Por Carlos Páez de la Torre H
23 Abril 2015
MADERA PUNTIAGUDA. En esta pintura de Moreno Carbonero que reconstruye la fundación de Buenos Aires aparece, en primer plano, el grueso poste que era de rigor plantar. la gaceta / archivo
En la ceremonia de fundación de las ciudades, era punto muy importante plantar un grueso tronco, descortezado pero sin labrar, y con una punta en el extremo superior (la picota), al centro del espacio delimitado para plaza. Los documentos lo mentan como “rollo” o “árbol de la justicia”, o “palo de la justicia”, o “palo y picota”. Era el símbolo de la jurisdicción penal. Tenía argollas y ganchos que tanto servían para colgar los cuerpos de los ejecutados, como para amarrar las cadenas de los reos expuestos a la vergüenza pública.
Al fundarse San Miguel de Tucumán, en 1565, el acta se inicia expresando que el capitán Diego de Villarroel “ponía y puso un palo y picota en un hoyo que había mandado hacer para el dicho efecto, el cual fue hincado y puesto en alto, según y como se acostumbra hacer en todas las demás ciudades”, y dispuso que allí “se ejecutase públicamente justicia de todos los malhechores”. Consta en el acta de 1685 que, al trasladarse la ciudad a su sitio actual desde Ibatín, lo primero que hizo el teniente de gobernador, capitán Miguel de Salas y Valdés, fue sacar ese tronco, que “se metió en una carreta” junto con la “caja de los archivos” y el cepo. Fue colocado al centro de la hoy plaza Independencia.
Pasaron 104 años. El 27 de febrero de 1789, el Cabildo consideró que el “rollo” ya era un estorbo para la plaza, y que “el mucho fierro que tiene puede destinarse para prisiones”. Ordenó, entonces, que “se arranque y se le dé los destinos conducentes”. Y que “para poner vergüenza pública a los reos que lo merezcan, se pondrá un poste junto a las Casas Consistoriales”. Así se llamaba al edificio del Cabildo.
Al fundarse San Miguel de Tucumán, en 1565, el acta se inicia expresando que el capitán Diego de Villarroel “ponía y puso un palo y picota en un hoyo que había mandado hacer para el dicho efecto, el cual fue hincado y puesto en alto, según y como se acostumbra hacer en todas las demás ciudades”, y dispuso que allí “se ejecutase públicamente justicia de todos los malhechores”. Consta en el acta de 1685 que, al trasladarse la ciudad a su sitio actual desde Ibatín, lo primero que hizo el teniente de gobernador, capitán Miguel de Salas y Valdés, fue sacar ese tronco, que “se metió en una carreta” junto con la “caja de los archivos” y el cepo. Fue colocado al centro de la hoy plaza Independencia.
Pasaron 104 años. El 27 de febrero de 1789, el Cabildo consideró que el “rollo” ya era un estorbo para la plaza, y que “el mucho fierro que tiene puede destinarse para prisiones”. Ordenó, entonces, que “se arranque y se le dé los destinos conducentes”. Y que “para poner vergüenza pública a los reos que lo merezcan, se pondrá un poste junto a las Casas Consistoriales”. Así se llamaba al edificio del Cabildo.
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