Se debe combatir la contaminación acústica

Se debe combatir la contaminación acústica

Está presente de diversas maneras en la vida cotidiana. Y aunque hay quienes lo prefieren a la paz o al silencio de los cementerios, puede provocar trastornos a la salud. El ruido puede transformar la vida en desdichada, sobre todo cuando es persistente y alcanza una gran cantidad de decibeles. Su presencia es casi constante en la ciudad: motores, bocinazos, escapes, edificios en construcción, música a todo volumen, etcétera. En las horas pico, por las calles más transitadas de San Miguel de Tucumán por donde circulan varias líneas de ómnibus (Santiago del Estero, San Lorenzo, Crisóstomo Álvarez, General Paz, La Madrid, Laprida, Buenos Aires, Monteagudo), la existencia para los moradores puede resultar traumática, especialmente para los que viven en los primeros pisos de los edificios.

Se celebró el martes el Día Mundial de la Contaminación Acústica, que tiene por objetivo, entre otros, general conciencia sobre el daño a la salud que provoca la polución sonora. La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que el ruido es uno los factores ambientales que más enfermedades ocasiona. Un sonido molesto puede provocar estrés o reacciones violentas. Su repetición genera dolor en tímpano; ese síntoma se llama algiacusia. El dolor puede causar reacciones de diversos tipos, porque el cuerpo reacciona ante algo que lo lastima. La polución sonora puede aumentar la presión arterial, causar insomnio, ataques al corazón y afectar el sistema inmunológico y el metabolismo.

La OMS sostiene que lo máximo que puede soportar un ser humano son 70 decibeles (dB). A partir de los 70 dB y hasta los 80 dB, se pueden producir daños físicos y emocionales. En 2011, un ingeniero de la Universidad Tecnológica Nacional efectuó mediciones acústicas. Estas indicaron que el peor de los ruidos era el sonido de las motos (126,3 dB); le seguían la música a alto volumen que se propala en algunos negocios (108,6), los motores de los ómnibus al arrancar (92,2); los ringtones de los celulares (90,1); los timbres de las guarderías (87). El promedio en las horas pico era de entre 90 y 100 dB.

Nuestra sección de Cartas de Lectores refleja con alguna frecuencia quejas por la contaminación acústica. En nuestra edición del 5 de febrero pasado, la lectora Mariana Sobral recordó que durante años soportó en calle Amadeo Jacques frente a EDET “el batifondo descomunal que armaban varios jóvenes de los alrededores, hijos de profesionales... enfrentarlos era un desatino”. “Hasta molestaban a las empleadas que salían a cumplir con sus obligaciones, llegando algunas a tenerles tanto miedo que faltaban al trabajo. Incalculables fueron las llamadas a la Policía... Vivimos angustiosos momentos durante este flagelo, llegando a tal punto que tuvimos que malvender el departamento e irnos desmoralizados por la tremenda odisea vivida en una provincia donde la autoridad está ausente. Aún hoy los patoteros siguen invictos en la misma calle Amadeo Jacques”, concluyó.

Si bien hay normas que legislan sobre el ruido, no se cumplen con efectividad, especialmente en los vehículos particulares y en los transportes públicos. ¿Quién protege la salud y el descanso de los ciudadanos en materia de polución sonora? Sería tal vez positivo si el Ministerio de Salud y los municipios diseñaran una política ambiental que contemplara la educación y su aplicación.

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