31 Marzo 2014
ASUNCIÓN. El 10 de diciembre de 1983, Alfonsín juró como presidente. telam
BUENOS AIRES.- La muerte del ex presidente Raúl Alfonsín, de la que hoy se cumplen cinco años, resignificó para gran parte de los argentinos la figura del hasta ahora último líder radical como símbolo de la transición democrática y el fin del ciclo de golpes de Estado que caracterizó al siglo XX en nuestro país.
“Compatriotas, iniciamos todos hoy una etapa nueva de la Argentina. Iniciamos una etapa que sin duda será difícil, porque tenemos todos la enorme responsabilidad de asegurar hoy y para todos los tiempos, la democracia y el respeto por la dignidad del hombre en la tierra argentina”, dijo Alfonsín desde los balcones del Cabildo, el 10 de diciembre de 1983, día en el que asumía como primer presidente constitucional, tras casi ocho años de la más cruenta dictadura cívico-militar de la historia.
Ese día, Alfonsín -quien en las elecciones presidenciales del 30 de octubre de ese año se impuso con el 51,75% de los votos sobre el justicialista Italo Luder- comenzaba la dura tarea de gobernar un país atravesado por el dolor del genocidio perpetrado por la dictadura, con un alto endeudamiento externo, desindustrializado y con una enorme deuda social.
La asunción del líder radical, fallecido el 31 de marzo de 2009, significó así no solo el fin de la dictadura, sino además la interrupción definitiva del largo ciclo de golpes de Estado, que se inició en 1930 con el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen. Sin embargo, la política de derechos humanos tuvo su límite en las leyes de impunidad (Obediencia Debida y Punto Final) que, asediado por dos intentos de golpe militar, Alfonsín se vio obligado a enviar para su sanción al Congreso. Las leyes de impunidad -que como los indultos, fueron derogadas durante el gobierno de Néstor Kirchner dando lugar al restablecimiento de los juicios por delitos de lesa humanidad- marcaron el principio del declive del gobierno radical.
Caracterizado en sus inicios por ciertas reformas de perfil progresista y una política económica de relativa independencia respecto a los mandatos de los organismos financieros internacionales, Alfonsín sufrió las acechanzas de las corporaciones económicas locales y transnacionales. Desde una perspectiva histórica, esos y otros rasgos de su gestión establecen puntos de conexión con los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, en particular, en la ampliación de derechos civiles (ley de Divorcio Vincular) y en poner el eje de la política exterior del país en la región, con el impulso del incipiente Mercosur. El deterioro de la economía seguía su curso y en un último intento por rencauzarla el gobierno lanzó el Plan Primavera, que fracasó en medio de un golpe de mercado, caracterizado por la hiperinflación, la corrida cambiaria, el crecimiento de la pobreza y los saqueos a supermercados. La crisis provocó el adelantamiento de los comicios presidenciales al 14 de mayo de 1989 y Alfonsín cedió el poder a Carlos Menem seis meses antes del final de su mandato y sin poder reparar la deuda social, ni desarticular el modelo neoliberal implantado a sangre y fuego por la dictadura. (Télam)
“Compatriotas, iniciamos todos hoy una etapa nueva de la Argentina. Iniciamos una etapa que sin duda será difícil, porque tenemos todos la enorme responsabilidad de asegurar hoy y para todos los tiempos, la democracia y el respeto por la dignidad del hombre en la tierra argentina”, dijo Alfonsín desde los balcones del Cabildo, el 10 de diciembre de 1983, día en el que asumía como primer presidente constitucional, tras casi ocho años de la más cruenta dictadura cívico-militar de la historia.
Ese día, Alfonsín -quien en las elecciones presidenciales del 30 de octubre de ese año se impuso con el 51,75% de los votos sobre el justicialista Italo Luder- comenzaba la dura tarea de gobernar un país atravesado por el dolor del genocidio perpetrado por la dictadura, con un alto endeudamiento externo, desindustrializado y con una enorme deuda social.
La asunción del líder radical, fallecido el 31 de marzo de 2009, significó así no solo el fin de la dictadura, sino además la interrupción definitiva del largo ciclo de golpes de Estado, que se inició en 1930 con el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen. Sin embargo, la política de derechos humanos tuvo su límite en las leyes de impunidad (Obediencia Debida y Punto Final) que, asediado por dos intentos de golpe militar, Alfonsín se vio obligado a enviar para su sanción al Congreso. Las leyes de impunidad -que como los indultos, fueron derogadas durante el gobierno de Néstor Kirchner dando lugar al restablecimiento de los juicios por delitos de lesa humanidad- marcaron el principio del declive del gobierno radical.
Caracterizado en sus inicios por ciertas reformas de perfil progresista y una política económica de relativa independencia respecto a los mandatos de los organismos financieros internacionales, Alfonsín sufrió las acechanzas de las corporaciones económicas locales y transnacionales. Desde una perspectiva histórica, esos y otros rasgos de su gestión establecen puntos de conexión con los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, en particular, en la ampliación de derechos civiles (ley de Divorcio Vincular) y en poner el eje de la política exterior del país en la región, con el impulso del incipiente Mercosur. El deterioro de la economía seguía su curso y en un último intento por rencauzarla el gobierno lanzó el Plan Primavera, que fracasó en medio de un golpe de mercado, caracterizado por la hiperinflación, la corrida cambiaria, el crecimiento de la pobreza y los saqueos a supermercados. La crisis provocó el adelantamiento de los comicios presidenciales al 14 de mayo de 1989 y Alfonsín cedió el poder a Carlos Menem seis meses antes del final de su mandato y sin poder reparar la deuda social, ni desarticular el modelo neoliberal implantado a sangre y fuego por la dictadura. (Télam)
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