23 Abril 2016
EN MODO MALEDUCADO. En las aulas, los docentes luchan para que los chicos despeguen la mirada de la pantalla y les presten atención. la gaceta / foto de Analía Jaramillo
“Tengo hijos de 17 y 11 años. El segundo no usa mucho el teléfono. Pero el más grande es celular-dependiente. ¡Lo que más me molesta es que no lo deje nunca! Lo tiene en la mano permanentemente y chatea mientras habla con nosotros (los padres) y se enoja si le decimos que no nos presta atención porque él considera que puede hacer todo a la vez. Es imposible que lo deje un rato durante las comidas y si no lo usa pone música y lo apoya en la mesa. ¡Pero lo que más me ‘saca’ es que cuando necesito hablar con él de manera urgente, no me atiende o lo tiene apagado!”.
La dueña de la anécdota es Soledad Valenzuela (actriz, 44 años). Y cualquier parecido con la realidad que se vive en la mayoría de las casas con adolescentes no es pura coincidencia. Pero no hay por qué echarle la culpa de todo a los chicos. A la hora de hacer una autocrítica, Soledad se sincera: “los adultos tenemos cierta responsabilidad. Reconozco que uso muchísimo el celular pero hay largos períodos de tiempo en que está silenciado o apagado porque estoy dando clases o ensayando y me olvido de él. Nunca lo tengo durante las comidas por ejemplo y detesto la gente que sale con vos y está pendiente del teléfono. Es real que los tiempos han cambiado y que nosotros también entramos en la vorágine de las redes sociales y demás... Ojalá pudiéramos transmitirles un poco de sensatez a nuestros hijos”, reflexiona.
El celular se ha metido tanto en nuestras vidas que ha terminado por modificar todos los hábitos y prácticas sociales. Ese aparatito que nos roba la atención gran parte del día también nos está arrebatando la cortesía, el respeto por lo demás, el mirar a los ojos cuando se habla.
En estos puntos coindicen los especialistas en comunicaciones. Y también lo admite la gente. Así lo demostró una encuesta a 1.000 personas mayores de 16 años de todo el país. Ocho de cada 10 argentinos están de acuerdo con que hay un mal uso del celular en términos de respeto hacia las personas de alrededor. Si bien la población es consciente de que se hace un mal uso del celular, hay resistencia a cambiar: el 40% dice que aunque sus hábitos son cuestionables, no los modificarían porque nadie lo hace. La encuesta la hizo el Centro De Investigaciones Sociales (CIS) Voices! y la Fundación UADE.
Constanza Cilley, Directora Ejecutiva de Voices!, dijo: “los malos hábitos están muy extendidos. Este hecho muestra quizás la necesidad de campañas que promuevan y fomenten el buen uso de la tecnología”.
¿Por dónde hay que empezar? Por la mesa, sugiere Ramiro Albarracín. Es docente de protocolo de la Universidad de San Pablo- T y según su punto de vista en cualquier ámbito es una falta de respeto dejar el teléfono a mano mientras se está almorzando, cenando o en una reunión.
“El teléfono móvil, paradójicamente, es un elemento maravilloso para la organización protocolar, para estar comunicados; pero al mismo tiempo nos hace de alguna forma más maleducadas a las personas. Causa distracción y a más de uno también nos ha puesto en una situación avergonzante. Me pasó a mí, en medio de una conferencia: olvidé ponerlo en silencio y empezó a sonar”, recuerda, y también reniega por las interrupciones que se dan en las clases a causa del mal uso del celular.
Hay que empezar por casa, sugieren tres de cada 10 argentinos, quienes sostienen que los padres deben educar a sus hijos sobre el uso del celular. En ese punto coincide Karina Moreno, psicóloga social. A ella lo que más le preocupa es que los adolescentes dejaron de mirar a los ojos cuando hablan. “Ya ni siquiera pedimos permiso para usar el teléfono. Urge que revisemos nuestras actitudes, que no le echemos la culpa a la tecnología. Hay que poner reglas en las casas y que se cumplan. Los jóvenes son los más maleducados con el celular, pero los adultos no dan el mejor ejemplo”.
