Por Guillermo Monti
07 Marzo 2015
Interesante, aunque poco original
Es el año 2044 y la Tierra ha sido devastada por las radaciones solares. La humanidad quedó reducida a un puñado de sobrevivientes, víctimas de una pésima calidad de vida. Jacq Vaucan, uno de ellos, debe resolver un caso que involucra a robots de extraño comportamiento.
“Autómata” fue escrita y dirigida por españoles, rodada en Bulgaria -país que aportó el grueso del equipo técnico-, protagonizada por un elenco multinacional y, por supuesto, hablada en inglés. Que nadie diga que semejante ensalada no merece ser probada. Al frente del proyecto está Antonio Banderas, quien además de sentirse Rick Deckard por un rato fungió de productor ejecutivo. Eso habla de su absoluta confianza en el proyecto.
La historia de “Autómata” representa un cruce exacto entre “Yo, Robot” y “Blade runner”, que es lo mismo que decir Isaac Asimov y Philip K. Dick. Las leyes de la robótica impuestas por Asimov en su clásico de 1950 reaparecen aquí con un pequeño giro. Nada que disimule la copia. De Dick, todo un tributario de Asimov en su obra, queda marcado ese momento crucial en el que las máquinas toman conciencia de su existencia. Es el drama de los replicantes que cazaba Deckard. De la película de Ridley Scott, Gabe Ibáñez y Banderas intentan capturar la atmósfera sórdida de una ciudad alienada. Los hologramas publicitarios de “Autómata” remiten a los gigantescos avisos aéreos de “Blade runner”.
Pero hay otra influencia notoria en esta distopía que Ibáñez escribió junto a Igor Legarreta y Javier Sánchez Donate. Es el componente de degradación social que destilan las producciones futuristas de Neil Blonkamp. En “Autómata” los robots equiparan a los humanos en su condición de chatarras disfuncionales. La diferencia es que una inteligencia artificial cuenta con mayores chances de sobrevivir en un ambiente hostil, y de eso habla mayormente la película de Ibáñez. De lo que -posiblemente- nos espera.
Hay muchísima violencia en “Autómata”, más allá de sus posturas existenciales. El desierto, la lluvia artificial, la policía anárquica y la paranoia propia del miedo componen un cóctel desesperanzador.
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