaló que es el objeto con el que le hundieron el cráneo a Lucena: “Lo determinó la fiscala (Mariana) Rivadeneira”.
Sin embargo, adujo que no vio cuando le dieron el golpe mortal a la víctima. “No veo cuando le pegan, porque en ese momento estoy por ingresar a la casa de Álvarez (lugar donde se escondió Lucena). Él viene trastabillando. Me acerco apuntándolo con la pistola, porque todos los policías lo hacemos. Se me abalanza. Corro la pistola y le doy un pechón en el pecho”, relató.
El principal argumento para demostrar su inocencia se basó en dos preguntas: “¿Por qué no saltó sangre en la ventana? ¿Por qué no había sangre en mi arma?”.
Por último, entregó la esperanza que le quedaban a sus creencias religiosas: “Que Dios y la Virgen ilumine a los jueces, que los envuelva con su manto y les haga abrir los ojos”. Al terminar la entrevista, se entregó a un abrazo con su esposa y otra mujer que los acompañó todo el tiempo.
La sentencia
Tres horas después de retirarse a deliberar, los jueces se sentaron en su sitio. Freidenberg dijo por enésima vez en lo que va del juicio que no quería que se registraran incidentes. La primera condena que se leyó fue la de Becero: prisión perpetua por ser considerado el autor material del homicidio de Lucena. Mientras hablaba la secretaria, se escuchó ese sonido que producen varias personas al quedarse sin aire por la sorpresa. Se escucharon sollozos. De un lado de la sala derramaron lágrimas las dos mujeres que acompañan al condenado. Del otro, lloró la familia de la víctima. Becero bajó la cabeza y perdió su mirada vista en el suelo.
La secretaria retomó la palabra y anunció que Monserrat fue condenado a siete años de prisión por lesiones agravadas y amenazas. La fiscal había pedido cadena perpetua para él por considerarlo coautor del homicidio. Luego se leyó la sentencia a González. También serán siete años para él, por encubrimiento agravado y falsedad ideológica de instrumento público. Por último, se anunció que Tejerina y Zelarayán fueron hallados culpables de encubrimiento agravado y se les impuso una pena de tres años de prisión de forma condicional. Es decir, regresaron a sus casas.
“Con esta condena voy a ir a ver al ‘Negro’ y le voy a decir que la promesa está cumplida. Las lágrimas no fueron en vano”, dijo de la Cruz entre abrazos con la familia y micrófonos que esperaron saber su opinión sobre el fallo que esperó casi cinco años.
APOYO.- Durante todas las jornadas del juicio la familia de Lucena fue acompañada por decenas de personas que siempre se ubicaron sobre la calle Congreso para manifestarse en favor de la víctima. Ese grupo convocó militantes de partidos de izquierda, integrantes de organismos de Derechos Humanos y familiares de víctimas de casos similares.
Operativo.- Los efectivos de la Policía destinados a Tribunales fueron denunciados en varias ocasiones por allegados a Lucena por un “trato arbitrario”. Según señalaban los amigos y familiares de Lucena, se trataba mucho mejor a los familiares de los acusados. No fueron pocas las veces en que se generaron discusiones entre los uniformados y los que quería ingresar a la sala. La mayoría de las polémicas se dieron por la prohibición del ingreso bajo el argumento de que no había lugar en la sala. Durante la última jornada, todos los oyentes fueron palpados por policías presentes, tuvieron que someterse a un escaneo y mostrar el interior de mochilas y bolsos.
Aplausos.- La gran ovación de la tarde se la llevaron Isabel de la Cruz Lucena y la querellante Julia Albarracín cuando abandonaron la sala. Antes de atender a la prensa, se permitieron un momento para gritar que Ismael estaba “presente”. “Estamos muy conformes. Esto sirve para abrir un debate sobre la seguridad y sobre cómo debemos comprometernos los ciudadanos”, dijo Albarracín.
Tragicomedia.- El juicio transitó una bipolaridad, entre lo trágico de las declaraciones de los testigos y las situaciones que rozaron la comedia, como cuando el defensor Cergio Morfil tomó el arma de Becero y un perito que se encontraba declararon le dio un manotazo argumentando que podía estar cargada. Finalmente el tribunal le dijo al abogado que dejara el arma sobre la mesa, por lo que tuvo que improvisar un arma con su dedo índice.
Por último, les avisó a los jueces: “si ustedes creen que soy culpable, ahí voy a estar, al lado del doctor (Cergio Morfil, su defensor)”. Las palabras del ex policía no sonaron con la soberbia que les imprimió la semana pasada al declarar. Mientras, los periodistas tuiteaban, los familiares esperaban ansiosos y los policías encargados del operativo miraban para todos lados con gesto adusto, como en todas las jornadas del juicio.
Los otros acusados fueron breves cuando hablaron “Está demostrada mi inocencia”, dijo Monserrat, el otro imputado por homicidio. Luego pasaron los policías acusados por encubrimiento y falseamiento de documento público: Francisco González, Rubén Tejerina y Antonio Zelarayán. Los tres se defiendieron entre sí y juraron haber actuado conforme lo estipula la ley.
La presidenta del tribunal, Alicia Freidenberg, se retiró a deliberar con los vocales Dante Ibáñez y Néstor Rafael Macoritto. Antes avisó que el fallo no estaría antes de dos horas.
