Por Federico Türpe
04 Julio 2015
El primer debate presidencial televisado del mundo se llevó a cabo en la ciudad de Chicago, Estados Unidos, hace 55 años, el 26 de septiembre de 1960. Afirman algunos, quizás con cierta exageración, que esa discusión política cambió la historia de la política y la televisión para siempre.
Los protagonistas fueron nada menos que John Fitzgerald Kennedy y Richard Nixon. Sabemos que dos meses más tarde de esta contienda Kennedy ganaría la presidencia en unas ajustadísimas elecciones.
La expectativa que generó esa controversia televisiva fue tan enorme que reunió alrededor de los televisores a 70 millones de estadounidenses, el 60% de la población con derecho a voto en ese momento. Para tener una idea de la escala, el debate entre el demócrata Barack Obama y el republicano Mitt Romney en 2012, 52 años después, fue observado por 60 millones de norteamericanos, en un país no sólo con más población sino también con muchos más televisores y otros tipo de pantallas por habitante.
Según encuestas de la época, Nixon ganó en la radio y Kennedy en la pantalla. Nixon no cuidó su imagen y no permitió que lo maquillaran porque estaba más confiado en su experiencia. Ya había protagonizado un año antes un improvisado y también histórico debate en Moscú con el líder soviético Nikita Jrushchov.
Antes del cruce con Kennedy, Nixon estuvo encerrado en el hotel estudiando sus argumentos. Llegó a los estudios de la CBS demacrado y con pocas horas de sueño.
Kennedy, en cambio, arribó un día antes a la ciudad y estuvo relajado en la piscina del hotel (fin del verano en Chicago), donde tomó sol junto a su familia y asesores. Era más apuesto, carismático y se sentía cómodo y espontáneo frente a las cámaras y aceptó que lo maquillaran. Lució además un traje oscuro para resaltar su bronceado. Nixon se mostró gestualmente mucho más nervioso (transpiró bastante), pero sonó más sólido en sus planteos. Por eso afirman que uno ganó ante los oyentes y el otro frente a los televidentes.
“El 26 de septiembre de 1960 la política cambió para siempre. Nada volvería a ser igual después de aquel primer debate entre Nixon y Kennedy”, afirmó el experto en elecciones estadounidenses, Daniel Ureña, en 2008, poco antes de que se enfrentaran Obama y John McCain.
Al igual que en EEUU, en Brasil los candidatos presidenciales también debaten desde hace 55 años. En Venezuela desde hace 52 años -excepto desde que gobierna el chavismo-, en Colombia hace 41, Canadá (43), Guatemala (33), Uruguay (31), Chile (26), Perú (25), Honduras (22), México y Panamá (21), Costa Rica (13), Ecuador y Nicaragua (9), Paraguay (7), Haití (5), y Bolivia y El Salvador desde hace 1 año.
Los únicos dos países del continente donde nunca hubo debates presidenciales son Argentina y República Dominicana.
Lo más cerca que se estuvo en Argentina fue en 1989, entre Carlos Menem y Eduardo Angeloz. La contienda fue organizada por el programa Tiempo Nuevo, que conducía el periodista Bernardo Neustad, pero se frustró porque Menem no fue, en lo que pasó a la historia como “la silla vacía”, modo en que se denomina cuando un candidato arruga el convite.
Lo más parecido a un debate presidencial que tuvimos en el país fue ese histórico enfrentamiento entre el canciller radical Dante Caputo y el senador peronista Vicente Saadi, en 1984, antes del plebiscito que iba a realizarse por el canal de Beagle, disputado con Chile.
Esa discusión fue transmitida en vivo y en simultáneo por Canal 7 y canal 13.
También se realizan desde hace algunos años debates en el canal de cable TN, pero en categorías menores a la presidencial. Por allí pasaron candidatos a gobernador, a jefe de gobierno porteño, legisladores e intendentes.
Ahora está bastante avanzada una iniciativa del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec) para que se realice por primera vez un debate presidencial en el país. Dicen que están cerca de llegar a un acuerdo con los principales candidatos y que se llevaría a cabo con la colaboración de todos los canales porteños de televisión abierta.
