Don dinero, poderoso mediador
Tiene artes, oficios y oficiantes. Así, compra, vende, soborna, corrompe, engaña, subvierte valores morales. Agreguemos a ello su extraordinaria capacidad de mutación: disimula, se metamorfosea, usa la máscara de la legalidad. Y casi siempre sale indemne, aunque sea por un tiempo
Por Alba Omil - Para LA GACETA - Tucumán
Hace ya tiempo, desarrollamos este tema. Hoy, repensándolo, ampliándolo, y observando el actual contexto, volvemos sobre él. Son otras épocas, otras circunstancias, otros personajes pero...
Dados su poder y sus alcances, tal vez, muy merecidamente, podríamos llamarlo Don dinero. Es un poderoso mediador, y tiene cómo: su sola presencia, sus armas, sus dotes.
Suele tener sus cronistas y sus espejos. Pero ¿son espejos o son generadores? Interrogación retórica. Contéstela usted, estimado lector. Si gusta.
Podrían escribirse sus memorias ¡Ya las escribieron! (En parte).
Hay testigos y testimonios insoslayables de su larga historia. Uno de ellos, testigo y espejo, la literatura. Miremos un poco el ámbito castellano: el pasado, pero desde el punto de vista del presente, veamos a la vez, su obrar, sus rastros, siempre -ayer y hoy- dentro del fructífero campo que ofrece la idiosincracia de cada época.
Empecemos por el siglo XII y la primera obra de la literatura castellana: el Cantar de Mío Cid y el episodio de “las arcas de arena”: El Campeador, empobrecido, acude a la astucia de uno de sus hombres de confianza, Martín Antolínez, para conseguir dinero (“me sería muy necesario para toda mi campaña”). Habría tanto hilo para cortar, en este episodio, tanto para comparar que…
Lo manda ante los prestamistas Raquel e Vidas, con dos arcas llenas de arena aunque revestidas de guadalmecíes rojos, tachonados con clavos dorados. Ya ante ellos, los prestamistas, y luego de una escena preparatoria, falsa y bien teatralizada (las arcas estaban llenas de oro, y no debían ser abiertas antes de un año) las empeña por 600 marcos, mitad plata, mitad oro.
Devuelto, o no, que fuera el dinero, la estafa estaba cometida.
¡Adelante! Dejemos este siglo XII y saltemos al XIV. Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, en su Libro de Buen Amor da testimonios imborrables del tema que nos ocupa, además de emparentarse con el presente. Con nuestro presente.
Es largo su enxiemplo De la propiedad que el dinero ha, del cual tomaremos algunos casos, por esa similitud que ofrecen con otros de nuestros días: “Hacía de verdad, mentiras, y de mentiras verdades.”
¿Son reales las cifras, de todo orden, que recibimos diariamente a través de algunos medios de comunicación? ¿A cuánto ascienden las cifras que no nos dan? ¿Cuáles son las verdaderas fuentes de ingresos, de algunos nuevos ricos? Y las profesiones que dicen tener, ¿existen? ¿Mostraron alguna vez la prueba? Sigamos con el Arcipreste:
El dinero los daba por bien examinados / Daba muchos juicios, mucha mala sentencia / En tener pleitos malos y hacer avenencia hacer componendas / En cabo por dineros había penitencia por fin, mediante dinero, se anulaba o mitigaba la pena impuesta.
¿Mala sentencia? ¿Componendas? ¿Aquí en nuestro terruño? ¿Y las denuncias de gente con pruebas y con autoridad moral? ¿Mentiras? ¿Ataques viles?
Mejor sigamos con nuestra investigación y nos traslademos a otro siglo.
Inflación, el fantasma
Partamos de la premisa de que la literatura aporta un concepto de época, en este caso, el desencanto, la crítica social y sus causas, que expresa el Barroco (siglo XVII) y de las que da uno, entre tantos otros testimonios, Francisco de Quevedo y Villegas, en su conocida (y más que conocida, citada) letrilla “Poderoso caballero es Don Dinero”.