Y la escuela, ¿qué puede hacer? “Es evidente que podemos hacer mucho los docentes, pero en este momento nos encontramos en una encrucijada. Sabemos que el celular es un elemento de distracción y de malos hábitos. Pero también tenemos a mano un arma que es de mucha utilidad para el aprendizaje, que sirve para buscar información, para enriquecer una clase. Encontrar el equilibrio es la clave”, reflexiona Luis Costilla, profesor de historia.
Fuera de la mesa.- “Tengo tres hijas, de 10, 14 y 16 años. Les compré celular a las más grandes cuando empezaron la secundaria por una cuestión de seguridad, porque empezaban a moverse solas y yo quería saber dónde estaban y si estaban bien. Lo que más me saca de las casillas es que están todo el día con el teléfono; a veces hasta altas horas de la madrugada. Otra cosa que odio es que cuando les hablo estén mirando el celular, pendientes del WhatsApp. Las reto, les saco el aparato como castigo. Pero después se los termino dando. Sufren un montón cuando no lo tienen. Reconozco que también uso mucho el celular; es un mal necesario. En casa hay dos reglas claras: en la mesa no se usa el celular y si no me contestan cuando están afuera y yo las llamo les quito el teléfono”. (Valeria Moreno, trabaja en la UNT)
Bajo las sábanas.- “Tengo una hija de 14 años que vive pendiente del celular. En la mesa no deja ni un instante el teléfono y eso hace que mi papá, su abuelo, la rete. A mí lo que más me molesta es que de noche se pone bajo las sábanas para que no me de cuenta que sigue chateando, a pesar de ser muy tarde. Hoy con las cosas que pasan tengo miedo que saque el celular, cuando viene caminando después del colegio y que le suceda algo si se lo quieren robar. Ella no mide las consecuencias”. (Sandra Clemente, docente).
En su mundo.- “Tengo dos hijos: Lucía de 11 años y Lucca de 9. Los dos tienen teléfono. El lo usa principalmente para jugar y ella está enganchada con los videos de youtube. Lucía me hace renegar. Lo que más me saca es que no me mire a los ojos cuando le hablo... Y siga cantando con los auriculares puestos, con su cara que me dice ‘como rompes mamá’. Me enfurezco, grito como loca y les quito el celular”. (Melina Vega, maestra jardinera).
Casi una causa perdida.- En Buenos Aires, cada vez son más los restaurantes que se suman a la idea de ofrecer un beneficio para quienes apaguen el celular. En Tucumán esto aún no se ha puesto de moda. Fernando Rios Kissner, propietario de tres negocios de gastronomía, comentó que él había pensado hacerlo en algún momento para que en las mesas haya más “comunicación real”. “Lamentablemente es casi una causa perdida”, consideró.
La dueña de la anécdota es Soledad Valenzuela (actriz, 44 años). Y cualquier parecido con la realidad que se vive en la mayoría de las casas con adolescentes no es pura coincidencia. Pero no hay por qué echarle la culpa de todo a los chicos. A la hora de hacer una autocrítica, Soledad se sincera: “los adultos tenemos cierta responsabilidad. Reconozco que uso muchísimo el celular pero hay largos períodos de tiempo en que está silenciado o apagado porque estoy dando clases o ensayando y me olvido de él. Nunca lo tengo durante las comidas por ejemplo y detesto la gente que sale con vos y está pendiente del teléfono. Es real que los tiempos han cambiado y que nosotros también entramos en la vorágine de las redes sociales y demás... Ojalá pudiéramos transmitirles un poco de sensatez a nuestros hijos”, reflexiona.
El celular se ha metido tanto en nuestras vidas que ha terminado por modificar todos los hábitos y prácticas sociales. Ese aparatito que nos roba la atención gran parte del día también nos está arrebatando la cortesía, el respeto por lo demás, el mirar a los ojos cuando se habla.
En estos puntos coindicen los especialistas en comunicaciones. Y también lo admite la gente. Así lo demostró una encuesta a 1.000 personas mayores de 16 años de todo el país. Ocho de cada 10 argentinos están de acuerdo con que hay un mal uso del celular en términos de respeto hacia las personas de alrededor. Si bien la población es consciente de que se hace un mal uso del celular, hay resistencia a cambiar: el 40% dice que aunque sus hábitos son cuestionables, no los modificarían porque nadie lo hace. La encuesta la hizo el Centro De Investigaciones Sociales (CIS) Voices! y la Fundación UADE.