En Tucumán hay muy pocos antecedentes de compulsas políticas públicas. Tal vez la más importante fue la que protagonizaron Ramón Ortega y Antonio Domingo Bussi, en 1991, en los estudios de Canal 10. Fue moderado por el periodista Ariel Celis, en una puesta bastante desprolija y accidentada. Ortega quiso discutir acompañado por asesores, que luego serían sus ministros, y Bussi insistía en que debatiera solo. Todo esto al aire. Finalmente algo de debate hubo.
Otro antecedente ocurrió en 2003, a instancias y en las instalaciones de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (Unsta). Fue un viernes 6 de junio y participaron los candidatos a gobernador Ricardo Bussi (Fuerza Republicana), Osvaldo “Renzo” Cirnigliaro (Frente Anticorrupción), Daniel Blanco (Partido Obrero), Héctor Manfredo (Izquierda Unida) y Raúl Gil Moreno (Partido Humanista). Aquella vez hubo dos sillas vacías: la de José Alperovich (Frente Fundacional), que nunca aceptó un debate, y Esteban Jerez (Frente Unión por Tucumán).
Fue un debate aburrido, según los propios candidatos, y el salón de la Unsta no estuvo lleno. Incluso, cuando anunciaron que no asistirían Alperovich ni Jerez varios se levantaron y se fueron, dejando aún más butacas vacías.
El jueves pasado se dio un nuevo gran paso en nuestra precaria construcción cívica, en una provincia que viene a los tumbos en calidad institucional y en ejercicio republicano. La Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Tucumán, a través de su cátedra A de Teoría del Estado, inició un ciclo de debates políticos. Comenzaron con los candidatos a intendente de la capital y la asistencia fue abrumadora.
El aula Magna de esa casa se vio desbordada por unas 800 personas, sentadas hasta en las escalinatas, muchas paradas y amontonadas, y otras tantas quedaron afuera. Asistieron Pablo Yedlin (Frente para la Victoria), Gerónimo Vargas Aignasse (Frente Renovador), Estela di Cola (Alternativa Popular), Claudio Viña (Fuerza Republicana), Carlos Humberto Fiori (Unión y Progreso Social) y Mariana Arreguez (Frente de Izquierda y de los Trabajadores).
El debate fue por momentos jugoso, muy respetuoso, tanto de parte de los candidatos como del público, que se mantuvo en silencio y aplaudió a todos, sin excepción, cada vez que terminaban de hablar. Se escucharon opiniones y proyectos, aunque bastante sintéticos por el escaso tiempo de exposición, considerando la complejidad de los temas.
Esta vez la silla vacía fue de Germán Alfaro, secretario de gobierno municipal, mano derecha de Domingo Amaya y candidato a intendente del Acuerdo por el Bicentenario, que lidera José Cano.
“A Germán no le interesa debatir”, confió un operador de Alfaro presente en el debate. Es lo mismo que decir que a Germán no le interesa la gente, porque los debates no son para los candidatos, son para la sociedad, algo que la política vernácula no termina de comprender, o no le interesa, lo que es más grave
El legislador amayista Alfredo Toscano, incluso, se tomó el asunto para la chacota, como si administrar la vida de los tucumanos fuera una joda. “Sobre el debate todos quieren enfrentar a Mayweather. Ja”, escribió Toscano ayer en Twitter. Y luego agregó: “Nunca vi un peso pluma desafiar a un peso pesado. Osadía le dicen algunos”.
En definitiva, pareciera que lo único que importa es ganar para seguir manejando la caja. “Las propuestas son para la gilada, jajaja”, ¿diría Toscano?
Un estudio realizado por una consultora para la ONG Argentina Debate reveló que el 78% de los argentinos considera “muy importante” o “importante” el debate entre candidatos, y que en las últimas elecciones en Chile, donde hay debates hace tres décadas, el 11% de los chilenos reconoció que cambió su voto luego de ver una contienda.
