12 Marzo 2015
La teoría del todo: Grandezas y miserias en la intimidad de un genio
La historia está focalizada en la relación entre Stephen Hawking y su primera esposa, Jane Wilde. Cuenta cómo nació entre ellos el amor, casi en paralelo con el proceso de deterioro físico que afectó al científico a causa de la esclerosis lateral amiotrófica. La consolidación familiar y la llegada de los hijos se suceden, mientras los Hawking van estableciendo una particular forma de convivencia.
Por alguna de esas razones que sólo los distribuidores conocen “La teoría del todo” aterriza en estas playas una vez que la temporada de premios pasó de largo. Se habló tanto de la película durante enero y febrero que ya se sabe de qué va la historia. ¿Quién no vio, aunque sea en un flash, al oscarizado Eddie Redmayne encarnando a Stephen Hawking? Y eso sin ahondar en todo lo que la piratería contribuyó a acercar “La teoría del todo” a las pantallas domésticas. Una lástima.
El punto de partida es el libro que escribió Jane, la primera esposa de Hawking, encarnada con permanente expresión de sufrimiento/resignación por Felicity Jones. “Stephen fue siempre cruel conmigo”, confesó ella años después, lo que no le impidió firmar la biografía familiar con su apellido de casada. Anthony McCarten convirtió el relato en un guión al que le sobran pinceladas efectistas y le falta profundidad.
James Marsh pinta numerosas viñetas de los Hawking, romance a la luz de las estrellas incluido. Si el libro subraya el punto de vista de Jane, haciendo pie en todo lo que implica convivir con un genio introvertido, manipulador e incapacitado al extremo, la película suaviza la mirada casi hasta la condescendencia. Al dolor, la frustración, el hartazgo y la infidelidad, elementos comunes a cualquier pareja, los tamiza el respeto que de la figura de Hawking emana.
Marsh es aséptico y acrítico para referirse al pequeño universo familiar de los Hawking y a la descomunal concepción histórica-filosófica del pensamiento del científico. Casi no se habla de sexo (y mucho menos se lo muestra); tampoco de la elaboración de las ideas que motorizan las teorías de Hawking, proceso que afectó su vida hogareña y sus relaciones. Son dos extremos de un arco que la película recorre tangencialmente, al igual que el vínculo de Hawking con sus hijos.
Se conoce la predilección de Hollywood por premiar a quienes se calzan papeles de enfermos, discapacitados o neuróticos. Redmayne cargó además con el peso de interpretar a Hawking, cuya trascendencia y exposición equivalen a la de una estrella de rock. Lo hizo muy bien, sin la intensidad del Michael Keaton de “Birdman”, es cierto, pero con una remarcable capacidad expresiva. A medida que pierde el control del cuerpo, Redmayne utiliza pequeñisimos gestos, en especial la mirada, para decir mucho.
El de Marsh es un melodrama con final cantado. Abre con Hawking pedaleando feliz, el viento sobre el rostro, y recorre su via crucis que es, a la vez, el de la mujer que eligió quedarse a su lado para explorar el más improbable de los matrimonios. Hay una cuidada reconstrucción de época -los 60 y los 70- y una atención casi miscelánica por esa vida en común de los Hawking que, puertas adentro, fue más tormentosa de lo que aquí nos cuentan.
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