Constanza Cilley, Directora Ejecutiva de Voices!, dijo: “los malos hábitos están muy extendidos. Este hecho muestra quizás la necesidad de campañas que promuevan y fomenten el buen uso de la tecnología”.
¿Por dónde hay que empezar? Por la mesa, sugiere Ramiro Albarracín. Es docente de protocolo de la Universidad de San Pablo- T y según su punto de vista en cualquier ámbito es una falta de respeto dejar el teléfono a mano mientras se está almorzando, cenando o en una reunión.
“El teléfono móvil, paradójicamente, es un elemento maravilloso para la organización protocolar, para estar comunicados; pero al mismo tiempo nos hace de alguna forma más maleducadas a las personas. Causa distracción y a más de uno también nos ha puesto en una situación avergonzante. Me pasó a mí, en medio de una conferencia: olvidé ponerlo en silencio y empezó a sonar”, recuerda, y también reniega por las interrupciones que se dan en las clases a causa del mal uso del celular.
Hay que empezar por casa, sugieren tres de cada 10 argentinos, quienes sostienen que los padres deben educar a sus hijos sobre el uso del celular. En ese punto coincide Karina Moreno, psicóloga social. A ella lo que más le preocupa es que los adolescentes dejaron de mirar a los ojos cuando hablan. “Ya ni siquiera pedimos permiso para usar el teléfono. Urge que revisemos nuestras actitudes, que no le echemos la culpa a la tecnología. Hay que poner reglas en las casas y que se cumplan. Los jóvenes son los más maleducados con el celular, pero los adultos no dan el mejor ejemplo”.
Y la escuela, ¿qué puede hacer? “Es evidente que podemos hacer mucho los docentes, pero en este momento nos encontramos en una encrucijada. Sabemos que el celular es un elemento de distracción y de malos hábitos. Pero también tenemos a mano un arma que es de mucha utilidad para el aprendizaje, que sirve para buscar información, para enriquecer una clase. Encontrar el equilibrio es la clave”, reflexiona Luis Costilla, profesor de historia.
Fuera de la mesa.- “Tengo tres hijas, de 10, 14 y 16 años. Les compré celular a las más grandes cuando empezaron la secundaria por una cuestión de seguridad, porque empezaban a moverse solas y yo quería saber dónde estaban y si estaban bien. Lo que más me saca de las casillas es que están todo el día con el teléfono; a veces hasta altas horas de la madrugada. Otra cosa que odio es que cuando les hablo estén mirando el celular, pendientes del WhatsApp. Las reto, les saco el aparato como castigo. Pero después se los termino dando. Sufren un montón cuando no lo tienen. Reconozco que también uso mucho el celular; es un mal necesario. En casa hay dos reglas claras: en la mesa no se usa el celular y si no me contestan cuando están afuera y yo las llamo les quito el teléfono”. (Valeria Moreno, trabaja en la UNT)
Bajo las sábanas.- “Tengo una hija de 14 años que vive pendiente del celular. En la mesa no deja ni un instante el teléfono y eso hace que mi papá, su abuelo, la rete. A mí lo que más me molesta es que de noche se pone bajo las sábanas para que no me de cuenta que sigue chateando, a pesar de ser muy tarde. Hoy con las cosas que pasan tengo miedo que saque el celular, cuando viene caminando después del colegio y que le suceda algo si se lo quieren robar. Ella no mide las consecuencias”. (Sandra Clemente, docente).
En su mundo.- “Tengo dos hijos: Lucía de 11 años y Lucca de 9. Los dos tienen teléfono. El lo usa principalmente para jugar y ella está enganchada con los videos de youtube. Lucía me hace renegar. Lo que más me saca es que no me mire a los ojos cuando le hablo... Y siga cantando con los auriculares puestos, con su cara que me dice ‘como rompes mamá’. Me enfurezco, grito como loca y les quito el celular”. (Melina Vega, maestra jardinera).
Casi una causa perdida.- En Buenos Aires, cada vez son más los restaurantes que se suman a la idea de ofrecer un beneficio para quienes apaguen el celular. En Tucumán esto aún no se ha puesto de moda. Fernando Rios Kissner, propietario de tres negocios de gastronomía, comentó que él había pensado hacerlo en algún momento para que en las mesas haya más “comunicación real”. “Lamentablemente es casi una causa perdida”, consideró.
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