13 Abril 2015
El río Marapa se tragó la plaza del pueblo en pocas horas
La desesperación fue ganando las calles de Graneros a medida que el río Marapa se apoderaba del pueblo. En apenas tres horas el agua llegó hasta la plaza central. Unas 30 familias quedaron evacuadas en la escuela Belisario López. Los vecinos no querían abandonar sus casas por miedo a los robos. Resistieron hasta que debieron ser rescatados en lancha por la Policía Lacustre
LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ
Desde la mañana se sabía que el dique Escaba había desbordado por las lluvias en Catamarca y que sólo se habían abierto dos compuertas en forma manual. El río Marapa, alimentado por sus aguas, corría enloquecido. Pero ningún vecino de los pueblos que atraviesa (Alberdi, Graneros y La Madrid) estaba dispuesto a irse así nomás. Resistieron aferrados a sus casas hasta que el agua les llegó a la cintura. Sólo entonces abandonaron sus viviendas o aceptaron ser rescatados en lanchas de la Policía Lacustre.
En Graneros, el drama comenzó a las 16.30. Norma Contreras todavía estaba festejando sus 77 años con sus tres hijos y todos sus nietos cuando el agua ganó la calle. En medio del festejo, los invitados se dieron cuenta que ya no podían salir, y comenzaron a llenar bolsas de arena para construir defensas. Mientras tanto, Norma, rosario en mano, le pedía a Jesús Misericordioso, que en su día, no la desampare.
Solo los chicos
Dos escuelas estaban listas para la evacuación desde el mediodía; una se inundó y otra, la Belisario López, comenzó a llenarse de refugiados. Pero todos eran niños. “Los padres los mandan solos o con los hermanos mayores, mientras ellos se quedan a cuidar sus casas”, contó la ministra de Educación, Silvia Rojkés de Temkin, que junto a varias docentes de su equipo comandaba el operativo en la escuela. Por la noche ya sumaban 30 las familias evacuadas solo en ese pueblo; entre ellas, había 60 niños.
Levantando defensas
Durante toda la tarde, los vecinos se afanaron en levantar defensas con bolsas de arena o simplemente con tierra. “¿Irme de acá y dejar la casa sola?” ¡Imposible! Si me voy no voy a encontrar nada; aquí se roban todo”, decía Graciela Galis, sin soltar la carretilla con la que iba y venía acarreando tierra hasta la entrada de su casa. Hacia adentro se veía una carnicería y una verdulería a la que nadie entró en toda la tarde.
Al tiempo que los vecinos de la calle Saavedra levantaban montañas de arena sobre el cordón de la vereda, el agua del río avanzaba por la calzada y diluía los montículos en apenas unos segundos. En media hora, el río subió al cordón de la vereda y se metió en las casas. Muchos lograron salvar los electrodomésticos arriba de mesas,; la mayoría resistió hasta último momento.
“Pensábamos que el agua no iba a llegar hasta nuestra casa, porque así pasó el mes anterior. Pero ahora subió hasta la ventana”, reconoció Mirta Beatriz Díaz, apenas se bajó de la lancha en la que la rescataron del barrio Buenos Aires. Junto a ella venía Lorena Figueroa, con sus seis hijos, entre ellos dos bebés. “Ya nos habían dicho que podía haber inundación pero no creíamos que fuera a ocurrir. Estuvimos en la calle esperando a que nos vinieran a rescatar”, contó sin poder respirar de la angustia.
Los vecinos iban y venían por las calles rescatando sus mascotas y llevando a lugares más seguros sus muebles y bolsos con ropa. Así, por ejemplo, caminaba Francisco Campos, con seis cachorritos que temblaban entre sus manos. Daisy, la perra, caminaba casi nadando a su lado. “No se quería ir sin sus perritos”, comentó el joven.
En solo tres horas, el río Marapa llegó a la plaza principal de Graneros. A las 19, con el cielo oscuro, todas las calles se habían convertido en una suerte de Venecia. Ya no pasaban ni siquiera las motos; solamente los tractores de la municipalidad las recorrían remolcando carros cargados con familias que llevaban sus muebles. Los gomones de la Policía Lacustre iba y venían con mujeres y niños que rescataba de los barrios Santa Rita y Buenos Aires, donde los vecinos esperaron hasta última hora para recién desistir de la idea de quedarse a custodiar sus cosas.
