25 Abril 2015
DULZURA. Sandra y Sofía disfrutan del jardín; las flores, las texturas y los aromas ayudan a estimular a la niña. la gaceta / foto de juan pablo sanchez noli
Ver que su pequeña porción de tierra se había convertido en un paraíso la emocionó tanto como cuando vio a Sofía dar sus primeros pasos sola. Sandra Isa hace esta comparación mientras juega con su hija de cinco años en un círculo de piedras que se encuentra en un rincón del jardín de su casa ubicada en Lomas de Tafí.
Hace tres años que viven ahí y con ayuda convirtió esos pocos metros cuadrados de verde en un refugio. Pero ese jardín también esconde otra intención. Sandra lo hizo pensando en su hija, que sufre retraso madurativo. Quería un sitio para que disfrutara, jugara con su perra Dolly e interactuara con las plantas. En definitiva, una terapia intensiva y natural.
Macetas violetas y celestes se intercalan entre las lavandas, los jazmines del cielo, el jazmín del cabo, las erikas, las eugenias (arbustos) y las rosas iceberg. “La idea fue crear un jardín sensorial en el que Sofía pudiera descubrir olores, texturas y colores”, explica Silvio Ovejero, ingeniero agrónomo y paisajista. Por eso hay un círculo con piedritas y también varias suculentas. Un espacio para las gramíneas y los papiros que se mueven ante la menor brisa y una pared que en poco tiempo se cubrirá con cuatro enredaderas distintas. En otra de las paredes medianeras plantó un parthenocissus, una enredadera que en otoño se torna de color rojizo.
Sandra quería un árbol de limas y también piensa completar ese lugar con una fuente de agua. “Soñaba con esto, pero nunca imaginé que podía quedar tan lindo. Estoy muy orgullosa de este jardín”, dice. Mientras Sandra charla, su “reina del jardín” no deja de levantar las piedritas, de tocarlas y hasta lanzarlas al aire. “Todo tiene una finalidad terapéutica aquí”, aclara la mamá. Por eso eligieron tonos lilas, violetas y celestes, que se consideran transmisores de paz y armonía.
“Cuando llegué, esto era un yuyal que no decía nada. También notaba que las dos necesitaban un cambio de energía”, cuenta Silvio. Puso manos a la obra y en una semana el lugar cambió por completo. “Nunca me voy a olvidar de la cara de Sandra la siesta que llegó de su trabajo y me vio en el jardín que ya estaba lleno de plantas. Se quedó muda”, recuerda el ingeniero. Ella lo interrumpe: “Sentí lo mismo que cuando una de las terapeutas de Sofi me preguntó si quería ver a mi hija caminar. Tenía tres años cuando dio sus primeros pasos”.
El jardín reafirmó eso de que hay que tener paciencia para ver los frutos. No es para ansiosos, sino que hay que aprender a disfrutar cada avance. “Hay que cuidarlo, saber esperar y no pretender que todo se de cuando uno quiere. Por eso digo que para mí es un hijo más”, confirma Sandra.
Parte del diseño responde a los lineamientos del feng shui. sobre todo las curvas y colores que significan un cambio de energía. Por una cuestión personal, Sandra quería un sitio que les permitiera respirar mucha paz. Por eso se eligió una paleta de colores fríos. Pero lo complementó con una enredadera de alamandra que posee flores amarillas para darle un toque con otro color. Un poco de energía.
Buscando una terapia para Sofía, encontraron un sitio para las dos. “Veo en este jardín las ganas de crecer y superarse de mi hija. Todo lo bueno y positivo de ella puedo verlo aquí y eso me emociona mucho”.
Ella cuenta que todos los que descubren el jardín quedan maravillados. “Algunos prefieren sacrificar metros de verde para ampliar las casas; yo busco todo lo contrario”, concluye.
Hace tres años que viven ahí y con ayuda convirtió esos pocos metros cuadrados de verde en un refugio. Pero ese jardín también esconde otra intención. Sandra lo hizo pensando en su hija, que sufre retraso madurativo. Quería un sitio para que disfrutara, jugara con su perra Dolly e interactuara con las plantas. En definitiva, una terapia intensiva y natural.
Macetas violetas y celestes se intercalan entre las lavandas, los jazmines del cielo, el jazmín del cabo, las erikas, las eugenias (arbustos) y las rosas iceberg. “La idea fue crear un jardín sensorial en el que Sofía pudiera descubrir olores, texturas y colores”, explica Silvio Ovejero, ingeniero agrónomo y paisajista. Por eso hay un círculo con piedritas y también varias suculentas. Un espacio para las gramíneas y los papiros que se mueven ante la menor brisa y una pared que en poco tiempo se cubrirá con cuatro enredaderas distintas. En otra de las paredes medianeras plantó un parthenocissus, una enredadera que en otoño se torna de color rojizo.
Sandra quería un árbol de limas y también piensa completar ese lugar con una fuente de agua. “Soñaba con esto, pero nunca imaginé que podía quedar tan lindo. Estoy muy orgullosa de este jardín”, dice. Mientras Sandra charla, su “reina del jardín” no deja de levantar las piedritas, de tocarlas y hasta lanzarlas al aire. “Todo tiene una finalidad terapéutica aquí”, aclara la mamá. Por eso eligieron tonos lilas, violetas y celestes, que se consideran transmisores de paz y armonía.
“Cuando llegué, esto era un yuyal que no decía nada. También notaba que las dos necesitaban un cambio de energía”, cuenta Silvio. Puso manos a la obra y en una semana el lugar cambió por completo. “Nunca me voy a olvidar de la cara de Sandra la siesta que llegó de su trabajo y me vio en el jardín que ya estaba lleno de plantas. Se quedó muda”, recuerda el ingeniero. Ella lo interrumpe: “Sentí lo mismo que cuando una de las terapeutas de Sofi me preguntó si quería ver a mi hija caminar. Tenía tres años cuando dio sus primeros pasos”.
El jardín reafirmó eso de que hay que tener paciencia para ver los frutos. No es para ansiosos, sino que hay que aprender a disfrutar cada avance. “Hay que cuidarlo, saber esperar y no pretender que todo se de cuando uno quiere. Por eso digo que para mí es un hijo más”, confirma Sandra.
Parte del diseño responde a los lineamientos del feng shui. sobre todo las curvas y colores que significan un cambio de energía. Por una cuestión personal, Sandra quería un sitio que les permitiera respirar mucha paz. Por eso se eligió una paleta de colores fríos. Pero lo complementó con una enredadera de alamandra que posee flores amarillas para darle un toque con otro color. Un poco de energía.
Buscando una terapia para Sofía, encontraron un sitio para las dos. “Veo en este jardín las ganas de crecer y superarse de mi hija. Todo lo bueno y positivo de ella puedo verlo aquí y eso me emociona mucho”.
Ella cuenta que todos los que descubren el jardín quedan maravillados. “Algunos prefieren sacrificar metros de verde para ampliar las casas; yo busco todo lo contrario”, concluye.