Cuando Del Campo era cura

Por Carlos Páez de la Torre H 13 Noviembre 2015

En la revista porteña “Caras y Caretas” del 16 de diciembre de 1899, Ernesto Cabrera firmaba un artículo titulado “Ir por lana”, y hacía constar que era una “tradición tucumana”. Se refiere al famoso caudillo José María del Campo. Como se sabe, este era sacerdote, ministerio que luego abandonó para dedicarse a la guerra y a la política. Asegura Cabrera que, en sus mocedades, Campo “fue sacerdote de virtud a prueba y de alta cultura intelectual”.

Ocurrió que una noche de agosto de 1849, regresaba de un barrio apartado, a donde había concurrido para suministrar los últimos auxilios a un moribundo. No era seguro andar por esas calles de noche. De repente encontró que dos hombres emponchados, blandiendo puñales, avanzaban hacia él. Uno de ellos “le dirigía estas persuasivas palabras: ‘Párese el cuervo hediondo y largue todas las chirolas, o el diablo se lo lleva’”.

El padre Campo no se inmutó ni se turbó. Por el contrario, “alzando la voz cual si se hallara ante un sacristán que acababa de romper las vinajeras, les gritó: ‘¡Canallas! ¡No tengo un céntimo, pero en cambio les voy a largar un par de balas con que libraré de ustedes al país!”. Y, tras dar un paso atrás, “sacó del bolsillo algo, al parecer un arma de fuego, con lo que describió, por sobre las cabezas de los asaltantes, alto cual era, un gran semicírculo”.

El gesto de Campo llenó de miedo a los bandidos. Pensaron que lo que tenía en la mano era una de las famosas pistolas “Montecristo”. Salieron huyendo y pronto los pescó la Policía. Lo que Campo tenía en la mano era un crucifijo que siempre llevaba en el bolsillo. “Tontos, ignoraban que con la cruz no sólo se vence a los enemigos del alma, sino también a los del cuerpo”, comentó.