Quién era Ismael
“Era muy flaquito, se reía por todo, estaba atento siempre. Llegaba con tortillas y me decía que tomemos mate. No se quejaba por nada y todo le costó el doble. Era muy indefenso, muy tímido. Le gustaba una chica y no se animaba a hablarle. Con una mirada decía todo. Era una persona que no iba a dañar a nadie. Se cagaba laburando. Era fanático de Atlético, de Cachumba, y La Mona. Llenaba su carrito de flores y plantas para venderlas y salía con su Gauchito Gil. Era el hijo varón que no tuve. Era pura ternura y al matarlo me clavaron un puñal que voy a llevar hasta el día que me muera”, contó su cuñada, Isabel de la Cruz, mientras los jueces discutían la condena. Es ella quien se puso al hombro la lucha, no sin antes tropezar.
“Los primeros dos días me empastillé mal. Pero cuando lo enterré, que fueron 1.500 personas a despedirlo, le tiré el terrón y le dije ‘me la van a pagar’. Fueron años muy duros. El que caminó Tribunales lo sabe y más con el dolor de haber enterrado a un ser querido. Uno tiene que prepararse”, agregó.
Ella lleva pidiendo justicia desde el 10 de noviembre del 2011, día en que murió Lucena en el Hospital Padilla. Un golpe en la cabeza le produjo un hundimiento en el cráneo. Aguantó cerca de 17 horas, entre convulsiones y paros cardíacos.
“Poner el pecho”
“Si dicen que somos culpables hay que poner el pecho a las balas y ser fuerte (se quiebra), tengo una familia por detrás. Será cuestión de estudiar algo. Sé que mi mujer y mi familia me van a apoyar”, declaró Becero a LA GACETA. Fue el único imputado que aceptó ser entrevistado.
El acusado volvió a la carga sobre la escopeta y señaló que es el objeto con el que le hundieron el cráneo a Lucena: “Lo determinó la fiscala (Mariana) Rivadeneira”.
Sin embargo, adujo que no vio cuando le dieron el golpe mortal a la víctima. “No veo cuando le pegan, porque en ese momento estoy por ingresar a la casa de Álvarez (lugar donde se escondió Lucena). Él viene trastabillando. Me acerco apuntándolo con la pistola, porque todos los policías lo hacemos. Se me abalanza. Corro la pistola y le doy un pechón en el pecho”, relató.
El principal argumento para demostrar su inocencia se basó en dos preguntas: “¿Por qué no saltó sangre en la ventana? ¿Por qué no había sangre en mi arma?”.
Por último, entregó la esperanza que le quedaban a sus creencias religiosas: “Que Dios y la Virgen ilumine a los jueces, que los envuelva con su manto y les haga abrir los ojos”. Al terminar la entrevista, se entregó a un abrazo con su esposa y otra mujer que los acompañó todo el tiempo.
La sentencia
Tres horas después de retirarse a deliberar, los jueces se sentaron en su sitio. Freidenberg dijo por enésima vez en lo que va del juicio que no quería que se registraran incidentes. La primera condena que se leyó fue la de Becero: prisión perpetua por ser considerado el autor material del homicidio de Lucena. Mientras hablaba la secretaria, se escuchó ese sonido que producen varias personas al quedarse sin aire por la sorpresa. Se escucharon sollozos. De un lado de la sala derramaron lágrimas las dos mujeres que acompañan al condenado. Del otro, lloró la familia de la víctima. Becero bajó la cabeza y perdió su mirada vista en el suelo.
La secretaria retomó la palabra y anunció que Monserrat fue condenado a siete años de prisión por lesiones agravadas y amenazas. La fiscal había pedido cadena perpetua para él por considerarlo coautor del homicidio. Luego se leyó la sentencia a González. También serán siete años para él, por encubrimiento agravado y falsedad ideológica de instrumento público. Por último, se anunció que Tejerina y Zelarayán fueron hallados culpables de encubrimiento agravado y se les impuso una pena de tres años de prisión de forma condicional. Es decir, regresaron a sus casas.
“Con esta condena voy a ir a ver al ‘Negro’ y le voy a decir que la promesa está cumplida. Las lágrimas no fueron en vano”, dijo de la Cruz entre abrazos con la familia y micrófonos que esperaron saber su opinión sobre el fallo que esperó casi cinco años.
APOYO.- Durante todas las jornadas del juicio la familia de Lucena fue acompañada por decenas de personas que siempre se ubicaron sobre la calle Congreso para manifestarse en favor de la víctima. Ese grupo convocó militantes de partidos de izquierda, integrantes de organismos de Derechos Humanos y familiares de víctimas de casos similares.
Operativo.- Los efectivos de la Policía destinados a Tribunales fueron denunciados en varias ocasiones por allegados a Lucena por un “trato arbitrario”. Según señalaban los amigos y familiares de Lucena, se trataba mucho mejor a los familiares de los acusados. No fueron pocas las veces en que se generaron discusiones entre los uniformados y los que quería ingresar a la sala. La mayoría de las polémicas se dieron por la prohibición del ingreso bajo el argumento de que no había lugar en la sala. Durante la última jornada, todos los oyentes fueron palpados por policías presentes, tuvieron que someterse a un escaneo y mostrar el interior de mochilas y bolsos.
Aplausos.- La gran ovación de la tarde se la llevaron Isabel de la Cruz Lucena y la querellante Julia Albarracín cuando abandonaron la sala. Antes de atender a la prensa, se permitieron un momento para gritar que Ismael estaba “presente”. “Estamos muy conformes. Esto sirve para abrir un debate sobre la seguridad y sobre cómo debemos comprometernos los ciudadanos”, dijo Albarracín.
Tragicomedia.- El juicio transitó una bipolaridad, entre lo trágico de las declaraciones de los testigos y las situaciones que rozaron la comedia, como cuando el defensor Cergio Morfil tomó el arma de Becero y un perito que se encontraba declararon le dio un manotazo argumentando que podía estar cargada. Finalmente el tribunal le dijo al abogado que dejara el arma sobre la mesa, por lo que tuvo que improvisar un arma con su dedo índice.