“Es que aquí se roban todo si uno no está. La verdad es que los vecinos no se dieron cuenta de la magnitud de esta inundación; no creían que esto podía llegar a pasar. Quizás no recibieron suficiente información”, reflexionó Javier Frías, que había llegado a ayudar a su hermana Edith, mamá de un bebé de brazos. “Vamos a ver hasta dónde aguantamos, y si no, nos vamos”, dijo mientras el río ya pasaba por el patio de su casa. A las 20 todo era tinieblas. La energía eléctrica se había cortado por precaución. En la plaza, el agua estaba alumbrada por las luces de las sirenas de la policía lacustre. Había mucho silencio y miedo en Graneros. Al cierre de esta edición, el agua estaba por entrar en La Madrid, donde muchos vecinos ya se habían autoevacuado en la ruta.
En Graneros, el drama comenzó a las 16.30. Norma Contreras todavía estaba festejando sus 77 años con sus tres hijos y todos sus nietos cuando el agua ganó la calle. En medio del festejo, los invitados se dieron cuenta que ya no podían salir, y comenzaron a llenar bolsas de arena para construir defensas. Mientras tanto, Norma, rosario en mano, le pedía a Jesús Misericordioso, que en su día, no la desampare.
Solo los chicos
Dos escuelas estaban listas para la evacuación desde el mediodía; una se inundó y otra, la Belisario López, comenzó a llenarse de refugiados. Pero todos eran niños. “Los padres los mandan solos o con los hermanos mayores, mientras ellos se quedan a cuidar sus casas”, contó la ministra de Educación, Silvia Rojkés de Temkin, que junto a varias docentes de su equipo comandaba el operativo en la escuela. Por la noche ya sumaban 30 las familias evacuadas solo en ese pueblo; entre ellas, había 60 niños.
Levantando defensas
Durante toda la tarde, los vecinos se afanaron en levantar defensas con bolsas de arena o simplemente con tierra. “¿Irme de acá y dejar la casa sola?” ¡Imposible! Si me voy no voy a encontrar nada; aquí se roban todo”, decía Graciela Galis, sin soltar la carretilla con la que iba y venía acarreando tierra hasta la entrada de su casa. Hacia adentro se veía una carnicería y una verdulería a la que nadie entró en toda la tarde.
Al tiempo que los vecinos de la calle Saavedra levantaban montañas de arena sobre el cordón de la vereda, el agua del río avanzaba por la calzada y diluía los montículos en apenas unos segundos. En media hora, el río subió al cordón de la vereda y se metió en las casas. Muchos lograron salvar los electrodomésticos arriba de mesas,; la mayoría resistió hasta último momento.
“Pensábamos que el agua no iba a llegar hasta nuestra casa, porque así pasó el mes anterior. Pero ahora subió hasta la ventana”, reconoció Mirta Beatriz Díaz, apenas se bajó de la lancha en la que la rescataron del barrio Buenos Aires. Junto a ella venía Lorena Figueroa, con sus seis hijos, entre ellos dos bebés. “Ya nos habían dicho que podía haber inundación pero no creíamos que fuera a ocurrir. Estuvimos en la calle esperando a que nos vinieran a rescatar”, contó sin poder respirar de la angustia.
Los vecinos iban y venían por las calles rescatando sus mascotas y llevando a lugares más seguros sus muebles y bolsos con ropa. Así, por ejemplo, caminaba Francisco Campos, con seis cachorritos que temblaban entre sus manos. Daisy, la perra, caminaba casi nadando a su lado. “No se quería ir sin sus perritos”, comentó el joven.
En solo tres horas, el río Marapa llegó a la plaza principal de Graneros. A las 19, con el cielo oscuro, todas las calles se habían convertido en una suerte de Venecia. Ya no pasaban ni siquiera las motos; solamente los tractores de la municipalidad las recorrían remolcando carros cargados con familias que llevaban sus muebles. Los gomones de la Policía Lacustre iba y venían con mujeres y niños que rescataba de los barrios Santa Rita y Buenos Aires, donde los vecinos esperaron hasta última hora para recién desistir de la idea de quedarse a custodiar sus cosas.
“Es que aquí se roban todo si uno no está. La verdad es que los vecinos no se dieron cuenta de la magnitud de esta inundación; no creían que esto podía llegar a pasar. Quizás no recibieron suficiente información”, reflexionó Javier Frías, que había llegado a ayudar a su hermana Edith, mamá de un bebé de brazos. “Vamos a ver hasta dónde aguantamos, y si no, nos vamos”, dijo mientras el río ya pasaba por el patio de su casa. A las 20 todo era tinieblas. La energía eléctrica se había cortado por precaución. En la plaza, el agua estaba alumbrada por las luces de las sirenas de la policía lacustre. Había mucho silencio y miedo en Graneros. Al cierre de esta edición, el agua estaba por entrar en La Madrid, donde muchos vecinos ya se habían autoevacuado en la ruta.
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