El poderoso emblema de Marguerite Yourcenar.

El poderoso emblema de Marguerite Yourcenar.

Hace 60 años, Julio Cortázar tradujo al español “Memorias de Adriano”, la monumental novela de la escritora francesa que asombró al mundo con su prosa aristocrática y conmovedora. Fue la primera mujer en integrar la Academia Francesa de Letras.

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REFLEXIVA.  Yourcenar en su casa de Maine (EEUU). REFLEXIVA. Yourcenar en su casa de Maine (EEUU).
23 Mayo 2014
En su nombre, misterioso, pleno y ascendente, persiste un milagro literario que la consagró en el mundo de las letras: “Memorias de Adriano”. Esa novela poderosa que cautivó a Gabriel García Márquez y que Julio Cortázar tradujo al español hace hoy 60 años, se ha convertido en el emblema de la escritora francesa Marguerite Yourcenar. Un emblema que la proyecta y la define; que la consiente y la eleva.

Pionera de la novela histórica del siglo XX y cultora de un estilo rigurosamente clásico, Yourcenar alcanzó la plenitud literaria al contar en primera persona la vida de uno de los más grandes emperadores que tuvo la Roma antigua. Sin embargo, todos sus libros tienen una magia singular y poderosa. Una magia que aún perdura y asombra. Una magia que vale la pena conocer.

Talento precoz
Nacida en Bruselas en 1903, de padre francés y madre belga, Marguerite Antoinette Jeanne Marie Ghislaine de Crayencour abandonó su linaje aristocrático para convertirse en Marguerite Yourcenar, seudónimo anagramático que, a partir de 1947 se convirtió en su nombre oficial. La escritora, que tuvo tres nacionalidades (belga, francesa y estadounidense), fue la primera mujer en ser admitida en la Academia francesa de letras y una de las primeras escritoras en publicar sus obras en la prestigiosa serie de la Pleiade, usualmente dedicada a autores clásicos franceses.

Huérfana de madre desde su nacimiento, Yourcenar se crió a la sombra de un padre poco afectuoso, aunque extremadamente sensible. Él no sólo fue su preceptor y cómplice literario, sino también su primer confidente y mentor. Si bien la escritora nació en Bélgica, su crianza tuvo lugar en una finca ubicada al norte de Francia. Tuvo una formación autodidacta que asombró a los académicos de todo el mundo. A los ocho años, por ejemplo, leía con avidez a Jean Racine y a Aristófanes; dos años después aprendió latín y, a los 12, su padre le enseñó griego clásico, lengua que la ayudó a descubrir a los filósofos antiguos en su propio idioma.

El inicio
Ese deslumbramiento por la cultura griega se manifestó en su primer volumen de poemas, “El jardín de las quimeras” (1921), donde con un refinamiento inusitado hizo una reinterpretación de los mitos griegos. En 1922 publicó otra colección de poemas imbuidos de la cultura helénica: “Los dioses no han muerto”. Pero fue en 1929 cuando su primera novela, “Alexis o el tratado del inútil combate”, dejó sin habla al mundo. Yourcenar tenía 24 años cuando la escribió, pero su prosa reveló a una escritora madura y delicada. En esa pequeña novela desplegó, sin concesiones pero con una poesía luminosa, la conmovedora carta que un hombre en crisis le escribe a su joven esposa tras abandonarla. “Confieso que jamás tuve la sensación de escribir ficciones. Mis libros han sido una especie de itinerarios paralelos a mis propios itinerarios”, dijo una vez.

Por ese entonces, Yourcenar se trasladó a Estados Unidos junto a su mejor amiga, una traductora llamada Grace Frick. En Nueva York, la escritora se dedicó a dar clases de literatura y a traducir al francés “Las olas”, de Virginia Woolf, “Lo que Maisie sabía”, de Henry James y varios libros de Yukio Mishima. En 1937, además, comenzó una relación sentimental con Frick, con quien siguió en pareja hasta 1979, año en que la traductora falleció como consecuencia de un cáncer.

En 1951 publicó su novela más aclamada: “Memorias de Adriano”. Con una prosa aristocrática, austera no sólo en frases sino también en adjetivos, Yourcenar logró resucitar con maestría salvadora al gran emperador romano. Y lo hizo a través de una voz solemne que reflexiona en torno al poder, al amor diferente, a la memoria personal y al paso irremediable del tiempo (“Ciertas porciones de mi vida se asemejan ya a las salas desmanteladas de un palacio demasiado vasto... Me esfuerzo por recobrar un instante”). Un tiempo que concluye con la muerte, a la que hay que afrontar sin temor, como reza la frase final de la novela, aforística y grave: “Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos”.

Su pasión por la historia la llevó también a reconstruir el Renacimiento en la novela “Opus nigrum” (1968). En ella describe todo el albur de una época conflictiva a través de la personalidad de Zenón, un alquimista imaginario. Al igual que en “Memorias de Adriano”, en este libro también importa más la recreación de una época que la oscura y plena intriga.

Su etapa final
Después de la muerte de Frick en 1979, Yourcenar conoció a Jerry Wilson, un gay estadounidense de 30 años de edad (murió en 1986 de sida), con quien visitó Kenya, Japón, India, Europa. En esos viajes, la autora conoció en Ginebra a su admirado Jorge Luis Borges, seis días antes de la muerte del escritor argentino. En ese encuentro, Yourcenar le preguntó en francés: “Borges, ¿cuándo saldrás del laberinto?”. “Cuando hayan salido todos”, le respondió el autor de “El Aleph”.

Su obra final fue la trilogía inacabada “El laberinto del mundo” -”Recordatorios” (1973), “Archivos del norte” (1977) y “¿Qué? La eternidad” (1988)- en la que rescata su propia historia, sin pretensiones autobiográficas pero con una maestría sobrecogedora. Murió una semana antes de la Navidad de 1987, a los 84 años.

SUS LIBROS

- El tiempo gran escultor (1983)

Un maravilloso libro de ensayos en los que Yourcenar habla del cristianismo, la belleza y el paso del tiempo.

- Fuegos (1936)

Recopilación de nueve prosas líricas inspiradas en los mitos griegos.

- A beneficio de inventario (1962)

Siete ensayos críticos sobre temas y figuras bien conocidas de la literatura y el arte.

- Como el agua que fluye (1982)

Reúne tres relatos que se desenvuelven en la Europa del siglo XVII.

SUS IDEAS

- Educación

“Mis primeras patrias fueron los libros. Y, en menor grado, las escuelas”.

- Virtudes

“Nuestro gran error es intentar obtener de cada uno en particular las virtudes que no tiene, y desdeñar el cultivo de las que posee”.

- La vida

“Si es difícil vivir, es aún mucho más penoso explicar nuestra vida”.

- Sentimientos

“Escucha con la cabeza, pero deja hablar al corazón”.

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