No vaya a ser que Mayweather, que encabeza las encuestas por un apretado margen, termine nockeado por un sillazo vacío. Después de todo, la ventaja que tiene es bastante menor a ese 11% de los votantes que dicen cambiar su voto luego de que suena la campana.
Los protagonistas fueron nada menos que John Fitzgerald Kennedy y Richard Nixon. Sabemos que dos meses más tarde de esta contienda Kennedy ganaría la presidencia en unas ajustadísimas elecciones.
La expectativa que generó esa controversia televisiva fue tan enorme que reunió alrededor de los televisores a 70 millones de estadounidenses, el 60% de la población con derecho a voto en ese momento. Para tener una idea de la escala, el debate entre el demócrata Barack Obama y el republicano Mitt Romney en 2012, 52 años después, fue observado por 60 millones de norteamericanos, en un país no sólo con más población sino también con muchos más televisores y otros tipo de pantallas por habitante.
Según encuestas de la época, Nixon ganó en la radio y Kennedy en la pantalla. Nixon no cuidó su imagen y no permitió que lo maquillaran porque estaba más confiado en su experiencia. Ya había protagonizado un año antes un improvisado y también histórico debate en Moscú con el líder soviético Nikita Jrushchov.
Antes del cruce con Kennedy, Nixon estuvo encerrado en el hotel estudiando sus argumentos. Llegó a los estudios de la CBS demacrado y con pocas horas de sueño.
Kennedy, en cambio, arribó un día antes a la ciudad y estuvo relajado en la piscina del hotel (fin del verano en Chicago), donde tomó sol junto a su familia y asesores. Era más apuesto, carismático y se sentía cómodo y espontáneo frente a las cámaras y aceptó que lo maquillaran. Lució además un traje oscuro para resaltar su bronceado. Nixon se mostró gestualmente mucho más nervioso (transpiró bastante), pero sonó más sólido en sus planteos. Por eso afirman que uno ganó ante los oyentes y el otro frente a los televidentes.
“El 26 de septiembre de 1960 la política cambió para siempre. Nada volvería a ser igual después de aquel primer debate entre Nixon y Kennedy”, afirmó el experto en elecciones estadounidenses, Daniel Ureña, en 2008, poco antes de que se enfrentaran Obama y John McCain.
Al igual que en EEUU, en Brasil los candidatos presidenciales también debaten desde hace 55 años. En Venezuela desde hace 52 años -excepto desde que gobierna el chavismo-, en Colombia hace 41, Canadá (43), Guatemala (33), Uruguay (31), Chile (26), Perú (25), Honduras (22), México y Panamá (21), Costa Rica (13), Ecuador y Nicaragua (9), Paraguay (7), Haití (5), y Bolivia y El Salvador desde hace 1 año.
Los únicos dos países del continente donde nunca hubo debates presidenciales son Argentina y República Dominicana.
Lo más cerca que se estuvo en Argentina fue en 1989, entre Carlos Menem y Eduardo Angeloz. La contienda fue organizada por el programa Tiempo Nuevo, que conducía el periodista Bernardo Neustad, pero se frustró porque Menem no fue, en lo que pasó a la historia como “la silla vacía”, modo en que se denomina cuando un candidato arruga el convite.
Lo más parecido a un debate presidencial que tuvimos en el país fue ese histórico enfrentamiento entre el canciller radical Dante Caputo y el senador peronista Vicente Saadi, en 1984, antes del plebiscito que iba a realizarse por el canal de Beagle, disputado con Chile.
Esa discusión fue transmitida en vivo y en simultáneo por Canal 7 y canal 13.
También se realizan desde hace algunos años debates en el canal de cable TN, pero en categorías menores a la presidencial. Por allí pasaron candidatos a gobernador, a jefe de gobierno porteño, legisladores e intendentes.
Ahora está bastante avanzada una iniciativa del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec) para que se realice por primera vez un debate presidencial en el país. Dicen que están cerca de llegar a un acuerdo con los principales candidatos y que se llevaría a cabo con la colaboración de todos los canales porteños de televisión abierta.
