Por Carlos Páez de la Torre H
11 Octubre 2015
EN MEMORIA DE LOS LANCEROS. Detalle del impresionante monumento que evoca la batalla de Pantano de Venegas, Colombia, librada por los lanceros de Bolívar contra los realistas, en 1819. LA GACETA / ARCHIVO
La lanza, ese palo largo que lleva en un extremo una punta afilada, es una de las armas más antiguas que usaron los hombres, desde tiempos de las cavernas. Así lo testimonian hasta el cansancio los hallazgos de los arqueólogos. Primero debió ser un palo aguzado, al que luego se le colocó una piedra afilada: más tarde, esta sería reemplazada por el hierro.
En cuanto a su presencia en nuestro país, el coronel Juan Beverina le dedicó un estudio cuyas referencias pueden servirnos de excelente guía. Informa que hasta después de la Revolución de Mayo de 1810, los soldados acudían a la lanza con bastante disgusto, y solamente como “arma de emergencia”, cuando escaseaban las carabinas y las pistolas.
En Tucumán
En las luchas contra el indio, durante el Virreinato, un tiempo se usaron las llamadas “chuzas”, de tres varas de largo. Pero el virrey Juan José de Vértiz dotó a sus fuerzas de carabina, dos pistolas y una espada, ya que los indios, decía, tienen “mucho miedo a las armas de fuego, pero no a las lanzas, en cuyo manejo son muy diestros”. Además, los indios blandían una lanza mucho más larga, con “seis y media varas de largo y tres cuartas de cuchillo”.
A poco de ocurrida la Revolución de Mayo, ya aparece el nombre de Tucumán vinculado con las lanzas. La Primera Junta se alarmó por la falta de armas de fuego y, por decreto del 10 de agosto de 1810, dispuso que los sargentos usaran alabardas (es decir un tipo de lanza con filosas aletas) en vez de fusiles. Ordenó además que “en la provincia de Tucumán” se formen “dos compañías de alabarderos, de cien hombres cada una, pues esta es una excelente caballería para el Perú y aumenta la fuerza supliendo la falta de armas de fuego”.
Favorita de Belgrano
Disponía además la Junta que el extremo hiriente de la lanza, la “moharra”, sería trabajado “con pulidez” en la Real Armería, que estaba bajo la dirección del vocal Miguel de Azcuénaga. Luego, las moharras se remitirían a Tucumán, para ser enastadas “con maderas buenas, de las que abundan en esos destinos”.
No escapó al general Manuel Belgrano la importancia de que la caballería del Ejército del Norte que mandaba, emplease la lanza. En abril de 1812, desde Jujuy, avisaba al gobierno que iba a dotarla de esta arma, pues las de fuego que poseían resultaban “inútiles en sus manos”, y le servirían para el Cuerpo de Cazadores que proyectaba formar.
Ya había equipado con lanzas a los Dragones que no tenían carabinas ni pistolas, y también las portaba su escolta. Esto para quitarles, decía, “la aprensión que tienen contra ella” y para que “se aficionen a su uso, viendo en mí esta predilección”. En 1813, se quejaba: “no he podido convencerlos de su utilidad, conozco a nuestros paisanos: sólo gustan del arma de fuego y la espada.”
Rechazo del soldado
El entusiasmo de Belgrano por la lanza produjo gran descontento, tanto en los oficiales como en la tropa. Refiere el general José María Paz, como testigo, que “los soldados se creían vilipendiados y envilecidos” por cargar una lanza. Narraba que “he visto llorar amargamente a soldados veteranos de caballería, porque se les había armado de lanza”, y a oficiales “sumergidos en una profunda tristeza, porque su compañía había sido transformada en lanceros”.
Paz era de la misma opinión en esa época, hasta que se dio cuenta de que la lanza constituía “el arma más formidable para el que sabe hacer uso de ella”. En la segunda campaña al Alto Perú, pudo deplorar la falta de lanzas. Cuenta que, en Vilcapugio, el regimiento de Dragones cargó sobre un cuerpo de infantería realista. Cuando estaban a muy corta distancia, todos se detuvieron. Los patriotas tenían muy pocos sables, y los infantes realistas no pudieron hacer fuego porque sus fusiles estaban descargados.
Reflexionaba Paz que, si los suyos hubieran tenido lanzas, el batallón realista hubiera sido “penetrado y destruido”. Agrega que tal vez esto determinó que “depusiésemos el horror a la lanza y la tomáramos con calor dentro de pocos días”.
