27 Octubre 2014
UN PADRE DESESPERADO. Marcelo Novillo exige justicia para su hijo. la gaceta / hector peralta
Su vida se acabó cuando cerró el cajón de su hijo, dice Marcelo Novillo con la voz ahogada. Sus ojos azul brillante se convirtieron -desde entonces- en una mirada triste y colorada: en parte por tanto llorar y en parte por el cansancio de andar sin conseguir nada. Explica que lo único que quiere es que el caso de su hijo, Adrián Novillo, no quede impune. Que alguien se digne en detener a la patota que lo atacó y lo mató a golpes para robarle un par de zapatillas, una billetera y un teléfono celular.
Adrián tenía 16 años y vivía en Quilmes, Buenos Aires. Acá, en Tucumán, suena lejos. Por eso su papá tomó la decisión de acercarse él mismo a cada provincia, para predicar el crimen y suplicar justicia. “Salí de mi casa hace 20 días con el propósito de recorrer los medios del país y que todos conozcan el caso de mi hijo”, explica. Antes de ello, Marcelo estuvo sumido en un pozo depresivo -no es que lo haya superado- que le impedía levantarse de la cama. Es el recuerdo permanente de Adrián el que lo sacó de la inercia y lo lanzó a la ruta.
Hasta el 15 de junio, cuando atacaron a Adrián, Marcelo trabajaba como chofer de larga distancia. Ahora, ironía de la vida, recorre las rutas argentinas a pie o mediante la solidaridad de los automovilistas que aceptan llevarlo.
Marcelo tiene 42 años pero su cuerpo le agrega unos cuantos más. Cuenta que ya bajó 30 kilos desde que perdió a su hijo y que, además, padece neumonía. Sólo lleva consigo una mochila donde guarda algunas prendas de vestir y una bandera blanca con el rostro de Adrián estampado en color negro. Abajo dice “27-06-14”, la fecha en que murió.
Agonizó dos semanas
Fueron 14 jóvenes, todos miembros de la barrabrava de Quilmes, los que molieron a golpes a Adrián, dice Marcelo. Sólo dos están detenidos, uno mayor de edad y otro menor. “La autopsia dijo que el ataque era equivalente a un choque a 100km/h”, señala. Cada dato que aporta implica que otro lagrimón escape de sus ojos. Adrián estuvo dos semanas en terapia intensiva y falleció. La última vez que Marcelo lo vio fue la noche del 14 de junio, víspera del Día del Padre, cuando el adolescente salió a bailar con sus amigos. “Era un chico excelente, estudioso, estaba por terminar el colegio”, lo recuerda.
Marcelo tiene dos hijos más, que viven con su ex esposa. “Aparte de mi angelito que está en el cielo, tengo un hijo que ya se había curado de epilepsia y que los ataques le regresaron con todo esto. También tengo una nena, que se tatuó ‘¿volverás?’ porque está convencida de que su hermano en algún momento va a volver con nosotros”, relata.
Contra Scioli
“Corre mucha sangre en Buenos Aires. (Daniel) Scioli está rodeado de ineptos”, afirma Marcelo. Él acusa al gobernador de Buenos Aires de no haber detenido a los agresores prófugos y le reclama por no haber ofrecido la recompensa que prometió a cambio de su captura. Cuenta que se infiltró en el acto del Día de la Lealtad que encabezó Scioli, el 17 de octubre, y que le lanzó una remera con la imagen de Adrián. “Le grité que por su culpa mataron a mi hijo y me agredieron con golpes y patadas. Pero no hay dolor en mi cuerpo, a mí sólo me duele el alma”, asegura, otra vez ahogado en llanto.
Marcelo pide, antes de finalizar la entrevista, que no se olviden los otros casos de impunidad que hay en Quilmes. Dice que siente que los representa y quiere hablar por ellos también. Después se calza la mochila, saluda con apretón de manos y retoma su viaje sin fin, sin descanso, pero cargado de esperanza.
Adrián tenía 16 años y vivía en Quilmes, Buenos Aires. Acá, en Tucumán, suena lejos. Por eso su papá tomó la decisión de acercarse él mismo a cada provincia, para predicar el crimen y suplicar justicia. “Salí de mi casa hace 20 días con el propósito de recorrer los medios del país y que todos conozcan el caso de mi hijo”, explica. Antes de ello, Marcelo estuvo sumido en un pozo depresivo -no es que lo haya superado- que le impedía levantarse de la cama. Es el recuerdo permanente de Adrián el que lo sacó de la inercia y lo lanzó a la ruta.
Hasta el 15 de junio, cuando atacaron a Adrián, Marcelo trabajaba como chofer de larga distancia. Ahora, ironía de la vida, recorre las rutas argentinas a pie o mediante la solidaridad de los automovilistas que aceptan llevarlo.
Marcelo tiene 42 años pero su cuerpo le agrega unos cuantos más. Cuenta que ya bajó 30 kilos desde que perdió a su hijo y que, además, padece neumonía. Sólo lleva consigo una mochila donde guarda algunas prendas de vestir y una bandera blanca con el rostro de Adrián estampado en color negro. Abajo dice “27-06-14”, la fecha en que murió.
Agonizó dos semanas
Fueron 14 jóvenes, todos miembros de la barrabrava de Quilmes, los que molieron a golpes a Adrián, dice Marcelo. Sólo dos están detenidos, uno mayor de edad y otro menor. “La autopsia dijo que el ataque era equivalente a un choque a 100km/h”, señala. Cada dato que aporta implica que otro lagrimón escape de sus ojos. Adrián estuvo dos semanas en terapia intensiva y falleció. La última vez que Marcelo lo vio fue la noche del 14 de junio, víspera del Día del Padre, cuando el adolescente salió a bailar con sus amigos. “Era un chico excelente, estudioso, estaba por terminar el colegio”, lo recuerda.
Marcelo tiene dos hijos más, que viven con su ex esposa. “Aparte de mi angelito que está en el cielo, tengo un hijo que ya se había curado de epilepsia y que los ataques le regresaron con todo esto. También tengo una nena, que se tatuó ‘¿volverás?’ porque está convencida de que su hermano en algún momento va a volver con nosotros”, relata.
Contra Scioli
“Corre mucha sangre en Buenos Aires. (Daniel) Scioli está rodeado de ineptos”, afirma Marcelo. Él acusa al gobernador de Buenos Aires de no haber detenido a los agresores prófugos y le reclama por no haber ofrecido la recompensa que prometió a cambio de su captura. Cuenta que se infiltró en el acto del Día de la Lealtad que encabezó Scioli, el 17 de octubre, y que le lanzó una remera con la imagen de Adrián. “Le grité que por su culpa mataron a mi hijo y me agredieron con golpes y patadas. Pero no hay dolor en mi cuerpo, a mí sólo me duele el alma”, asegura, otra vez ahogado en llanto.
Marcelo pide, antes de finalizar la entrevista, que no se olviden los otros casos de impunidad que hay en Quilmes. Dice que siente que los representa y quiere hablar por ellos también. Después se calza la mochila, saluda con apretón de manos y retoma su viaje sin fin, sin descanso, pero cargado de esperanza.
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