Por Fernando Stanich
06 Julio 2015
Como en una rueda que nunca para, los principales rivales a la Gobernación y cada uno de sus dirigentes dan giros y más giros intercambiando roles. Cuando unos atraviesan horas de insomnio, angustia, miedos e incertidumbre, los otros fantasean con cómodas victorias, brindis, fuegos artificiales y cuatro años de buen pasar. Es que si algo caracteriza a este proceso electoral tucumano es la paridad. Y ese virtual final cabeza a cabeza signa los inestables estados de ánimo en cada sector.
El alperovichismo arrancó el tramo final de la campaña devastado. Despechado por la “traición” de Domingo Amaya, que corrió a los brazos del radical José Cano cansado de tanto manoseo, el oficialismo sintió por primera vez pánico ante la posibilidad cierta de perder la elección. Pisoteado por la Casa de Gobierno y empujado por los suyos, Amaya había dado el sí que tanto necesitaba Cano para sentirse, por fin, cerca de ganar los comicios. Es verdad que tardó el Gobierno en recuperarse del golpe, porque nunca imaginó que el intendente se iba a animar a dar ese paso. Hasta lo subestimó. Pero como a lo largo de estos 12 años, el oficialismo se encontró de repente con la posibilidad de recuperarse. Algo de mérito propio y mucho de responsabilidad ajena hay en esa luz al final del túnel que sorprendió al alperovichismo. Son los propios amayistas y canistas los que admiten que la dupla Cano-Amaya no supo capitalizar de entrada el mazazo que le había dado al gobernador, José Alperovich, y que dejó pasar un tiempo valioso para sellar buena parte de su futuro. Por el lado de la Municipalidad sostienen que el intendente peronista y exgeradamente kirchnerista sintió culpa por el paso que había dado. Ciertamente, no debe ser fácil para Amaya haber relegado su sueño de gobernador para secundar a alguien que, a priori, representa lo opuesto a lo que él defendió durante una docena de años. Por el ala radical, en tanto, entienden que Cano perdió mucho tiempo jugando a cerrar los acuerdos nacionales para las PASO, cuando su objetivo esencial siempre fue otro. Así es que ese estrés postraumático que sintieron Amaya y Cano le permitió a los cabizbajos alperovichistas sentir que podían recuperar terreno y utilizaron el miedo a perder para amontonarse nuevamente. Hoy, en consecuencia, quienes conforman la dupla opositora ya no hablan de triunfo asegurado como hace un mes atrás, y quienes simpatizan con el oficialismo sonríen frente a la nueva chance que el destino les puso en el camino.
Al parecer, la palabra clave de esta elección que promete ser reñida es “estructura”. Porque los canistas y amayistas ya no apuestan tanto a la imagen de sus líderes sino a que la “estructura” de sus rivales falle. Y también porque los alperovichistas están desesperados por aceitar la “estructura” de cara al 23 de agosto. Esta semana, uno de los principales cerebros del macrismo pasó por Tucumán. Marcos Peña, entre algunas frases, dejó una bastante particular. Según el funcionario porteño, la “estructura” está sobrevalorada y lo que verdaderamente importa es el candidato. De ser así, Cano no debería preocuparse tanto entonces por la elección, porque su rival, Juan Manzur, carga –según prácticamente todas las encuestas que circulan- con una mayor imagen negativa que él. Tampoco, de ser así, debería haber perdido en Santa Fe el cómico Miguel del Sel frente al aparato socialista, desgastado en los últimos años por la invasión del narcotráfico en esa provincia. En realidad, lo peor que podría hacer la oposición es subestimar la “estructura” del oficialismo. De hecho, el propio Cano aprendió a no hacerlo y por eso se empecinó esta vez en sumar al peronismo antialperovichista y ahora encontró en Germán Alfaro a su “Pepe Grillo”. Incluso, a sus correligionarios y a los liberales que lo vienen acompañando desde hace tiempo les dejó en claro que esta elección se ganará únicamente jugando al juego que juegan los oficialistas. Es decir, maximizando la estructura y tapándose la nariz frente al pragmatismo.
Es que, en política, hablar de estructura no es hablar de algo abstracto, sino todo lo contrario. Son dirigentes, son fiscales, son choferes y son “movilizadores”. También es dinero, planes del Estado, bolsones, contratos y cientos de acoples financiados desde una misma caja. Cano aceptó utilizar algunas de esas artimañas al sumar aliados que se sienten seguros dentro de ese esquema clientelar. Y especula con que la estructura, esta vez, le falle al gobernador y le juegue a su favor. Total, si la política es una rueda que gira, en algún momento deberá rotar de su lado.
