14 Mayo 2014
UNA VIDA TRUNCADA. Hernán junto a su padre, el poeta Juan González, en Barcelona, en 1975. FOTOS GENTILEZA FAMILIA GONZÁLEZ
La identificación de restos de Hernán Eugenio González permitirá a su familia empezar a cerrar un duelo de casi cuatro décadas. Con un "obituario diferido, en suspenso durante 38 años", Carolina Meloni González, sobrina del estudiante universitario, secuestrado el 17 de septiembe de 1976, rindió un homenaje al joven, que tenía 20 años cuando un grupo armado se lo llevó de los pasillos del Hospital Padilla.
Aquí, la carta completa
Mi querido tío:
Llevo ya unos días buscando las palabras, las ideas y pensamientos para poder realizar un humilde homenaje a tu memoria. Y debo confesar que me resulta tan difícil dar forma a tantos sentimientos, a tanta tristeza, a este dolor casi infinito. Escribir esta suerte de obituario diferido, en suspenso durante 38 años, es tarea harto complicada. Dirigirme por primera vez a vos, a la materialidad de tu cuerpo o, en todo caso, a lo que de él queda es uno de los trances más duros de mi vida. Recibimos la noticia de tu aparición hace unos días, a miles de kilómetros de distancia. Nos enviaron, incluso, la fotografía de lo encontrado. Parte de tu mandíbula. El paladar. Tus pequeños dientes que aún conservan sus amalgamas. Y poco más… Un pequeño fragmento de tu cuerpo ha emergido hace unos días desde el horror, trayendo consigo los restos de la pesadilla. En la fotografía forense pudimos comprobar con pavor la rotura de uno de tus dientes frontales, imagen de lo que debiste pasar, de la violencia a la que esa pequeña mandíbula tuvo que enfrentarse.
Nos ha bastado ese insignificante fragmento de tu cuerpo para recuperarte. Y en un acto cuasi metafísico por nuestra parte, hemos dado consistencia a todo tu cuerpo, hemos sacado a la luz tu identidad robada, arrebatada por el terror. En definitiva, como dicen algunos filósofos, el duelo consiste en eso, en ontologizar el resto, por nimio que sea, en darle presencia y entidad, en localizar e identificar, sacar a la luz cualquier despojo que conserve la huella de aquel al que amamos. Un pie, un fémur, parte de una dentadura, una nariz, unas manos atadas. El trabajo del duelo sólo puede tener lugar en el preciso momento en que ese pequeño resto se hace visible, significante y reconocible para el que sufrió la terrible pérdida.
Y es que el duelo como tal nos ha sido negado a las víctimas. Aquellos hombres infames no sólo llevaron a cabo la más ignominiosa de las tareas, la aniquilación y destrucción de miles de argentinos. Parte del trabajo destructivo tenía como finalidad la negación del duelo. “No habrá aquí ningún duelo posible”, sentenció Creonte ante la terquedad de Antígona por enterrar a su hermano. El tirano ejerce toda su violencia incapacitando al vivo a ejercer la responsabilidad infinita que nos reclama el muerto. Nos condenaron a un duelo infinito, diferido en la eternidad y nunca resuelto. Nos obligaron a morar en la melancolía, en el desierto de la incertidumbre, en el vacío de la soledad más extrema.
Ellos crearon la figura infame del desaparecido: cuerpos vacíos, cadáveres disueltos en la inmensidad del agua y la tierra, en la infinitud del tiempo. Fuiste durante casi 40 años pura nuda vida carente de todo valor ontológico y político. Arrojado como un mero trozo de carne, te desvaneciste en la humedad de la tierra, en la profundidad de ese abyecto pozo. Te arrebataron la vida y la existencia, te suspendieron en una detención ad infinitum, incluso después de muerto. Te convirtieron en una especie de oquedad, un agujero negro por el que la vida y la muerte se esfumaron.
Como una gran boca bulímica, incapaz de digerir lo que lleva en su vientre, el Pozo de Vargas no ha parado de vomitar trozos de cuerpos, fragmentos, cráneos y dientes, dedos y huesos. Los muertos regresan a la vida, asediando la memoria colectiva e impidiendo que la sociedad argentina termine de digerir los años del terror político y del genocidio ideológico. Como fantasmas, asedian la memoria, retornan una y otra vez para frecuentar, visitar, espantar. Y, en su emerger, como todo fantasma, traen consigo todo aquello que se quiso borrar, reprimir, aniquilar.
Tu pequeña y bella mandíbula trajo consigo todo esto. La memoria del horror y la necesidad de iniciar y terminar ese negado duelo. Asimismo, trae una nueva figura política, una figura de la resistencia y de justicia. Han bastado un puñado de dientes para transformarte en un aparecido, una nueva entidad que nos permitirá enfrentarnos a la infamia de otra manera.
