09 Abril 2016
VOLVER A VIVIR. Roque Masso recibió el corazón de una mujer de 37 años. LA GACETA / FOTOS DE ANALÍA JARAMILLO.
No es fácil. Trasplante supone pensar en muerte y en vida al mismo tiempo. Implica tomar una decisión justo cuando acaba de morir un ser querido, cuando es casi imposible ver más allá del sufrimiento propio. Conlleva perder las esperanzas.
Esa es la situación que suele explicar el por qué de la negativa familiar, la causa más importante de pérdida de donantes. Ocurre cada vez más. Las últimas noticias sobre donación de órganos no son buenas: mientras crece la lista de espera para recibir un trasplante, disminuyen los actos solidarios.
De acuerdo a las cifras del Centro Unico Coordinador de Ablación e Implante (Cucai) Tucumán, las donaciones de órganos mermaron un 7% en el primer trimestre de 2016 en comparación con el mismo período de 2015. En opinión del titular del organismo, Aldo Bunader, las crisis políticas o económicas tienen alto impacto en este tipo de acciones.
En Tucumán, la tasa de donantes por millón de habitantes es de 6,5. En 2011 era de 11,7. Quiere decir que en cinco años bajó casi a la mitad.
“La noticia nos impactó porque en los últimos años habíamos tenido un aumento sostenido de las donaciones”, señaló Bunader. No obstante, las bajas que se registraron en todo el país terminaron favoreciendo en cierta forma a Tucumán, que quedó ubicada como la provincia más solidaria de Argentina. En lo que va del año, por estos lares ya se hicieron 64 trasplantes. Se registraron 9 donantes multiorgánicos (en promedio donaron 6 órganos cada uno) y 12 donantes de tejidos.
Las cifras resultan insuficientes si se las compara con las listas de espera: hay 327 tucumanos que aguardan un trasplante. La gran mayoría (el 67%) necesita un riñón. En la nómina también hay comprovincianos que esperan hígado, pulmones, corazón, córneas, páncreas y tejidos.
“Las listas de espera crecen día a día mientras aumenta la expectativa de vida”, señala el cirujano.
Del dicho al hecho...
A pesar de que una reciente encuesta del Incucai revela que la mayoría de los argentinos donaría sus órganos, a la hora de la verdad muchos familiares dicen “No”. En todo el país, la negativa familiar es 35%. En Tucumán, es mayor aún: el 50%. Entonces, ¿cómo se explica que nuestra provincia aparezca como la más solidaria?, le preguntamos a Bunader. “Al ser una provincia chica, la distancia desde el lugar donde ocurre un accidente hasta el hospital donante (el Padilla) es corta y eso hace que aumenten las posibilidades de que una persona con muerte cerebral pueda donar órganos”, explica.
Un 43% de los argentinos ya manifestó su voluntad sobre el destino de sus órganos y tejidos después de la muerte. Por eso, los médicos, ante un posible caso de donante, se fijan en la base de datos del Cucai si se expresó al respecto. Si no lo hizo, tienen que hablar con la familia. Intentan buscar el testimonio del fallecido, si alguna vez habló sobre la posibilidad de donar órganos, si era solidaria, si era pro donación. “No entramos en conflicto; si dicen que no es no”, cuenta.
“Vemos que cuando hay crisis sociales renacen todos los miedos”, especifica. Uno de los temores de los familiares es que la ablación se realice cuando la persona aún no está muerta. “Para ser donante tenés que morir de una forma determinada. Es cuando se produce la muerte encefálica. Esto es lo que impide la vida; no la parada cardíaca”, resalta. Y aclara que el diagnóstico de un deceso según el criterio del cese de las funciones cerebrales es muy certero.
Bunader admite que son tiempos de aumentar las campañas de información y concientización sobre este tema. Por esto reitera una frase que es un caballito de batalla: “es siete veces más probable que una familia necesite un órgano que sea donante”.
Si bien es una decisión muy dura, después de acceder a la donación, los allegados al donante sienten que hicieron lo correcto, según la experiencia del Cucai. Del otro lado, están los que celebran con tristeza. Porque saben que alguien tuvo que morir para que su hijo, padre, hermano o ellos mismos pudieran vivir. Es la paradoja del trasplante.
