Desde hace exactamente una semana en Virgen de La Merced 431, todas las mañanas se abre una puerta. Por ella sale una heladera, se instala en un lugar discreto de la vereda y guarda bandejas con porciones de comida. Cualquiera puede tomar de allí lo que necesite. Es la primera “heladera solidaria” tucumana.
A Fernando Ríos Kissner y a su socio, Luis Pondal, las “ideas locas” se les ocurren a cada rato: cuando no llenan de poesía las paredes de la mano de Acción Poética, desparraman arte por barrios y plazas, con su proyecto Arte Rodante. Hace exactamente una semana apostaron de nuevo a la locura. “La idea nos rondaba hace tiempo, pero nos frenaba la falta de marco legal”, cuenta Fernando en Muña Muña, uno de sus tres negocios de gastronomía “y algo más”, mientras contesta mensajes y da instrucciones en la cocina, todo sin perder la sonrisa.
“El agujero legal sigue ahí, pero no queremos seguir sosteniendo los 1.300 millones de toneladas de comida que, según informa la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) se tiran cada año -agrega-. Quizás instalando la discusión otros restoranes se animen a algo parecido y hasta conseguimos que se genere el marco regulatorio”.
El contenedor
Una escena nocturna sirvió de disparador: “estábamos cerrando cuando vi una familia que metía uno de los chicos dentro de un contenedor. Buscaban algo para comer... ¡Y nosotros tirábamos comida todos los días!”, cuenta. Es el único momento en que su entusiasmo se transforma en agonía: “esa es mi frustración; es una idea tan simple... ¿cómo no se nos ocurrió antes?”.
Así nació “la heladera social”: Ellos se encargan de mantener la heladera en condiciones y de los costos de la mano de obra que prepara las bandejas. “Fue emocionante la reacción del personal cuando les hicimos la propuesta... Ellos también están aportando ideas y esto no para de crecer”, cuenta Luis mientras acerca un atado de rúcula a una clienta de la verdulería de Muña.
“En los tres restoranes siempre queda comida: o porque calculamos de más, o porque algo falló en la presentación, o porque se confundió el pedido del cliente y el plato vuelve a la cocina sin haber sido tocado... Todo eso iba a la basura -cuenta Celeste Bravo, una de las mozas-. Ahora lo empaquetamos en el acto y queda listo para cargar la heladera”.
Lo propio pasa en la verdulería: “cuando clasificamos lo que viene del mercado siempre hay cosas que no están ‘perfectas’, pero son aptas para el consumo. En ese mismo instante se arman los paquetitos... ¡y listo! Son apenas unos minutos más de trabajo, ¡pero es grandioso!”, se entusiasma Leonor Leal detrás del mostrador.
Efecto cascada
Dos días bastaron para que Fernando, Luis y su equipo empezaran a “dar manotazos”. Pero ellos no son de ahogarse así nomás, y menos cuando la gente responde como lo hizo: “el segundo día ya pasaron cosas increíbles: una clienta compró frutas y verduras, salió de Muña y las dejó en la heladera; una mujer nos escuchó en la radio y llevó fideos, dos latas de arvejas y sobres de jugo; la heladera se llenó y se vació tres veces en el día...”, cuenta Fernando emocionado.
“De pronto nos dimos cuenta de mil cosas que no habíamos previsto -añade Luis-. Habíamos pensado solo en lo que nosotros tirábamos, ¡pero hay cientos de personas que quieren ayudar!”
La iniciativa se sigue moviendo, y ya superó los límites de la provincia: Juan Carr, que en 1995 fundó la ONG Red Solidaria, se comunicó para que le cuenten cómo va el proyecto; otras cinco personas se contactaron desde distintos lugares del país interesadas en replicar la idea. “Al menos dos bares y otras tantas panaderías se comprometieron a traer sus excedentes para compartir -cuenta Fernando-. ¡Vamos por más heladeras!”
La movida se sigue moviendo. ¡Ayudemos a que crezca!
Muchos otros datos importantes
Horarios.- La heladera social es cargada todas las mañanas con lo que se dejó preparado la noche anterior (foto izquierda) y sale a la vereda a las 9. A lo largo del día sigue recargándose y su contenido queda a disposición de quien lo necesite hasta la 1 de la mañana siguiente.
Frescura asegurada.- Tanto lo que no se vende en los tres restoranes de la empresa como lo que aportan los vecinos solo permanece 24 horas en la heladera, para garantizar su salubridad y reducir el riesgo de intoxicaciones. Claro que, hasta ahora, no hubo que retirar nada: todo encontró alguien que lo necesitara.
Empleados entusiastas.- Los mozos y el personal de cocina de los restoranes no solo fraccionan y acondicionan la comida, también aportan ideas: Celeste Bravo (foto del centro), una de las mozas, propuso aprovechar las botellitas de agua que se vacían todas las noches, lavarlas bien y cargarlas con agua. “Así la gente también dispone de agua fresca”, cuenta con una enorme sonrisa.
También son bienvenidos alimentos no perecederos.- Todo alimento que pueda ayudar a los demás es bienvenido. Si no sos de los que cocina grandes cantidades y no quedan excedentes en tu casa, también podés acercar alimentos secos, cajas de leche, comida enlatada... En estos casos no es necesario que la envuelvas, claro...
Las ventajas de donar para una empresa que dona.- Reduce el espacio y el mobiliario dedicado a almacenar residuos; realiza una acción que puede incluir en los balances de responsabilidad social empresarial, mejora la imagen de la empresa de cara al consumidor. Además, contribuye al compromiso del personal, y mejora su autoestima del personal y el ambiente de trabajo.
Si donás, se beneficia la comunidad.- No solo porque quienes lo necesitan reciben comida, sino porque también se reduce el volumen de basura transportada, y así aumenta la vida útil de los vertederos de basuras y se abarata su gestión. Además, se reducen las emisiones de productos tóxicos derivados del tratamiento de residuos.
Modelo que sería bueno replicar.- Por ahora, otros bares y algunas panaderías ofrecen ayudar a llenar esta heladera, pero el sueño es mucho más abarcador. “Deberíamos poder instalar muchas heladeras comunitarias”, se permite soñar Fernando Ríos Kissner.