Tremenda eficacia
Durante la marcha, los soldados de caballería llevaban la lanza calzada en un soporte del estribo, conocido como “cuja”. Los indios se la amarraban con un tiento a la muñeca y la arrastraban, dejando en el desierto la típica huella llamada “rastrillada”.
En Salta, el general Martín Güemes tuvo un escuadrón de lanceros gauchos: lo mandaba José Francisco “Pachi” Gorriti y utilizaban la lanza con matemática y mortal precisión. La punta consistía en una hoja de cuchillo, o la mitad de una tijera de esquilar, bien atada.
Es sabido que en 1813, en el combate de San Lorenzo, el general José de San Martín dispuso que sus granaderos atacaran a los realistas por sorpresa, utilizando solamente sable y lanza. Justamente uno de sus lanceros, el puntano Baigorria, le salvaría la vida. Cuando su caballo fue abatido y cayó trabándole las piernas, Baigorria atravesó con su lanza al soldado realista que intentaba clavar su bayoneta en San Martín. Esto mientras, por el otro lado, cubría el cuerpo del jefe caído –a costa de su vida- el sargento Juan Bautista Cabral.
Cargas en el Brasil
Según Beverina, fue en la guerra con el Brasil donde la lanza recibió su “consagración definitiva”. Dos regimientos argentinos, el 8 y el 16 (al mando de Pacheco y de Olavarría) estaban totalmente equipados con lanzas. Y otros tres, numerados 2, 4 y 8 (que mandaban Paz, Lavalle y Zufriategui) “estaban armados por partes iguales de lanza y carabina”.
En el combate de Arroyo Ombú, el 15 de febrero de 1827, trescientos lanceros de los regimientos 16 y 2 se enfrentaron por primera vez con la famosa caballería brasilera de Bento Manuel. Según el coronel José María Todd, casi todos los enemigos que quedaron muertos en el campo, habían sido abatidos a lanzazos. Desde entonces, dice Todd, “adquirió fama esta arma”.
Y pocos días después, en la victoria de Ituzaingó, fueron decisivas las reiteradas cargas de lanceros de Olavarría y Paz sobre las dos divisiones de infantería del Brasil. Tales embates les impidieron reunirse para romper el centro de los argentinos, como era su propósito.
La Madrid y Álvarez
La lanza pasó a ser entonces un arma normal de los ejércitos. En las guerras civiles, le correspondió un rol protagónico. El historiador Ernesto Quesada expresa que “el arma favorita” del bravo tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid, era la lanza. Blandiéndola, “se arrojaba al frente de sus falanges históricas, levantando con las picas a los infantes, clavando de a caballo los cañones y penetrando en los cuadros enemigos como el huracán impetuoso”.
Su sobrino Crisóstomo Álvarez no se quedaba atrás. Un testigo, Benjamín Villafañe, narra que vio en Buenos Aires un retrato de Álvarez a caballo. Tenía un pañuelo en la cabeza atado como vincha, vestía camiseta con los brazos desnudos y aferraba “una lanza especial en su mano derecha, en actitud de herir”. Agrega que “tal como lo vi entonces, lo vi más tarde, en tres ocasiones diferentes”. Álvarez cargaba lanza en mano, dando “un alarido que recordaba al de los indios de la pampa”.
Maderas tucumanas
En los meses posteriores a la batalla de Pavón, desde Córdoba, el general Wenceslao Paunero escribía (20 de abril de 1862) al gobernador de Tucumán, José María del Campo. “Teniendo necesidad –decía- de construir una cantidad de lanzas, y siendo en esa provincia donde hay la madera aparente para ese objeto, me dirijo a V.E. pidiéndole se sirva enviarme por una tropa de carretas, a la brevedad posible, unas 1.500 astas para otras tantas lanzas, debiendo ser el largo de las astas cuando menos de dos varas tres cuartas”.
Ya entrado el siglo XX, en la sección Ciencias Militares del Congreso Científico Internacional, celebrado en Buenos Aires en 1910, se trabó una discusión entre los veteranos oficiales presentes. Debatían si el sable o la lanza eran las armas blancas más adecuadas para la caballería argentina.
Oficializada
Intervino entonces el general Pablo Ricchieri, quien presidía la reunión. Según narra Beverina, propuso que los asistentes votaran “la conclusión de que la caballería argentina era igualmente apta para el empleo de la lanza y del sable y que, por consiguiente, convendría dotarla de las dos armas”. El criterio fue adoptado por unanimidad.