"Sobreviví gracias al corazón de una gran mujer"
Abrió los ojos y estaba ahí, acostado en una camilla, rodeado de máquinas, cables, sondas, olores extraños. Su mundo había cambiado totalmente. No podía entender con claridad cómo había llegado a estar en esa situación. Sentía que su cuerpo le había tendido una trampa. Ni siquiera podía respirar y mover la mano al mismo tiempo. “Vas a necesitar un corazón nuevo”, le dijeron los médicos.
Roque Masso recuerda cada segundo de cómo empezó su película de terror. Ocurrió tres días después de haber cumplido 53 años, el 10 de octubre del año pasado. El estaba en Perú. Es licenciado en seguridad e higiene del trabajo y en 2010 la empresa minera en la que se desempeña le ofreció ir a trabajar al país andino. Pasaba unas semanas allá y otras acá, junto a su familia: su esposa Betty y sus tres hijas.
En una mina, a 220 kilómetros de Cuzco y a 4.200 metros de altura, se encontraba Roque cuando pasó lo peor. “Estaba durmiendo. Era sábado. Me desperté a las 3.45 con un intenso dolor de tórax y en los pulmones. Era como que me estaban pinchando todo el tiempo. Respiraba con dificultad. Me di cuenta que era algo del corazón”, describe. En 2007 le habían diagnosticado hipertensión. Por eso, tomaba medicación todos los días y se cuidaba: nunca fumó, controlaba su peso y hacía caminatas periódicamente.
“Yo estaba muy bien. No tuve síntomas previos. Me sorprendió este infarto masivo. No podía ni agarrar el teléfono para solicitar ayuda. Con mucho esfuerzo logré incorporarme y salir al pasillo para pedirle auxilio a un compañero”, detalla Masso.
Apenas lo vieron los médicos decidieron subirlo a un helicóptero. Primero fue al hospital de Cuzco y de ahí, en avión, a un centro cardiológico de Lima. Le pusieron tres stent y quedó internado. “Sentía una enorme frustración. Nunca imaginé que me iba a pasar algo así. Los días pasaban y yo pensaba que los stent eran la solución. Pero no veía evolución. Me seguían medicando y no podía moverme como antes. Entonces, una mañana aparecieron dos médicos para informarme que habían hecho todo lo posible para conseguir que el músculo cardíaco recuperara el ritmo que necesitaba y que sin embargo no lo lograban”, relata.
A los pocos minutos le dieron otra noticia: su vida pendía de un hilo y ese hilo se llamaba trasplante. “Para mí fue un shock muy grande. Me daba miedo. Lo veía como una potencial muerte”, confiesa.
Entró en una lista de espera para trasplante de corazón en Perú. “La cantidad de donantes allá es muy baja. Mi salud empeoraba cada vez más y mi familia buscó traerme a Argentina para ver si tenía más suerte. Sabíamos que corría mucho riesgo en el viaje. Lo mío era cuestión de horas”, recuerda. Los médicos decidieron llevarlo al hospital italiano de Mendoza “porque a Buenos Aires no llegaba”. El 10 de diciembre viajó en un avión sanitario y quedó internado, a la espera de un corazón.
Roque llegó a pesar 46 kilos (había bajado 28) y ya no podía caminar. Abrir los ojos, cada día, lo vivía como un milagro. Nadie quería hablarle de esperanza de vida.
Siete días después, Masso recibió la visita de una enfermera con esta noticia: alguien que acababa de perder a un ser querido decidió que ese dolor tuviera, por lo menos, algún sentido. Una oportunidad para otro. Hubo varios beneficiados, cuenta Roque. El recibió un corazón que le irá devolviendo de a poco una vida saludable. Que le permitirá cumplir su gran sueño: ver a sus tres hijas recibidas y poder jugar en un futuro con los nietos que vendrán.
“Sobreviví gracias a un ángel”, sostiene Roque, desde el living de su casa en el barrio Las Américas. Por encima del barbijo que debe usar durante un año se le cuelan algunas lágrimas. “Estoy más sensible. Y digo con orgullo que es porque adentro de mi cuerpo late el corazón de una mujer”, exclama el licenciado. Lo único que pudo averiguar es que la donante tenía 37 años y vivía en Buenos Aires. Sabe, además, que por la generosidad de ella también se salvó una joven de 26 años, que recibió los pulmones.
Hoy pasa sus días aislado (así debe estar durante un año), leyendo mucho y ayudando en lo que puede con las tareas del hogar. Ha entendido que debe ir despacio. De todas formas, no vale la pena ir tan rápido en la vida, dice. “Prefiero detenerme en las cosas más simples. No soy el que fui. Estoy aprendiendo a empezar de nuevo”, reflexiona el hombre de lento caminar que desde ahora comenzará a festejar un nuevo cumpleaños cada 17 de diciembre.