Como Antígona con Polinices, quisiera retornarte a la tierra, una tierra noble, perfumada de hierbas y lluvias, cálida y maternal. Quisiera devolverte el sosiego y la paz, una paz eterna y llena de luz, que haga desaparecer de cada centímetro de tus míseros huesos la iniquidad y vileza de la que fueron testigos.
Madrid, 13 de mayo de 2014
Carolina Meloni González
Aquí, la carta completa
Mi querido tío:
Llevo ya unos días buscando las palabras, las ideas y pensamientos para poder realizar un humilde homenaje a tu memoria. Y debo confesar que me resulta tan difícil dar forma a tantos sentimientos, a tanta tristeza, a este dolor casi infinito. Escribir esta suerte de obituario diferido, en suspenso durante 38 años, es tarea harto complicada. Dirigirme por primera vez a vos, a la materialidad de tu cuerpo o, en todo caso, a lo que de él queda es uno de los trances más duros de mi vida. Recibimos la noticia de tu aparición hace unos días, a miles de kilómetros de distancia. Nos enviaron, incluso, la fotografía de lo encontrado. Parte de tu mandíbula. El paladar. Tus pequeños dientes que aún conservan sus amalgamas. Y poco más… Un pequeño fragmento de tu cuerpo ha emergido hace unos días desde el horror, trayendo consigo los restos de la pesadilla. En la fotografía forense pudimos comprobar con pavor la rotura de uno de tus dientes frontales, imagen de lo que debiste pasar, de la violencia a la que esa pequeña mandíbula tuvo que enfrentarse.
Nos ha bastado ese insignificante fragmento de tu cuerpo para recuperarte. Y en un acto cuasi metafísico por nuestra parte, hemos dado consistencia a todo tu cuerpo, hemos sacado a la luz tu identidad robada, arrebatada por el terror. En definitiva, como dicen algunos filósofos, el duelo consiste en eso, en ontologizar el resto, por nimio que sea, en darle presencia y entidad, en localizar e identificar, sacar a la luz cualquier despojo que conserve la huella de aquel al que amamos. Un pie, un fémur, parte de una dentadura, una nariz, unas manos atadas. El trabajo del duelo sólo puede tener lugar en el preciso momento en que ese pequeño resto se hace visible, significante y reconocible para el que sufrió la terrible pérdida.
Y es que el duelo como tal nos ha sido negado a las víctimas. Aquellos hombres infames no sólo llevaron a cabo la más ignominiosa de las tareas, la aniquilación y destrucción de miles de argentinos. Parte del trabajo destructivo tenía como finalidad la negación del duelo. “No habrá aquí ningún duelo posible”, sentenció Creonte ante la terquedad de Antígona por enterrar a su hermano. El tirano ejerce toda su violencia incapacitando al vivo a ejercer la responsabilidad infinita que nos reclama el muerto. Nos condenaron a un duelo infinito, diferido en la eternidad y nunca resuelto. Nos obligaron a morar en la melancolía, en el desierto de la incertidumbre, en el vacío de la soledad más extrema.
Ellos crearon la figura infame del desaparecido: cuerpos vacíos, cadáveres disueltos en la inmensidad del agua y la tierra, en la infinitud del tiempo. Fuiste durante casi 40 años pura nuda vida carente de todo valor ontológico y político. Arrojado como un mero trozo de carne, te desvaneciste en la humedad de la tierra, en la profundidad de ese abyecto pozo. Te arrebataron la vida y la existencia, te suspendieron en una detención ad infinitum, incluso después de muerto. Te convirtieron en una especie de oquedad, un agujero negro por el que la vida y la muerte se esfumaron.
Como una gran boca bulímica, incapaz de digerir lo que lleva en su vientre, el Pozo de Vargas no ha parado de vomitar trozos de cuerpos, fragmentos, cráneos y dientes, dedos y huesos. Los muertos regresan a la vida, asediando la memoria colectiva e impidiendo que la sociedad argentina termine de digerir los años del terror político y del genocidio ideológico. Como fantasmas, asedian la memoria, retornan una y otra vez para frecuentar, visitar, espantar. Y, en su emerger, como todo fantasma, traen consigo todo aquello que se quiso borrar, reprimir, aniquilar.
Tu pequeña y bella mandíbula trajo consigo todo esto. La memoria del horror y la necesidad de iniciar y terminar ese negado duelo. Asimismo, trae una nueva figura política, una figura de la resistencia y de justicia. Han bastado un puñado de dientes para transformarte en un aparecido, una nueva entidad que nos permitirá enfrentarnos a la infamia de otra manera.
Como Antígona con Polinices, quisiera retornarte a la tierra, una tierra noble, perfumada de hierbas y lluvias, cálida y maternal. Quisiera devolverte el sosiego y la paz, una paz eterna y llena de luz, que haga desaparecer de cada centímetro de tus míseros huesos la iniquidad y vileza de la que fueron testigos.
Madrid, 13 de mayo de 2014
Carolina Meloni González
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