Obviamente, las lanzas constituyen hoy piezas de museo. En la “sala” de la estancia “El Churqui” de la familia Zavaleta, en Tafí del Valle, se conserva una lanza encontrada en el campo de Los Cardones. Allí, las fuerzas de Crisóstomo Álvarez batieron a una división del gobernador Celedonio Gutiérrez, en enero de 1852.
En cuanto a su presencia en nuestro país, el coronel Juan Beverina le dedicó un estudio cuyas referencias pueden servirnos de excelente guía. Informa que hasta después de la Revolución de Mayo de 1810, los soldados acudían a la lanza con bastante disgusto, y solamente como “arma de emergencia”, cuando escaseaban las carabinas y las pistolas.
En Tucumán
En las luchas contra el indio, durante el Virreinato, un tiempo se usaron las llamadas “chuzas”, de tres varas de largo. Pero el virrey Juan José de Vértiz dotó a sus fuerzas de carabina, dos pistolas y una espada, ya que los indios, decía, tienen “mucho miedo a las armas de fuego, pero no a las lanzas, en cuyo manejo son muy diestros”. Además, los indios blandían una lanza mucho más larga, con “seis y media varas de largo y tres cuartas de cuchillo”.
A poco de ocurrida la Revolución de Mayo, ya aparece el nombre de Tucumán vinculado con las lanzas. La Primera Junta se alarmó por la falta de armas de fuego y, por decreto del 10 de agosto de 1810, dispuso que los sargentos usaran alabardas (es decir un tipo de lanza con filosas aletas) en vez de fusiles. Ordenó además que “en la provincia de Tucumán” se formen “dos compañías de alabarderos, de cien hombres cada una, pues esta es una excelente caballería para el Perú y aumenta la fuerza supliendo la falta de armas de fuego”.
Favorita de Belgrano
Disponía además la Junta que el extremo hiriente de la lanza, la “moharra”, sería trabajado “con pulidez” en la Real Armería, que estaba bajo la dirección del vocal Miguel de Azcuénaga. Luego, las moharras se remitirían a Tucumán, para ser enastadas “con maderas buenas, de las que abundan en esos destinos”.
No escapó al general Manuel Belgrano la importancia de que la caballería del Ejército del Norte que mandaba, emplease la lanza. En abril de 1812, desde Jujuy, avisaba al gobierno que iba a dotarla de esta arma, pues las de fuego que poseían resultaban “inútiles en sus manos”, y le servirían para el Cuerpo de Cazadores que proyectaba formar.
Ya había equipado con lanzas a los Dragones que no tenían carabinas ni pistolas, y también las portaba su escolta. Esto para quitarles, decía, “la aprensión que tienen contra ella” y para que “se aficionen a su uso, viendo en mí esta predilección”. En 1813, se quejaba: “no he podido convencerlos de su utilidad, conozco a nuestros paisanos: sólo gustan del arma de fuego y la espada.”
Rechazo del soldado
El entusiasmo de Belgrano por la lanza produjo gran descontento, tanto en los oficiales como en la tropa. Refiere el general José María Paz, como testigo, que “los soldados se creían vilipendiados y envilecidos” por cargar una lanza. Narraba que “he visto llorar amargamente a soldados veteranos de caballería, porque se les había armado de lanza”, y a oficiales “sumergidos en una profunda tristeza, porque su compañía había sido transformada en lanceros”.
Paz era de la misma opinión en esa época, hasta que se dio cuenta de que la lanza constituía “el arma más formidable para el que sabe hacer uso de ella”. En la segunda campaña al Alto Perú, pudo deplorar la falta de lanzas. Cuenta que, en Vilcapugio, el regimiento de Dragones cargó sobre un cuerpo de infantería realista. Cuando estaban a muy corta distancia, todos se detuvieron. Los patriotas tenían muy pocos sables, y los infantes realistas no pudieron hacer fuego porque sus fusiles estaban descargados.
Reflexionaba Paz que, si los suyos hubieran tenido lanzas, el batallón realista hubiera sido “penetrado y destruido”. Agrega que tal vez esto determinó que “depusiésemos el horror a la lanza y la tomáramos con calor dentro de pocos días”.
Tremenda eficacia
Durante la marcha, los soldados de caballería llevaban la lanza calzada en un soporte del estribo, conocido como “cuja”. Los indios se la amarraban con un tiento a la muñeca y la arrastraban, dejando en el desierto la típica huella llamada “rastrillada”.