Esa es la situación que suele explicar el por qué de la negativa familiar, la causa más importante de pérdida de donantes. Ocurre cada vez más. Las últimas noticias sobre donación de órganos no son buenas: mientras crece la lista de espera para recibir un trasplante, disminuyen los actos solidarios.
De acuerdo a las cifras del Centro Unico Coordinador de Ablación e Implante (Cucai) Tucumán, las donaciones de órganos mermaron un 7% en el primer trimestre de 2016 en comparación con el mismo período de 2015. En opinión del titular del organismo, Aldo Bunader, las crisis políticas o económicas tienen alto impacto en este tipo de acciones.
En Tucumán, la tasa de donantes por millón de habitantes es de 6,5. En 2011 era de 11,7. Quiere decir que en cinco años bajó casi a la mitad.
“La noticia nos impactó porque en los últimos años habíamos tenido un aumento sostenido de las donaciones”, señaló Bunader. No obstante, las bajas que se registraron en todo el país terminaron favoreciendo en cierta forma a Tucumán, que quedó ubicada como la provincia más solidaria de Argentina. En lo que va del año, por estos lares ya se hicieron 64 trasplantes. Se registraron 9 donantes multiorgánicos (en promedio donaron 6 órganos cada uno) y 12 donantes de tejidos.
Las cifras resultan insuficientes si se las compara con las listas de espera: hay 327 tucumanos que aguardan un trasplante. La gran mayoría (el 67%) necesita un riñón. En la nómina también hay comprovincianos que esperan hígado, pulmones, corazón, córneas, páncreas y tejidos.
“Las listas de espera crecen día a día mientras aumenta la expectativa de vida”, señala el cirujano.
Del dicho al hecho...
A pesar de que una reciente encuesta del Incucai revela que la mayoría de los argentinos donaría sus órganos, a la hora de la verdad muchos familiares dicen “No”. En todo el país, la negativa familiar es 35%. En Tucumán, es mayor aún: el 50%. Entonces, ¿cómo se explica que nuestra provincia aparezca como la más solidaria?, le preguntamos a Bunader. “Al ser una provincia chica, la distancia desde el lugar donde ocurre un accidente hasta el hospital donante (el Padilla) es corta y eso hace que aumenten las posibilidades de que una persona con muerte cerebral pueda donar órganos”, explica.
Un 43% de los argentinos ya manifestó su voluntad sobre el destino de sus órganos y tejidos después de la muerte. Por eso, los médicos, ante un posible caso de donante, se fijan en la base de datos del Cucai si se expresó al respecto. Si no lo hizo, tienen que hablar con la familia. Intentan buscar el testimonio del fallecido, si alguna vez habló sobre la posibilidad de donar órganos, si era solidaria, si era pro donación. “No entramos en conflicto; si dicen que no es no”, cuenta.
“Vemos que cuando hay crisis sociales renacen todos los miedos”, especifica. Uno de los temores de los familiares es que la ablación se realice cuando la persona aún no está muerta. “Para ser donante tenés que morir de una forma determinada. Es cuando se produce la muerte encefálica. Esto es lo que impide la vida; no la parada cardíaca”, resalta. Y aclara que el diagnóstico de un deceso según el criterio del cese de las funciones cerebrales es muy certero.
Bunader admite que son tiempos de aumentar las campañas de información y concientización sobre este tema. Por esto reitera una frase que es un caballito de batalla: “es siete veces más probable que una familia necesite un órgano que sea donante”.
Si bien es una decisión muy dura, después de acceder a la donación, los allegados al donante sienten que hicieron lo correcto, según la experiencia del Cucai. Del otro lado, están los que celebran con tristeza. Porque saben que alguien tuvo que morir para que su hijo, padre, hermano o ellos mismos pudieran vivir. Es la paradoja del trasplante.
"Sobreviví gracias al corazón de una gran mujer"
Abrió los ojos y estaba ahí, acostado en una camilla, rodeado de máquinas, cables, sondas, olores extraños. Su mundo había cambiado totalmente. No podía entender con claridad cómo había llegado a estar en esa situación. Sentía que su cuerpo le había tendido una trampa. Ni siquiera podía respirar y mover la mano al mismo tiempo. “Vas a necesitar un corazón nuevo”, le dijeron los médicos.
