Por Guillermo Monti
30 Agosto 2014
"Líbranos del mal": Hay fuerzas diabólicas entre nosotros
Una mujer arroja a su hijo a un foso en el zoológico. Un ex marine golpea a su esposa. Un pintor se suicida en las más extrañas circunstancias. Son casos cruzados por lo sobrenatural y Sarchie, sargento de la Policía, empezará a entenderlos cuando trabaje codo a codo con un sacerdote.
De Linda Blair y William Friedkin a esta parte no vamos a descubrir nada nuevo en materia de exorcismos. Y eso que detrás de esta película está Scott Derrickson, responsable de una de las mejores vueltas de tuerca sobre el tema (“El exorcismo de Emily Rose”). Las fortalezas de “Líbranos del mal” marchan por otro lado. La relación que establecida entre el policía Sarchie (Eric Bana) y el sacerdote Mendoza (Édgar Ramírez) sugiere un enfoque distinto que se anima a dotar de cierta complejidad a los personajes. A fin de cuentas, el filme está basado en un libro que escribió Sarchie a partir de sus investigaciones sobre demonología. Se supone que son hechos reales.
También hay un conflicto con la fe que alimenta el escepticismo de Sarchie. Mendoza será el encargado de derrumbarlo. Es, vale apuntarlo, un jesuita muy particular: ex adicto a la heroína, fumador y bebedor empedernido, sin sotana y con pinta de sex symbol. Por algo lo interpreta el venezolano Ramírez, un latin lover tan irresistible como ascendente es su carrera en Hollywood.
“Líbranos del mal” pierde consistencia cuando Derrickson apela a lugares comunes (sí, hay una caja de música que funciona sola). También cuando a Mendoza lo asaltan las dudas en pleno exorcismo, a sabiendas de que el demonio de marras es un mentiroso consuetudinario. ¿En qué quedamos?
La película está bien contada y algún pasaje no deja de inquietar. El problema es que de a ratos se pone moralista y pretende bajar algunas líneas que, en plena posesión diabólica, quedan flotando como pura retórica. No es lo que fuimos a ver. ¿Habrás más aventuras de la dupla Sarchie-Mendoza? Sospechamos que sí.
También hay un conflicto con la fe que alimenta el escepticismo de Sarchie. Mendoza será el encargado de derrumbarlo. Es, vale apuntarlo, un jesuita muy particular: ex adicto a la heroína, fumador y bebedor empedernido, sin sotana y con pinta de sex symbol. Por algo lo interpreta el venezolano Ramírez, un latin lover tan irresistible como ascendente es su carrera en Hollywood.
“Líbranos del mal” pierde consistencia cuando Derrickson apela a lugares comunes (sí, hay una caja de música que funciona sola). También cuando a Mendoza lo asaltan las dudas en pleno exorcismo, a sabiendas de que el demonio de marras es un mentiroso consuetudinario. ¿En qué quedamos?
La película está bien contada y algún pasaje no deja de inquietar. El problema es que de a ratos se pone moralista y pretende bajar algunas líneas que, en plena posesión diabólica, quedan flotando como pura retórica. No es lo que fuimos a ver. ¿Habrás más aventuras de la dupla Sarchie-Mendoza? Sospechamos que sí.
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