El atraso cambiario perjudica la competitividad de las regiones
La combinación de atraso cambiario interno con precios internacionales en descenso, deriva en caídas del 50% en indicadores de rentabilidad (tomando 2006 como referencia) para una buena parte de los productos de las economías regionales”, señala un informe del Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (Ieral) de la Fundación Mediterránea.
Pablo Pero - Economista (UNT), master en análisis económico por Barcelona Graduate School of Economics
Las decisiones económicas de un gobierno suelen estar supeditadas a sus necesidades político electorales. Más aún en países donde la influencia del Poder Ejecutivo se expande a instituciones por fuera de su esfera formal de poder. Este escenario general es el que demarca la política económica del gobierno argentino en el último año, y posiblemente sea así hasta finales de mandato.
El tándem económico (ministro de Economía Axel Kiciloff- presidente del Banco Central Alejandro Vanoli) ha optado por una estrategia que priorice la recuperación del salario real de corto plazo de los sectores medio y medio bajos, tras la elevada inflación de 2014. Esta intención sería loable si no se tratase de una recuperación artificial del poder de compra, que para ello ha sacrificado la competitividad externa de la economía y estancado el mercado laboral. En resumen: la inflación no afectará tanto como en 2014, pero seguirá estancado el empleo, y se volverá inevitable un ajuste en el futuro (posiblemente en el nuevo mandato), para evitar que el problema se torne inmanejable.
Repasemos algunos números: la devaluación anual del Peso argentino frente al dólar, que durante varios meses de 2014 llegó a ser de más del 50%, hoy ronda el 10%. La inflación local pasó, en períodos similares, de números cercanos al 40% a valores menores a 30% anual, es decir, bajó menos de 10 puntos. Pasamos de ganar rentabilidad cambiaria a comienzos de 2014, a encarecernos fuertemente frente al mundo en 2015. Esta política cambiaria generó que nuestros costos de producción sean vistos hoy por nuestros socios comerciales como un 20% más altos que el año pasado. Como si esto no fuese suficiente mala noticia para nuestro sector externo, los precios de los productos primarios que exportamos han caído fuertemente. En promedio, las materias primas exportadas por Argentina han perdido un 22% de su valor en el último año. Como resultado, el valor del total exportado en bienes y servicios no para de caer año a año desde 2012, y es de esperar una nueva baja en 2015.
Este encarecimiento de costos en dólares de la producción local no hubiese sido de tal magnitud si no fuese porque varios de nuestros socios comerciales (como ser Brasil, Europa, Rusia) comenzaron a devaluar sus monedas frente al dólar desde mediados de 2014. De no existir esta devaluación de nuestros socios, el nivel de encarecimiento actual se habría alcanzado recién a fines de 2015, lo que explicaría por qué el Gobierno optó por esta trayectoria de un tipo de cambio cercanamente pegado al dólar. Así, para encontrar una fecha en que el país fue más caro que hoy en términos de competitividad cambiaria, hay que remontarse hasta diciembre de 2001.
Como se explicó previamente, la política obedece estrictamente a una estrategia electoral: atajar la inflación mediante un tipo de cambio fijo, lo que generará aumentos de salario real, insostenible a futuro, pero cierto en la actualidad. Esto perjudica la producción y la exportación, especialmente en el interior del país, donde al encarecimiento general y la caída de los precios hay que agregarle un costo de transporte hasta el puerto que muchas veces se lleva la mitad del precio de venta. Esto no alteraría la ecuación electoral: las poblaciones del interior representan una cifra menor ante las grandes acumulaciones del Gran Buenos Aires, centro del país y Capital, a su vez, las complicaciones más serias en el mercado laboral recién empezarán agudizarse en el futuro. Esta situación nos obliga una vez más a repensar la cuestión federal, resaltando la importancia de tener representantes en el Congreso que dependan de las necesidades de sus distritos locales, y no de la influencia y preferencias del Ejecutivo Nacional.
El ajuste
Las necesidades electorales son de corto plazo, mientras que el efecto de las políticas económicas recrudece en el largo plazo: la estrategia económica actual deberá afrontar inevitables ajustes. A la inflación contenida (hoy menor al 30% anual), habrá que sumarle en el futuro el necesario acomodamiento tarifario y cambiario. Este ajuste de la ecuación económica del país es necesario, la postergación de las soluciones no es una opción válida para un futuro gobierno. Las prioridades electorales suelen confundir a votantes y dirigentes, pero dar mayor perspectiva al análisis puede contribuir: tomando datos del cuestionado INDEC, y estimando el 2015, el PBI habrá acumulado un crecimiento del 5,7% desde 2011, y del 2,7% si se usan datos de la Universidad de Buenos Aires. En el mismo período la población creció aproximadamente un 5,3%. Es decir, la producción anual promedio por persona en la Argentina será menor al finalizar 2015 que en 2011, totalizando así 4 años de estancamiento. Ningún nuevo gobierno puede pretender una gestión exitosa sin cambiar la estrategia económica, menos aun cuando el período de precios extraordinarios de las materias primas parece haber terminado (precios que aún hoy son 2 veces superiores a los de 2001).
Brasil nos provee un buen ejemplo. Allí la actual Presidenta postergó los ajustes hasta después de ser elegida (por escaso margen en octubre 2014) y hoy debe enfrentar protestas de una ciudadanía que se ha acostumbrado a vivir en el corto plazo. Recientemente su antecesor y mentor, Lula Da Silva, salió a respaldarla no sin sugerir que los ajustes actuales tal vez deberían haberse realizado en 2012. Este escenario representa un buen caso de estudio para dirigentes y ciudadanos argentinos. Volver a la senda del crecimiento implicará cambios y esfuerzos. Las soluciones deberán provenir de enfoques serios, pero que no por ello impliquen dar vuelta bruscamente la economía Argentina, todo lo contrario. Simplemente dejar de poner la prioridad en la política y decidirse a enfrentar la realidad.