Roque Masso recuerda cada segundo de cómo empezó su película de terror. Ocurrió tres días después de haber cumplido 53 años, el 10 de octubre del año pasado. El estaba en Perú. Es licenciado en seguridad e higiene del trabajo y en 2010 la empresa minera en la que se desempeña le ofreció ir a trabajar al país andino. Pasaba unas semanas allá y otras acá, junto a su familia: su esposa Betty y sus tres hijas.
En una mina, a 220 kilómetros de Cuzco y a 4.200 metros de altura, se encontraba Roque cuando pasó lo peor. “Estaba durmiendo. Era sábado. Me desperté a las 3.45 con un intenso dolor de tórax y en los pulmones. Era como que me estaban pinchando todo el tiempo. Respiraba con dificultad. Me di cuenta que era algo del corazón”, describe. En 2007 le habían diagnosticado hipertensión. Por eso, tomaba medicación todos los días y se cuidaba: nunca fumó, controlaba su peso y hacía caminatas periódicamente.
“Yo estaba muy bien. No tuve síntomas previos. Me sorprendió este infarto masivo. No podía ni agarrar el teléfono para solicitar ayuda. Con mucho esfuerzo logré incorporarme y salir al pasillo para pedirle auxilio a un compañero”, detalla Masso.
Apenas lo vieron los médicos decidieron subirlo a un helicóptero. Primero fue al hospital de Cuzco y de ahí, en avión, a un centro cardiológico de Lima. Le pusieron tres stent y quedó internado. “Sentía una enorme frustración. Nunca imaginé que me iba a pasar algo así. Los días pasaban y yo pensaba que los stent eran la solución. Pero no veía evolución. Me seguían medicando y no podía moverme como antes. Entonces, una mañana aparecieron dos médicos para informarme que habían hecho todo lo posible para conseguir que el músculo cardíaco recuperara el ritmo que necesitaba y que sin embargo no lo lograban”, relata.
A los pocos minutos le dieron otra noticia: su vida pendía de un hilo y ese hilo se llamaba trasplante. “Para mí fue un shock muy grande. Me daba miedo. Lo veía como una potencial muerte”, confiesa.
Entró en una lista de espera para trasplante de corazón en Perú. “La cantidad de donantes allá es muy baja. Mi salud empeoraba cada vez más y mi familia buscó traerme a Argentina para ver si tenía más suerte. Sabíamos que corría mucho riesgo en el viaje. Lo mío era cuestión de horas”, recuerda. Los médicos decidieron llevarlo al hospital italiano de Mendoza “porque a Buenos Aires no llegaba”. El 10 de diciembre viajó en un avión sanitario y quedó internado, a la espera de un corazón.
Roque llegó a pesar 46 kilos (había bajado 28) y ya no podía caminar. Abrir los ojos, cada día, lo vivía como un milagro. Nadie quería hablarle de esperanza de vida.
Siete días después, Masso recibió la visita de una enfermera con esta noticia: alguien que acababa de perder a un ser querido decidió que ese dolor tuviera, por lo menos, algún sentido. Una oportunidad para otro. Hubo varios beneficiados, cuenta Roque. El recibió un corazón que le irá devolviendo de a poco una vida saludable. Que le permitirá cumplir su gran sueño: ver a sus tres hijas recibidas y poder jugar en un futuro con los nietos que vendrán.
“Sobreviví gracias a un ángel”, sostiene Roque, desde el living de su casa en el barrio Las Américas. Por encima del barbijo que debe usar durante un año se le cuelan algunas lágrimas. “Estoy más sensible. Y digo con orgullo que es porque adentro de mi cuerpo late el corazón de una mujer”, exclama el licenciado. Lo único que pudo averiguar es que la donante tenía 37 años y vivía en Buenos Aires. Sabe, además, que por la generosidad de ella también se salvó una joven de 26 años, que recibió los pulmones.
Hoy pasa sus días aislado (así debe estar durante un año), leyendo mucho y ayudando en lo que puede con las tareas del hogar. Ha entendido que debe ir despacio. De todas formas, no vale la pena ir tan rápido en la vida, dice. “Prefiero detenerme en las cosas más simples. No soy el que fui. Estoy aprendiendo a empezar de nuevo”, reflexiona el hombre de lento caminar que desde ahora comenzará a festejar un nuevo cumpleaños cada 17 de diciembre.
Lo más popular