EDUCACIÓN
YO QUE SÉ (#YQS)
JUAN MARÍA SEGURA
(Dunken - Buenos Aires)
Ni cuando inventamos la pólvora. O la rueda. Ni cuando dominamos el fuego, la agricultura o la imprenta. Ni siquiera cuando aprendimos las claves del motor a combustión, de la energía eléctrica o de la división del átomo. Todo ello, afirma Juan María Segura, palidece frente a lo que ha ocurrido a partir de la invención de internet y de la liberación del flujo de información en el mundo. Nunca antes la humanidad experimentó un salto cualitativo de tal magnitud. Por eso, este es un mundo en tránsito. Sin embargo, la clave que parece atravesar este libro puede resumirse en una aserción y un interrogante: el mundo cambió, la educación ¿cambió?
Yo qué sé es el título honesto de esta obra, que no quiere vender fórmulas mágicas. El autor, un reconocido experto en gestión educativa y colaborador de LA GACETA, no plantea qué debe hacerse sino que algo (más bien, mucho) hay que hacer. Y como un paisajista, delinea los grandes trazos.
Innovar
Para empezar, afirma Segura, hay que innovar. Ese postmoderno imperativo categórico no es un cliché: hay que innovar hasta por una cuestión de lógica semántica. Innovar es construir estructuras que permitan una interacción eficiente con el entorno; y el entorno ha sido modificado por internet. Pero no sólo ha cambiado el contexto educativo: antes cambió la propia domesticidad. Segura lo narra desde la experiencia -tan anecdótica como reveladora- de un matrimonio de amigos, que negoció con su hija un límite de 80 invitados para la fiesta de cumpleaños que celebraría en la casa. Pero con independencia de las tarjetas impresas, la agasajada publicó la invitación en su perfil de Facebook y a la reunión llegaron más de 600 personas...
Sin embargo, innovar presenta dos inconvenientes. El primero de ellos está íntimamente vinculado con el título del volumen y refiere a que ni las grandes mentes de la educación mundial, reunidas en un congreso internacional en Maine, Estados Unidos, pueden anticipar, exactamente, “cómo sigue” el fenómeno de la inclusión de las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información en la escuela. “¿Y yo qué sé?”, es la sincera respuesta de los expositores cuando les piden avizorar el escenario del futuro cercano. Lo que seguro e indudable es que el panorama cambiará por completo a partir de la implementación de políticas globales como las de entrega de una computadora personal para cada estudiante, postulada en el Foro de Davos de 2006 por el académico estadounidense Nicholas Negroponte.
El segundo inconveniente es que no se innova desde cero, a despecho de los estadistas argentinos que, cuanto menos durante las campañas electorales pasadas, sólo han sabido proponer infinitas refundaciones. “Se innova desde adentro de una cultura, una normativa, un territorio y una opinión pública arraigada y desplegada hasta los rincones más profundos de una sociedad. Y es por eso que me tomé el trabajo de sumergirlo en la complejidad que ese terreno ofrece en la Argentina. Hay que construir sobre otras edificaciones conceptuales erigidas tiempo atrás, y mientras tanto ambos sistemas deben coexistir y dialogar. Es el equivalente a tener que construir una autopista sobre otra, mientras los autos siguen circulando, o el piso de una fábrica sobre la misma fábrica, mientras las máquinas siguen produciendo. Ese es el desafío”, advierte Segura, de manera concluyente.
Desafiar
No es cualquier desafío: el 34% de la población nacional reviste la condición de “alumno”. O sea, el cambio por gestionar alcanza a 13,7 millones de argentinos. A uno de cada tres compatriotas. A la totalidad de los futuros ciudadanos. Y el escenario educativo viene sorteando una transición tras otra: de una educación para la democracia, discutida en el Congreso Pedagógico Nacional en los 80, a la Ley Federal de Educación de los 90, derogada por la Ley de Educación Nacional ya en el tercer milenio. A ello se suma la multiplicidad de actores. El Estado, en primer lugar; aunque no menos importantes son el sector privado, los docentes agremiados, las academias de educación, las organizaciones no gubernamentales y los organismos internacionales (Unesco, Banco Mundial, BID...). A todos ellos, como si no fueran suficientes ya, se suman los padres. Ellos son los primeros destinatarios, en su calidad de educadores primeros, de este libro.
Por supuesto, Yo qué sé también está dirigida a los protagonistas “oficiales” de la educación, teniendo en cuenta algunos indicadores inquietantes de las pruebas de calidad educativa. Habrá que aclarar que no se trata de las PISA, sino del Segundo Estudio Regional Comparativo y Explicativo llevado a cabo por la Unesco, del cual participó nuestro país junto con otros 16 Estados americanos, a finales de la década anterior. “En todas las miradas y análisis, la Argentina se ubicó con rendimientos cercanos al promedio de estudio. La única variable donde la Argentina destaca, y no precisamente para bien, es en la diferencia de rendimiento entre alumnos urbanos y rurales, con diferencias de 40 puntos porcentuales para matemática y lengua, y de 20 puntos porcentuales para ciencias”, revela, no sin angustia, el autor.
Gestar
Es hora (viene siéndolo desde hace tanto tiempo...) de gestar líderes verdaderos de la sociedad. Ante el hecho de que el mundo que nos espera es de contornos borrosos, ellos van a hacer falta más que nunca, sostiene Segura. “El tránsito hacia un territorio en donde debemos repensar la educación, refundar la escuela y reconstruir lo que quede en pie una vez que pase el tsunami, sólo será manejable si somos capaces de alentar la emergencia de una nueva generación de líderes estratégicos que dignifiquen el trabajo, abracen los valores que nos trascienden y hagan renacer en la sociedad el amor por el servicio hacia el prójimo”.
No hacen falta falsos profetas, ministros carismáticos ni chapuceros tecnológicos porque la encrucijada por resolver no es banal. No se trata de si las nuevas tecnologías son buenas o malas; de si la educación debe ser gestionada por el sector privado o por el Estado; de si Aula 365, Aprentica o Kuepa son experiencias exitosas o fracasadas. “Nuestra encrucijada es clara: qué educación diferente de la actual creemos que conviene brindar a nuestros hijos, y qué rol creemos los adultos que debemos desempeñar en esta nueva educación. Nos guste o no la tarea, nos sintamos cómodos o incómodos con la tecnología, comprendamos o ignoremos la normativa vigente -previene Segura-. Esta encrucijada nos interpela respecto del tipo de comunidad que deseamos y, en última instancia, de la Nación a la cual aspiramos”.
La opción es nuestra, sólo si nos involucramos.
© LA GACETA