En Salta, el general Martín Güemes tuvo un escuadrón de lanceros gauchos: lo mandaba José Francisco “Pachi” Gorriti y utilizaban la lanza con matemática y mortal precisión. La punta consistía en una hoja de cuchillo, o la mitad de una tijera de esquilar, bien atada.
Es sabido que en 1813, en el combate de San Lorenzo, el general José de San Martín dispuso que sus granaderos atacaran a los realistas por sorpresa, utilizando solamente sable y lanza. Justamente uno de sus lanceros, el puntano Baigorria, le salvaría la vida. Cuando su caballo fue abatido y cayó trabándole las piernas, Baigorria atravesó con su lanza al soldado realista que intentaba clavar su bayoneta en San Martín. Esto mientras, por el otro lado, cubría el cuerpo del jefe caído –a costa de su vida- el sargento Juan Bautista Cabral.
Cargas en el Brasil
Según Beverina, fue en la guerra con el Brasil donde la lanza recibió su “consagración definitiva”. Dos regimientos argentinos, el 8 y el 16 (al mando de Pacheco y de Olavarría) estaban totalmente equipados con lanzas. Y otros tres, numerados 2, 4 y 8 (que mandaban Paz, Lavalle y Zufriategui) “estaban armados por partes iguales de lanza y carabina”.
En el combate de Arroyo Ombú, el 15 de febrero de 1827, trescientos lanceros de los regimientos 16 y 2 se enfrentaron por primera vez con la famosa caballería brasilera de Bento Manuel. Según el coronel José María Todd, casi todos los enemigos que quedaron muertos en el campo, habían sido abatidos a lanzazos. Desde entonces, dice Todd, “adquirió fama esta arma”.
Y pocos días después, en la victoria de Ituzaingó, fueron decisivas las reiteradas cargas de lanceros de Olavarría y Paz sobre las dos divisiones de infantería del Brasil. Tales embates les impidieron reunirse para romper el centro de los argentinos, como era su propósito.
La Madrid y Álvarez
La lanza pasó a ser entonces un arma normal de los ejércitos. En las guerras civiles, le correspondió un rol protagónico. El historiador Ernesto Quesada expresa que “el arma favorita” del bravo tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid, era la lanza. Blandiéndola, “se arrojaba al frente de sus falanges históricas, levantando con las picas a los infantes, clavando de a caballo los cañones y penetrando en los cuadros enemigos como el huracán impetuoso”.
Su sobrino Crisóstomo Álvarez no se quedaba atrás. Un testigo, Benjamín Villafañe, narra que vio en Buenos Aires un retrato de Álvarez a caballo. Tenía un pañuelo en la cabeza atado como vincha, vestía camiseta con los brazos desnudos y aferraba “una lanza especial en su mano derecha, en actitud de herir”. Agrega que “tal como lo vi entonces, lo vi más tarde, en tres ocasiones diferentes”. Álvarez cargaba lanza en mano, dando “un alarido que recordaba al de los indios de la pampa”.
Maderas tucumanas
En los meses posteriores a la batalla de Pavón, desde Córdoba, el general Wenceslao Paunero escribía (20 de abril de 1862) al gobernador de Tucumán, José María del Campo. “Teniendo necesidad –decía- de construir una cantidad de lanzas, y siendo en esa provincia donde hay la madera aparente para ese objeto, me dirijo a V.E. pidiéndole se sirva enviarme por una tropa de carretas, a la brevedad posible, unas 1.500 astas para otras tantas lanzas, debiendo ser el largo de las astas cuando menos de dos varas tres cuartas”.
Ya entrado el siglo XX, en la sección Ciencias Militares del Congreso Científico Internacional, celebrado en Buenos Aires en 1910, se trabó una discusión entre los veteranos oficiales presentes. Debatían si el sable o la lanza eran las armas blancas más adecuadas para la caballería argentina.
Oficializada
Intervino entonces el general Pablo Ricchieri, quien presidía la reunión. Según narra Beverina, propuso que los asistentes votaran “la conclusión de que la caballería argentina era igualmente apta para el empleo de la lanza y del sable y que, por consiguiente, convendría dotarla de las dos armas”. El criterio fue adoptado por unanimidad.
Obviamente, las lanzas constituyen hoy piezas de museo. En la “sala” de la estancia “El Churqui” de la familia Zavaleta, en Tafí del Valle, se conserva una lanza encontrada en el campo de Los Cardones. Allí, las fuerzas de Crisóstomo Álvarez batieron a una división del gobernador Celedonio Gutiérrez, en enero de 1852.