¿Cuáles eran esas causas? ¿De dónde provenían? Las señalan los estudiosos: ocupa un lugar destacado el dinero, su uso y su mal uso; veamos: “El dinero se convirtió en un modo de aparentar y, para obtenerlo, el favoritismo, la adulación, el servilismo y la corrupción administrativa consecuente” (Francisco Carrillo, Semiolingüística de la novela picaresca). “Los testimonios de nuestros más conscientes escritores prueban que una de las causas graves de todos los males de España fue la economía, por los injustos y equivocados métodos de gobernar: malos manejos en materia monetaria, el desprecio por los derechos humanos”. El oro y la plata que aportaban las Indias, y la inflación que ello provocaba (Carrillo,113). “El desorden económico, monetario y, en fin de cuentas, social, que todo lo sacude a su alrededor … Todo vale a precios excesivos. Las inflación, he aquí el fantasma, con la secuela de trastornos permanentes que provocaba en todas partes … El siglo XVII conoce una seria alteración de las aspiraciones sociales de la gente” (José A. Maravall, La cultura del Barroco).
Y a esta altura de las circunstancias, no se equivoque ni se despiste el lector: seguimos hablando de la España del siglo XVII (mirándola en el espejo de sus mismos preclaros escritores) y no de la Argentina de comienzos el siglo XXI. Parecidas ¿O no?
Quevedo, en la letrilla precitada, personifica al dinero, lo jerarquiza con respeto (en el fondo, con sorna), anteponiéndole el don y elevándolo a la jerarquía de caballero. Y nos muestra su poder y sus lacras (casi un oxímoron), materias en la que los argentinos podríamos dictar cátedra.
Prosigamos con el poder del dinero, y con Quevedo: Pues da y quita el decoro / y quebranta cualquier fuero / Pues él rompe recatos/ y ablanda al juez más severo.
¡Momentito! No tan calvo que se vean los sesos. En cuanto a lo nuestro, no generalicemos. Hay jueces y jueces. Algunos que nos deslumbran con sus alhajas y otros a los que habría que hacerles chapeau. Y con justo orgullo. Si son, o no, los que confirman la regla, Dios dirá. Los otros, están a la vista.
En síntesis, los cuadros decisivos de la situación española de aquella época (siglo XVII) detonan determinadas consecuencias, que la literatura refleja y que podemos advertir también en el cuadro político-económico-social de la Argentina del presente: afán de lujo, acumulación de dinero, ostentación, en paralelo antitético con pobreza, miseria, desocupación, y sus lógicas consecuencias: resentimiento social, aumento de la delincuencia, violencia extendida, desmoralización.
Pero nos queda todavía, tela por cortar, en materia de denuncias:
El descalabro moral y social del que da cuenta, con ácida ironía, Quevedo, lo refleja el tango Cambalache, de Enrique Santos Discépolo, en un cuadro de época con idéntica subversión de valores.
Discépolo apunta al siglo XX, y aunque se refiera al mundo, su base de sustentación es nuestro país. La letra de ese tango es como una pantallita con un paneo por donde desfilan nuestras patéticas miserabilidades (para decirlo con palabras de Yrigoyen). Hoy resulta que es lo mismo / ser derecho que traidor/…Ignorante, sabio o chorro,/ generoso o estafador/….Los inmorales nos han igualao/…Cualquiera es un señor/ Cualquiera es un ladrón.
Víctima del desengaño, profeta del auge de la corrupción, ambos hechos generados por el dinero, Enrique Santos Discépolo desafía, amenazante, a los corruptos:
Dale que va / Que allá en el horno / Se vamo a encontrar.
Siga la letra del tango y encontrará muchas perlitas como para conformar un collar.
Lo dejo en sus manos.
© LA GACETA
Alba Omil - Profesora de Letras de la UNT, escritora y editora.