Supercontrolados: el auge de las aplicaciones y los rastreadores para vigilar a los hijos

Supercontrolados: el auge de las aplicaciones y los rastreadores para vigilar a los hijos

Los padres buscan métodos para cuidar mejor a los menores en tiempos inseguros. ¿Cómo afecta esto en el desarrollo de su autonomía personal?.

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05 Marzo 2016

¿Habrá llegado bien al lugar al que iba? ¿Se habrá perdido? ¿Y si lo asaltaron? Las preguntas le dan vueltas en la cabeza a Marina, mamá de Rocío, una adolescente de 13 años que empezó a moverse sola para realizar sus actividades: ir al club y juntarse con sus amigas, por ejemplo. “Le compré el teléfono y la llamo todo el tiempo; la mitad de las veces no me atiende. No le gusta que la vigile. Y yo vivo con miedo de que le pase algo”, confiesa. Hasta ella misma se sorprende de su actitud: “tengo 40 años y recuerdo que mis padres nunca sabían dónde estaba. En mi época no había celulares ni nada, pero creo que no existía la inseguridad de ahora”. 


Marina, que es odontóloga y trabaja una buena parte del día en su consultorio en el centro, estuvo buscando información acerca de un reloj con GPS que sirve para saber dónde están los chicos y si se encuentran bien, ya que tienen un botón de pánico que puede activarse cuando alguien está en peligro.

También estuvo analizando la posibilidad de bajarse una aplicación en el celular. En las tiendas de software para smartphones hay muchas de estas apps, pensadas para que los padres monitoreen los movimientos de los chicos y para que limiten el uso que ellos hacen de su teléfono. Tienen millones de descargas.

“Estamos ante una generación de padres ‘espías’; claro que algunos son más obsesivos que otros”, dice Javier (pidió que su apellido no se publique para preservar a sus clientes), un ex policía que se dedica a efectuar tareas de seguimiento. “En general, me buscan padres de 45 a 50 años. Arrastran sospechas desde hace tiempo. Quieren saber si andan en algo raro, como en la drogas. O temen que puedan estar en peligro, chateando por internet con algún depravado”, detalla.

En las casas donde venden GPS salta a la vista cómo aumenta la preocupación de los progenitores. “Normalmente los llevan los papás de mujeres adolescentes porque temen que alguien quiera abusar de ellas”, cuenta Ignacio Vairetti. “Este verano se vendió muchísimo para los más chicos. Lo compraron padres con miedo a que se les pierdan los niños cuando salen de vacaciones a lugares en los que hay demasiado turismo”, añadió.

Según explica Vairetti, el pequeño dispositivo se conecta por antena de telefonía celular al móvil del padre, que debe descargar una aplicación. Los relojes, que se comercializan por $ 1.799, tienen micrófono y auriculares para comunicarse si están a una distancia aproximada de 10 metros. Asimismo, si los chicos se alejan demasiado les suena una alarma a los papás.

Además del celular, en Tucumán se consiguen dispositivos rastreadores que se pueden colocar en los bolsillos de pantalones o de las camperas de los chicos, por ejemplo, y desde allí se les envía información a los padres en su teléfono móvil. Cuestan desde $ 1.000 a $ 1.500.

Toda esta tecnología está dando qué hablar. Por un lado están los que las defienden. Señalan que más que una herramienta de control, el GPS es un dispositivo de prevención que puede recolectar valiosa información.

Sin embargo, estas nuevas formas de monitoreo han planteado una serie de dudas: ¿cómo afectan al desarrollo del niño o adolescente? Los expertos consultados advierten que una vigilancia excesiva influye en la privacidad y en la autonomía de los niños. Suele producir dos efectos: el primero que el niño puede no querer llevarlo para que no le controlen y el segundo es que se retrase la necesaria formación del juicio personal de los menores.

“Hay que trabajar fuerte en la autonomía de los chicos y no en el control. Si los acostumbramos a vigilarlos todo el tiempo, ellos no podrán desarrollar sus propias herramientas de autocuidado. Hay un punto evolutivo en que el niño tiene que aprender a ponderar las situaciones de riesgo”, señala Marcela Czarny, presidenta de Chicos.net.

La especialista en el vínculo de los niños y adolescentes con la tecnología sostiene que siempre es mejor hablar con los hijos, establecer acuerdos y darles autonomía. “Sabemos que los chicos, cuando entran en la adolescencia quieren tener privacidad. Todos los que tuvimos esa edad quisimos hacer algo sin que nuestros padres se enteren”, reflexiona.