En Tucumán hay muy pocos antecedentes de compulsas políticas públicas. Tal vez la más importante fue la que protagonizaron Ramón Ortega y Antonio Domingo Bussi, en 1991, en los estudios de Canal 10. Fue moderado por el periodista Ariel Celis, en una puesta bastante desprolija y accidentada. Ortega quiso discutir acompañado por asesores, que luego serían sus ministros, y Bussi insistía en que debatiera solo. Todo esto al aire. Finalmente algo de debate hubo.
Otro antecedente ocurrió en 2003, a instancias y en las instalaciones de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (Unsta). Fue un viernes 6 de junio y participaron los candidatos a gobernador Ricardo Bussi (Fuerza Republicana), Osvaldo “Renzo” Cirnigliaro (Frente Anticorrupción), Daniel Blanco (Partido Obrero), Héctor Manfredo (Izquierda Unida) y Raúl Gil Moreno (Partido Humanista). Aquella vez hubo dos sillas vacías: la de José Alperovich (Frente Fundacional), que nunca aceptó un debate, y Esteban Jerez (Frente Unión por Tucumán).
Fue un debate aburrido, según los propios candidatos, y el salón de la Unsta no estuvo lleno. Incluso, cuando anunciaron que no asistirían Alperovich ni Jerez varios se levantaron y se fueron, dejando aún más butacas vacías.
El jueves pasado se dio un nuevo gran paso en nuestra precaria construcción cívica, en una provincia que viene a los tumbos en calidad institucional y en ejercicio republicano. La Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Tucumán, a través de su cátedra A de Teoría del Estado, inició un ciclo de debates políticos. Comenzaron con los candidatos a intendente de la capital y la asistencia fue abrumadora.
El aula Magna de esa casa se vio desbordada por unas 800 personas, sentadas hasta en las escalinatas, muchas paradas y amontonadas, y otras tantas quedaron afuera. Asistieron Pablo Yedlin (Frente para la Victoria), Gerónimo Vargas Aignasse (Frente Renovador), Estela di Cola (Alternativa Popular), Claudio Viña (Fuerza Republicana), Carlos Humberto Fiori (Unión y Progreso Social) y Mariana Arreguez (Frente de Izquierda y de los Trabajadores).
El debate fue por momentos jugoso, muy respetuoso, tanto de parte de los candidatos como del público, que se mantuvo en silencio y aplaudió a todos, sin excepción, cada vez que terminaban de hablar. Se escucharon opiniones y proyectos, aunque bastante sintéticos por el escaso tiempo de exposición, considerando la complejidad de los temas.
Esta vez la silla vacía fue de Germán Alfaro, secretario de gobierno municipal, mano derecha de Domingo Amaya y candidato a intendente del Acuerdo por el Bicentenario, que lidera José Cano.
“A Germán no le interesa debatir”, confió un operador de Alfaro presente en el debate. Es lo mismo que decir que a Germán no le interesa la gente, porque los debates no son para los candidatos, son para la sociedad, algo que la política vernácula no termina de comprender, o no le interesa, lo que es más grave
El legislador amayista Alfredo Toscano, incluso, se tomó el asunto para la chacota, como si administrar la vida de los tucumanos fuera una joda. “Sobre el debate todos quieren enfrentar a Mayweather. Ja”, escribió Toscano ayer en Twitter. Y luego agregó: “Nunca vi un peso pluma desafiar a un peso pesado. Osadía le dicen algunos”.
En definitiva, pareciera que lo único que importa es ganar para seguir manejando la caja. “Las propuestas son para la gilada, jajaja”, ¿diría Toscano?
Un estudio realizado por una consultora para la ONG Argentina Debate reveló que el 78% de los argentinos considera “muy importante” o “importante” el debate entre candidatos, y que en las últimas elecciones en Chile, donde hay debates hace tres décadas, el 11% de los chilenos reconoció que cambió su voto luego de ver una contienda.
No vaya a ser que Mayweather, que encabeza las encuestas por un apretado margen, termine nockeado por un sillazo vacío. Después de todo, la ventaja que tiene es bastante menor a ese 11% de los votantes que dicen cambiar su voto luego de que suena la campana.
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