16 Diciembre 2013
Al rescate de las decrépitas ruinas de Lules
A 400 años de la llegada de la Compañía de Jesús a Tucumán, el predio en el que se levantó uno de sus principales establecimientos, y que es Monumento Histórico Nacional, se encuentra descuidado. A tal punto que, a pesar de que recibe visitas de turistas durante todo el año, ni siquiera hay agua en los baños. La Provincia y la Nación buscan recuperarlo
Hace 400 años llegaba a Tucumán la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola. Los jesuitas desarrollaron una gran obra espiritual, social y educativa. En tierras tucumanas dejaron su huella en cuatro lugares: en Tafí del Valle, donde construyeron la capilla de La Banda; en La Cocha, donde levantaron el templo de San Ignacio que está dentro del cementerio; en San Miguel de Tucumán, donde ahora está el templo de San Francisco, y en San José del Monte de Lules, donde se hallan los vestigios más importantes, porque es allí donde se establecieron durante 154 años, hasta su expulsión en 1767, por orden de rey Carlos III de España. Nunca más volvieron a Tucumán.
Mañana, día del cumpleaños número 77 del papa Francisco, que también es jesuita, se oficiará una misa en la histórica capilla San José de Lules. La presidirá el arzobispo, monseñor Alfredo Horacio Zecca a las 9.30, a la vez que se recordará la llegada de los jesuitas y su tarea social y evangelizadora en estas tierras. Después, autoridades del Ente de Turismo y de la municipalidad de Lules presentarán un proyecto de mejora de la infraestructura turística del lugar.
En la estancia de Lules, los jesuitas tenían sus talleres de artes manuales, como carpintería y herrería y una escuela de primeras letras. Además tenían un cañaveral y un trapiche donde fabricaban azúcar para consumo interno. En la herrería producían espuelas, frenos y herramientas. Hasta poseían una fábrica de sombreros y en la carpintería se construían carretas, carretones y carretillas que tanta fama dieron a Tucumán en los siglos XVII, XVIII y XIX, cuenta en su “Síntesis de la Historia de las ruinas de San José de Lules” Roberto Zavalía Matienzo, director del Archivo Histórico de la Provincia.
A fines del siglo XIX, la capilla fue reconstruida por los dominicos sobre los primitivos cimientos de los jesuitas.
El predio tiene un enorme valor histórico. En 1944 la capilla de San José de Lules fue declarada monumento histórico nacional. En ella están enterrados el ex gobernador Alejandro Heredia y el guerrero Crisóstomo Álvarez. Sin embargo, el aspecto de las ruinas es tristísimo. La tumba del primero, “guerrero de la Independencia”, como lo nombra su placa, está llena basura.
No hay objetos que hayan pertenecido a los jesuitas y los carteles indicadores son apenas unas láminas oscurecidas por el tiempo. De no ser por la siempre bien predispuesta guía y casera del lugar, Norma Contreras, nada se entendería de aquellos vestigios mudos y apuntalados porque parecen a punto de caerse. De todos modos, el delegado en Tucumán de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos, Ricardo Salim, asegura que “no hay riesgo de derrumbe”. Aunque recibe turistas todo el año, no hay agua para los sanitarios. Sin embargo, cuando llueve, el coro, que está clausurado, se inunda. En un rincón, sin que medien indicaciones, hay un rectángulo sin piso que muestra los cimientos originales de la iglesia.
La Provincia y la Nación han presentado un proyecto para su puesta en valor, que incluye el cambio de nombre del predio. Quieren que dejen de ser las “ruinas” para convertirse en las “misiones” jesuitas de San José de Lules. Pero hay otro problema: la comunidad de frailes dominicos, a quienes pertenece el predio, insiste en que no se trata de misiones ni de ruinas jesuíticas, porque según dicen, lo que todavía está en pie fue levantado por los dominicos, eso sí, sobre cimientos de construcciones jesuíticas.
Punto de vista - Teresa Piossek Prebisch (Miembro correspondiente de la Academia Nacional de la Historia - Presidente de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán)
La admirable Compañía de Jesús
Lo que más admiro al estudiar la acción de la Compañía de Jesús es el alto nivel cultural de sus miembros y su eficiencia en lo que emprendían, cualidades de las que fue paradigma el misionero filólogo P. Alonso Barzana, integrante del primer grupo de jesuitas que llegó al antiguo Tucumán, en 1585.
