En la huerta de Las Moritas la vida cobra sentido lejos de las drogas

En la huerta de Las Moritas la vida cobra sentido lejos de las drogas

El trabajo en equipo es crucial en la recuperación de los adictos. Los que reciben el alta plantan un árbol frutal en un campo del establecimiento.

CON EL RASTRILLO. Juan López prepara el surco para que sus compañeros siembren las semillas. Atrás, el ingeniero Carlino supervisa la tarea. LA GACETA / FOTO DE FLORENCIA ZURITA. CON EL RASTRILLO. Juan López prepara el surco para que sus compañeros siembren las semillas. Atrás, el ingeniero Carlino supervisa la tarea. LA GACETA / FOTO DE FLORENCIA ZURITA.
22 Marzo 2016
No podía estar tranquilo si el humo de la marihuana no le entraba a sus pulmones. O si por la nariz no entraba alguna sustancia, la que fuera. No podía dormir. Hasta que un día, ayudado por un amigo dijo basta. Era hora de pedir ayuda en serio y afrontar la difícil situación de internarse, donde sea, para alejarse de las drogas. Con ayuda de su hermana eligió Las Moritas. Y ahí, entre la compañía de aliados en recuperación descubrió una huerta. Descubrió un nuevo sentido. Un lugar donde podía crear vida cuando sentía que la suya estaba muriendo. ‘Desesperación y culpa’, es el estado que más define su etapa narcótica. “Ya no podía más. Mi cuerpo, corazón y mente me pedían a gritos que terminara con eso. Y la huerta me ayudó a recomponer mi estado, a distraerme”, reconoce con lágrimas en los ojos Juan López. Tiene 25 años y hace tres meses que está en rehabilitación.

Desde hace más de siete años en Las Moritas -que depende del área del Ministerio de Salud Pública de la provincia- funciona el programa ProHuerta del INTA, que permite que los internos de la institución puedan crear una huerta orgánica sustentable: los internados autoproducen alimentos con el objetivo de formarse y aprender un oficio que les permita en el futuro reinsertarse en lo social y laboral. Lo más importante es que representa una terapia positiva para los pacientes en el transcurso de su internación.

“La importancia de esta práctica -desde el ámbito psicológico- radica en que el interno debe sembrar la semilla y esperar el tiempo adecuado para que germine y crezca significando una analogía con el periodo de su recuperación”, expresa Lucía Biazzo, psicóloga y directora del centro de rehabilitación.
  
Todo lleva tiempo  

Y no es casual; el tiempo en que la planta termina de madurar sus frutos es similar a la de un adicto en recuperación, o al menos eso es lo que indican los especialistas. Todo lleva tiempo, y esa es la consigna del tratamiento. “Hay internos que no aguantan, se van, y no completan su periodo. Eso es lo que no queremos que ocurra”, dice preocupado Marcos Zeitune, psicólogo y subdirector de Las Moritas.

Y no solo significa un cambio en la vida de los internos, sino también en la del Gustavo Carlino, el ingeniero zootecnista que está a cargo de la huerta. El especialista señala que teóricamente las ciencias naturales no contemplan las ciencias sociales, la psicología, sociología, y aspectos humanitarios, pero en la práctica se vuelve totalmente distinto. “Mi vida también cambió desde que llegué a Las Moritas. Empecé a comprender diversos aspectos de la mente humana y de lo social que desde el ámbito académico no observamos. Se trata de chicos que se empezaron a drogar porque no le veían sentido a su vida, con familias disgregadas y acá encontraron la esperanza. Yo siempre digo que ellos son las plantitas que nosotros cuidamos, con amor y responsabilidad”, expresa Carlino y se emociona cuando cuenta que aprende mucho de los pacientes. “Yo acepto cuando ellos me enseñan algo. Se trata de un continuo y recíproco aprendizaje”.