“También soy mamá y realista: vivimos tiempos difíciles, con mucha inseguridad. A veces, por miedo, uno cree que lo está cuidando, y en realidad está descuidando otra parte: la de su desarrollo personal”, resalta. Cuenta que la gran mayoría de los padres de adolescentes se han planteado alguna vez: ¿debo abrir el Facebook de mi hijo? “La primera respuesta debe ser “NO” -así con mayúscula- porque ellos tienen derecho a su privacidad. Siempre es preferible dialogar mucho, preocuparse si uno no lo ve bien. Hay casos extremos en los que sí se justifica abrir el Facebook o revisar el celular. Si yo siento que está en peligro, por ejemplo”, concluye.

Cristian Borghello, especialista en seguridad informática del portal Segu-info, da detalles sobre esta tendencia: “el advenimiento de dispositivos móviles relacionados a Internet de las Cosas (IoT), aplicaciones, GPS, tags RFID y tantas otras tecnologías supone un crecimiento exponencial de usuarios conectados y controlados por la tecnología”. En una entrevista con LA GACETA, habló en detalle sobre el tema.

- ¿Qué le preocupa a los padres hoy?

- Les preocupa lo mismo que hace miles de años, el bienestar de sus hijos, con la diferencia de que existen más elementos con los cuales contar al momento de expresar esa preocupación y de llevarla a la práctica.

- ¿Conviene tener un control secreto de lo que hacen los hijos?

- En este punto soy tajante: si intentamos vigilar a un menor, seguramente más temprano que tarde este se percate de dicha vigilancia y pierda en la confianza en el mayor. Hay que tener en cuenta que los menores generalmente conocen y usan mejor la tecnología que los adultos, lo que les brinda la posibilidad de encontrar y desactivar cualquier tipo de aplicación de vigilancia. En este sentido creo que cualquier control debe estar basado en la confianza y respeto padre-hijo y en el consentimiento mutuo de la medida a implementar.

- ¿Cree que los dispositivos son una buena opción de cuidado o no hay tecnología capaz de mantener a los niños a salvo?

- Ninguna tecnología puede reemplazar la presencia y cuidado de un padre. Sí es cierto que facilitan la comunicación, ya que brindan herramientas y funciones para controlar ubicación, horarios y contactos que de otra forma son difíciles de lograr por medios tradicionales. También hay que considerar que estas mismas herramientas facilitan el trabajo delictivo, ya que brindan las condiciones necesarias para que un menor pueda ser vigilado sin su consentimiento.

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Sin herramientas 

Daniel Monastersky, abogado experto en informática, dice que sólo se justifica el control excesivo de los hijos si sospechamos que están en peligro: “a los chicos no les gusta sentirse vigilados. Suelen crearse perfiles paralelos en busca de privacidad. El exceso de vigilancia viene de la mano de que muchos padres no tienen las herramientas para concientizar a los hijos respecto de los riesgos en la internet”.

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Vos, ¿qué tipo de padre sos?

 “Espía”: es el que no duda en vulnerar la intimidad de su hijo, amparado en que lo hace “por su bien”, sin ningún tipo de remordimiento ni intención de dejar de hacerlo. Suelen revisan el Facebook y leen los chats guardados.
 
 “Marcadores”: se reconocen temerosos y sobreprotectores con sus hijos. Asumen que los niños son inocentes, ingenuos y por ende, muy vulnerables, según el informe de Chicos.net.
 
“Guardaespaldas”: les gusta que sus hijos los consideren amigos. Procuran controlar tímida y débilmente, sin hacer notar la presión, por miedo a generar roces con los hijos.
 
“Sembradores”: no pretenden ser cómplices ni amigos de sus hijos, sino estar presentes y poner el cuerpo a la situación en cuanto lo necesiten. Son respetuosos de la privacidad de sus hijos. Entienden que ser controlador no hace más que reforzar el ocultamiento.

GPS

Un pequeño dispositivo puede guardarse en el bolsillo de la campera o de un pantalón del chico. Bajando una aplicación en el celular se los puede localizar en todo momento. Además, incluye una tecnología que envía alertas avanzadas cuando un niño sale de un área designada.

RELOJ INTELIGENTE

Tiene un rastreador por ubicación satelital. Con GPS el reloj mantiene la información actualizada del lugar geográfico donde está el menor. Hay que descargar una app en el celular para acceder a esos datos. Tiene alarma, botón de pánico y acceso a llamadas a tres números.