Había estudiado Filosofía, Teología, Trivium y Cuadrivium en la Universidad de Baeza, y poseía un notable don de lenguas. Cuando sus superiores lo destinaron al Perú, aprendió quichua, el idioma del imperio incaico, lo que marcó su iniciación como experto en lenguas aborígenes. Esto lo llevó a realizar una labor cultural singularmente valiosa pues, mientras recorría tierras peruanas, tucumanas, santiagueñas o chaqueñas evangelizando y enseñando normas de buen vivir a los indígenas, recogió sus lenguas en obras que él titulaba Arte y Vocabulario -gramática y diccionario-, entre ellas del aimara, puquina, kakán, tonocoté, toba, guaraní, querandí. Se conservan siete de estas obras, aunque se calcula que escribió nueve más, hoy lamentablemente perdidas. Simultáneamente Barzana consignó datos sobre costumbres, vestimenta, rituales de las comunidades que conoció, lo que constituye un panorama antropológico fundamental para el estudio del pasado argentino. Fue uno de los más interesantes personajes de nuestra historia colonial.
Mañana, día del cumpleaños número 77 del papa Francisco, que también es jesuita, se oficiará una misa en la histórica capilla San José de Lules. La presidirá el arzobispo, monseñor Alfredo Horacio Zecca a las 9.30, a la vez que se recordará la llegada de los jesuitas y su tarea social y evangelizadora en estas tierras. Después, autoridades del Ente de Turismo y de la municipalidad de Lules presentarán un proyecto de mejora de la infraestructura turística del lugar.
En la estancia de Lules, los jesuitas tenían sus talleres de artes manuales, como carpintería y herrería y una escuela de primeras letras. Además tenían un cañaveral y un trapiche donde fabricaban azúcar para consumo interno. En la herrería producían espuelas, frenos y herramientas. Hasta poseían una fábrica de sombreros y en la carpintería se construían carretas, carretones y carretillas que tanta fama dieron a Tucumán en los siglos XVII, XVIII y XIX, cuenta en su “Síntesis de la Historia de las ruinas de San José de Lules” Roberto Zavalía Matienzo, director del Archivo Histórico de la Provincia.
A fines del siglo XIX, la capilla fue reconstruida por los dominicos sobre los primitivos cimientos de los jesuitas.
El predio tiene un enorme valor histórico. En 1944 la capilla de San José de Lules fue declarada monumento histórico nacional. En ella están enterrados el ex gobernador Alejandro Heredia y el guerrero Crisóstomo Álvarez. Sin embargo, el aspecto de las ruinas es tristísimo. La tumba del primero, “guerrero de la Independencia”, como lo nombra su placa, está llena basura.
No hay objetos que hayan pertenecido a los jesuitas y los carteles indicadores son apenas unas láminas oscurecidas por el tiempo. De no ser por la siempre bien predispuesta guía y casera del lugar, Norma Contreras, nada se entendería de aquellos vestigios mudos y apuntalados porque parecen a punto de caerse. De todos modos, el delegado en Tucumán de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos, Ricardo Salim, asegura que “no hay riesgo de derrumbe”. Aunque recibe turistas todo el año, no hay agua para los sanitarios. Sin embargo, cuando llueve, el coro, que está clausurado, se inunda. En un rincón, sin que medien indicaciones, hay un rectángulo sin piso que muestra los cimientos originales de la iglesia.
La Provincia y la Nación han presentado un proyecto para su puesta en valor, que incluye el cambio de nombre del predio. Quieren que dejen de ser las “ruinas” para convertirse en las “misiones” jesuitas de San José de Lules. Pero hay otro problema: la comunidad de frailes dominicos, a quienes pertenece el predio, insiste en que no se trata de misiones ni de ruinas jesuíticas, porque según dicen, lo que todavía está en pie fue levantado por los dominicos, eso sí, sobre cimientos de construcciones jesuíticas.
Punto de vista - Teresa Piossek Prebisch (Miembro correspondiente de la Academia Nacional de la Historia - Presidente de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán)
La admirable Compañía de Jesús
Lo que más admiro al estudiar la acción de la Compañía de Jesús es el alto nivel cultural de sus miembros y su eficiencia en lo que emprendían, cualidades de las que fue paradigma el misionero filólogo P. Alonso Barzana, integrante del primer grupo de jesuitas que llegó al antiguo Tucumán, en 1585.
Había estudiado Filosofía, Teología, Trivium y Cuadrivium en la Universidad de Baeza, y poseía un notable don de lenguas. Cuando sus superiores lo destinaron al Perú, aprendió quichua, el idioma del imperio incaico, lo que marcó su iniciación como experto en lenguas aborígenes. Esto lo llevó a realizar una labor cultural singularmente valiosa pues, mientras recorría tierras peruanas, tucumanas, santiagueñas o chaqueñas evangelizando y enseñando normas de buen vivir a los indígenas, recogió sus lenguas en obras que él titulaba Arte y Vocabulario -gramática y diccionario-, entre ellas del aimara, puquina, kakán, tonocoté, toba, guaraní, querandí. Se conservan siete de estas obras, aunque se calcula que escribió nueve más, hoy lamentablemente perdidas. Simultáneamente Barzana consignó datos sobre costumbres, vestimenta, rituales de las comunidades que conoció, lo que constituye un panorama antropológico fundamental para el estudio del pasado argentino. Fue uno de los más interesantes personajes de nuestra historia colonial.
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