Las Moritas tiene capacidad para 42 internos y actualmente alberga 35, aunque siempre la cifra fluctúa. Durante el fin de semana, los pacientes se pueden ir a sus hogares y regresar a comienzo de semana. Es un centro ambulatorio y no un centro de reclusión. “Ocurre que muchos sienten que ya están recuperados pero no contemplan las recaídas”, aclara con preocupación Biazzo. “El centro es totalmente gratis y esto incide en la permanencia o deserción de los chicos”, advierte.

A su vez, Carlino comenta que se siente tan compenetrado con los internos, que cuando uno decide irse sin completar el tratamiento trata de hablar con él como amigo más que como maestro. “Cuando me dicen que algún chico se quiere ir del centro pido tener una conversación con él para convencerlo. A veces funciona y a veces no, y es una tarea que no cualquiera la hace”, se lamenta.

En la huerta

La huerta se divide en seis parcelas, cada una con tres surcos, donde los pacientes realizan siembra escalonada. Cada parcela corresponde a una habitación. En uno de los surcos, la achicoria ya está madura para cosecharla. En otra parcela, las berenjenas aún siguen verdes. “No estamos en época”, dice Mauro Barrera. A todos les da orgullo conocer los tiempos de siembra y de cosecha. Muchos de los internados llegan con algunos conocimientos útiles para la huerta, como el uso de la pala y el pico, ya que muchos trabajaron en la albañilería o en la cosecha del limón. La cocina funciona todos los días porque a los chicos se les da almuerzo y cena. La sopa -alimento primordial para cualquier paciente internado- no falta nunca. La preparan con las verduras cosechadas en el establecimiento. “Me encanta la sopa de zapallo, con zanahoria y choclo”, comenta Luis Edgardo Lucena mientras se toca la panza porque ya se acerca la hora del almuerzo. “También hacen ensaladas con rúcula, tomate y huevo”, añade el ingeniero. En la huerta siembran más de 25 especies, y dentro de poco van a terminar con el vivero. Además crían 15 gallinas ponedoras. “Pensamos en criar conejos también, pero necesitan cuidado constante. Y los chicos se van el fin de semana a sus casas”, lamentó Carlino. Para distraerse, crearon un concurso de cocina “Moritas Chef”, en alusión al programa de TV. Resultó ganador Horacio Ramón Díaz con albóndigas de quinoa.

Vivir para contarlo

Muchos de los internos se conocían de la calle y la mayor parte de sus conversaciones trataban sobre drogas; cómo conseguirlas, sus precios, los dealers de turno, según cuentan los chicos. ”Muy pocas veces hablamos sobre nuestra relación con las drogas. Estaba sobreentendido que está todo bien con eso. Pero en realidad, la procesión iba por dentro”, dice Jesús Chaile, que tiene 18 años y vive en Villa 9 de julio. Jesús estuvo internado el año pasado pero para el Día de la Madre volvió a su casa en octubre y tuvo una recaída. En febrero, su madre lo convenció para que volviera. “Llegué a caer bajo. No me daba cuenta del daño me hacía y le hacía a mis seres queridos por consumir sustancias. Ahora estoy limpio hace dos meses y orgulloso de eso. La espera finalmente da sus frutos”, se sinceró.

Plantan un árbol frutal

El trabajo en equipo en la huerta es fundamental en la rehabilitación. Mientras uno siembra las semillas o “sala el surco”, otro las tapa con tierra, y un tercero coloca un mulch. “Un mulch es un acolchado de pasto seco que se extiende sobre el suelo para proteger a la tierra recién sembrada y darle humedad”, precisa Nicolás Graneros, quien confiesa que piensa seguir trabajando en algún vivero cuando termine el tratamiento. Los internos que reciben el alta médica plantan un árbol frutal en una de los campos próximos a la huerta, donde ya hay más de 20 nísperos, naranjos, mandarinos, limoneros y toronjos.
  
Llamado urgente

“El flagelo de las drogas es un problema grave en la sociedad. Los varones jóvenes que necesitan ayuda saben que Las Moritas los espera con los brazos abiertos. Es una institución pública y gratuita y acá los contenemos y ayudamos. Los chicos se encuentran con otros chicos pero ya no en calle e intentan tener una vida sana”, concluye Biazzo.

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