ZAPATILLAS

Vienen con GPS que permite controlar en todo momento dónde están los hijos y qué trayecto hacen. Al smartphone del padre llega toda esa información. Se pueden establecer “fronteras” virtuales, haciendo que suene una alarma si los chicos salen de allí. Se consiguen por U$S 70.

APLICACIONES

Las apps más descargadas: Kids Place (permite controlar qué podrán hacer y qué no los chicos con su celular), DondeEsta Family (avisa cuando llegan o salen de su casa y de la escuela) y Qustodio Control Parental (limita el uso del teléfono y localiza a los chicos).

PUNTOS DE VISTA

Estar presente, nunca invadir

SILVINA COHEN IMACH - LIC. EN PSICOLOGÍA -UNT

 ¿Qué consecuencias puede tener una vigilancia excesiva en la privacidad y autonomía de los hijos? 

Los tiempos actuales, como todos los tiempos, construyen sus estilos de vida, de crianza, de lazo social y diseñan los espacios de sociabilidad propios para niños y adolescentes. En la actualidad se suma además el impacto y la intromisión de la tecnología en el mundo infantil, cuestión que revolucionó de modo más radical los vínculos, la autoridad y el poder. Estas transformaciones impactan sin dudas en el lazo padre e hijo.

Vigilar de modo excesivo no es sino una de las respuestas al desconocimiento de esos espacios novedosos de sociabilidad, que en tanto nuevos generan temores y desconfianzas. Sabemos por Foucault que la vigilancia es una mirada que tiene la condición de ver sin ser vista. Vigilancia que denuncia, cuando se trata de padres e hijos, de una función paterna desfalleciente. 

En la época del Otro que no existe, al decir de J.A. Miller, y ante la dificultad de ese padre para ejercer su función, surge un empuje a vigilar, controlar desde una presencia imaginaria. El GPS, la contraseña de los dispositivos tecnológicos, las cámaras de video hacen acordar más bien a esas formas totalitarias de intromisión y control que denunciara Foucault. Es que el vínculo con el hijo, teñido con una sombra de sospecha, construye Otro no confiable. 

La diversidad de situaciones en que se vigila y se controla trae consecuencias en la subjetividad, ya que el espacio íntimo se encuentra no sólo invadido, sino además amenazado. En consecuencia, ese padre se vuelve entonces alguien que persigue, hostiga, acecha, incrimina y acorrala. Entonces, la pregunta se vuelca hacia la distancia justa en la que la función de cuidado debe situarse: una posición de presencia, sanción y palabra, pero nunca de invasión y espionaje.


Los derechos de los chicos

SOLEDAD DEZA - ABOGADA EXPERTA EN DERECHO DE FAMILIA

Las niñas, los niños y los adolescentes tienen derecho a la vida privada e intimidad en la vida familiar (art. 10 - ley 26.061). Como en nuestro país no existen derechos absolutos, podría pensarse válido limitar esta intimidad invocando razones de “cuidado” que contribuirían al interés superior de un hijo o hija. Sin embargo, el paradigma legal actual considera a niños y niñas sujetos de derechos, no objeto de protección. Esto nos obliga a pensar en algunas cuestiones. 

La responsabilidad parental debe jugar armónicamente con los derechos de hijos e hijas. El nuevo Código Civil postula como un principio central la “autonomía progresiva” en el ejercicio de los derechos de niños y niñas, con un criterio “dinámico” por sobre la vieja “capacidad” que era rígida y basada exclusivamente en la edad. Esto implica que a medida que hijos e hijas crecen y adquieren madurez suficiente, adquieren derecho a ser oídos, a que su opinión sea tenida en cuenta y a tomar algunas decisiones. Y en ese trayecto hasta la mayoría de edad, el protagonismo parental en el “cuidado” irá acotándose gradualmente para respetar la auto-determinación que la ley reconoce en menores de 18 años. La ley presume que entre 13 y 16 años se puede decidir a solas algunos actos médicos en el cuerpo. Y que los mayores de 16 años son considerados “mayores de edad” en estas situaciones. Bajo este paradigma de derecho, la decisión parental –no acordada con el hijo- de incorporar un GPS en un celular, aún guiada por criterios de seguridad, puede convertirse en una invasión injustificada de la intimidad, además de una muestra del fracaso de la comunicación familiar. 

La nueva legislación busca favorecer la estrechez de los vínculos familiares, basada en el respeto mutuo y en la confianza en los acuerdos. Veo difícil que dispositivos tecnológicos que reproducen un “panóptico” puedan nutrir de forma saludable el “cuidado” parental y el desarrollo personal de los hijos e hijas. 


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