15 Diciembre 2003
BERNARDO DE MONTEAGUDO. Retrato de época, considerado la única efigie auténtica del famoso tucumano
El teniente coronel Francisco Burdett O?Connor, oficial irlandés a las órdenes de Simón Bolívar, conoció en Panamá, en 1822 , al tucumano Bernardo de Monteagudo, en esa época desterrado del Perú. En su libro de recuerdos "Independencia americana", dedica varios párrafos al asunto. Cuenta Burdett O?Connor que, cuando fue a comer con el jefe de Estado Mayor, general Carreño, estaba sentado a la mesa y recién llegado en barco de Lima, "un caballero desconocido para mí y que ostentaba en el pecho la medalla de Maipú. No habló una palabra durante la comida y, cuando pasamos a otra habitación a tomar café, me llamó el general a su lado y me dijo: ?Este caballero es el famoso Bernardo Monteagudo, a quien me han remitido preso aquí para tenerlo con la mayor vigilancia. Llévelo usted a su alojamiento y tenga mucho cuidado con él".
Burdett O?Connor consideraría luego que fue "un gran favor" el que le hizo Carreño con el encargo. "Yo, que antes comía a la mesa del general, no volví más desde que me entregó a mi ilustre huésped, el señor Monteagudo, de quien me hice muy amigo y cuyo talento y vasta ilustración admiraba. El hablaba muy bien el francés y el inglés; trajo consigo un cajón de libros selectos y me obsequió algunos", narra. El irlandés le retribuyó regalándole "uno de los primeros ejemplares de la Carta Magna de Inglaterra, salvada en mi país del incendio de una gran biblioteca donde se hallaba". El texto estaba en latín, "que Monteagudo leía como si fuese castellano".
Se complacía en recordar una de las conversaciones que tuvo con este amigo de San Martín y de Bolívar. En cierta ocasión, Monteagudo exclamó: "¡Oh, Dios mío, la pena que me causa cuando reflexiono que toda esta guerra por nuestra independencia es una guerra mansa, comparada con los destrozos, matanzas y asesinatos que hemos de ver en estos países, después de haber botado al último español de la tierra americana!".
Burdett O?Connor consideraría luego que fue "un gran favor" el que le hizo Carreño con el encargo. "Yo, que antes comía a la mesa del general, no volví más desde que me entregó a mi ilustre huésped, el señor Monteagudo, de quien me hice muy amigo y cuyo talento y vasta ilustración admiraba. El hablaba muy bien el francés y el inglés; trajo consigo un cajón de libros selectos y me obsequió algunos", narra. El irlandés le retribuyó regalándole "uno de los primeros ejemplares de la Carta Magna de Inglaterra, salvada en mi país del incendio de una gran biblioteca donde se hallaba". El texto estaba en latín, "que Monteagudo leía como si fuese castellano".
Se complacía en recordar una de las conversaciones que tuvo con este amigo de San Martín y de Bolívar. En cierta ocasión, Monteagudo exclamó: "¡Oh, Dios mío, la pena que me causa cuando reflexiono que toda esta guerra por nuestra independencia es una guerra mansa, comparada con los destrozos, matanzas y asesinatos que hemos de ver en estos países, después de haber botado al último español de la tierra americana!".