El alperovichismo arrancó el tramo final de la campaña devastado. Despechado por la “traición” de Domingo Amaya, que corrió a los brazos del radical José Cano cansado de tanto manoseo, el oficialismo sintió por primera vez pánico ante la posibilidad cierta de perder la elección. Pisoteado por la Casa de Gobierno y empujado por los suyos, Amaya había dado el sí que tanto necesitaba Cano para sentirse, por fin, cerca de ganar los comicios. Es verdad que tardó el Gobierno en recuperarse del golpe, porque nunca imaginó que el intendente se iba a animar a dar ese paso. Hasta lo subestimó. Pero como a lo largo de estos 12 años, el oficialismo se encontró de repente con la posibilidad de recuperarse. Algo de mérito propio y mucho de responsabilidad ajena hay en esa luz al final del túnel que sorprendió al alperovichismo. Son los propios amayistas y canistas los que admiten que la dupla Cano-Amaya no supo capitalizar de entrada el mazazo que le había dado al gobernador, José Alperovich, y que dejó pasar un tiempo valioso para sellar buena parte de su futuro. Por el lado de la Municipalidad sostienen que el intendente peronista y exgeradamente kirchnerista sintió culpa por el paso que había dado. Ciertamente, no debe ser fácil para Amaya haber relegado su sueño de gobernador para secundar a alguien que, a priori, representa lo opuesto a lo que él defendió durante una docena de años. Por el ala radical, en tanto, entienden que Cano perdió mucho tiempo jugando a cerrar los acuerdos nacionales para las PASO, cuando su objetivo esencial siempre fue otro. Así es que ese estrés postraumático que sintieron Amaya y Cano le permitió a los cabizbajos alperovichistas sentir que podían recuperar terreno y utilizaron el miedo a perder para amontonarse nuevamente. Hoy, en consecuencia, quienes conforman la dupla opositora ya no hablan de triunfo asegurado como hace un mes atrás, y quienes simpatizan con el oficialismo sonríen frente a la nueva chance que el destino les puso en el camino.
Al parecer, la palabra clave de esta elección que promete ser reñida es “estructura”. Porque los canistas y amayistas ya no apuestan tanto a la imagen de sus líderes sino a que la “estructura” de sus rivales falle. Y también porque los alperovichistas están desesperados por aceitar la “estructura” de cara al 23 de agosto. Esta semana, uno de los principales cerebros del macrismo pasó por Tucumán. Marcos Peña, entre algunas frases, dejó una bastante particular. Según el funcionario porteño, la “estructura” está sobrevalorada y lo que verdaderamente importa es el candidato. De ser así, Cano no debería preocuparse tanto entonces por la elección, porque su rival, Juan Manzur, carga –según prácticamente todas las encuestas que circulan- con una mayor imagen negativa que él. Tampoco, de ser así, debería haber perdido en Santa Fe el cómico Miguel del Sel frente al aparato socialista, desgastado en los últimos años por la invasión del narcotráfico en esa provincia. En realidad, lo peor que podría hacer la oposición es subestimar la “estructura” del oficialismo. De hecho, el propio Cano aprendió a no hacerlo y por eso se empecinó esta vez en sumar al peronismo antialperovichista y ahora encontró en Germán Alfaro a su “Pepe Grillo”. Incluso, a sus correligionarios y a los liberales que lo vienen acompañando desde hace tiempo les dejó en claro que esta elección se ganará únicamente jugando al juego que juegan los oficialistas. Es decir, maximizando la estructura y tapándose la nariz frente al pragmatismo.
Es que, en política, hablar de estructura no es hablar de algo abstracto, sino todo lo contrario. Son dirigentes, son fiscales, son choferes y son “movilizadores”. También es dinero, planes del Estado, bolsones, contratos y cientos de acoples financiados desde una misma caja. Cano aceptó utilizar algunas de esas artimañas al sumar aliados que se sienten seguros dentro de ese esquema clientelar. Y especula con que la estructura, esta vez, le falle al gobernador y le juegue a su favor. Total, si la política es una rueda que gira, en algún momento deberá rotar de su lado.