19 Octubre 2013
TRIPULACIÓN. Terry Converse, Michael Yatsko y Carlos Detres, en cabina.
Botoneras hasta en el techo, palancas y pantallas, tres asientos mullidos, pero angostos. En la cabina del Boeing 747 todo está a mano. No hay espacio para desplazarse, salvo hacia la puerta. Sin embargo, eso es suficiente para manejar una de las naves más grandes del mundo. Un avión mítico. Terry Converse, uno de sus pilotos lo sabía y por eso accedió a ofrecer una especie de "city tour" para LA GACETA. Es miembro de la Fuerza Aérea norteamericana y piloto comercial.
Ya le habían comentado el revuelo que causaría la llegada de esa mole voladora de dos pisos y 74 metros de largo, por eso no estaba sorprendido. La de ayer fue la primera vez que uno de estos aterrizó en la provincia; lo volverá a hacer el 31 de octubre. Arriba estaban sus otros dos compañeros de tripulación: Carlos Detres y Michael Yatsko.
En el segundo piso, además de la cabina, está el baño y la cocina con café, frutas y unos snacks. Le sigue una fila de dos asientos como de pasajeros y una puerta que lleva a dos habitaciones para dormir por turnos. "Aquí no hay azafatas, nosotros nos ponemos los delantales y servimos", bromeó Detres, en un caribeño spanglish. Tampoco está la clásica escalera caracol que comunica el bar con la primera clase, contó. Esto es porque se trata de un avión de carga. Todo el primer piso es como un gran tinglado con rieles por los que corren y se acomodan los pallets. Ayer los pasajeros eran 100 toneladas de arándonos frescos (de Tucumán y Salta) con destino a Miami y Los Ángeles.
"No es el aeropuerto más chico en el que aterrizamos -explicó Converse- también lo hicimos en Manaos y Curitiba", dijo y eso cayó como un consuelo.
Minutos antes, el jefe del aeropuerto, Marcelo Persia, había contado que fueron dos meses intensos los que necesitaron para cumplir con todos los requisitos que exige la llegada de un avión así: estudios para el peso y la movilidad, los mejores horarios para operar, entre otras cosas. A las 9.40 hizo el primer contacto con la torre de control del aeropuerto Benjamín Matienzo, contó uno de los controladores, Jaime Ballivian, y desde ahí les fueron informando en inglés las condiciones para el descenso. Minutos antes de las 10 de la mañana ya había aparecido en el cielo tucumano y cerca de las 10.15 tocó la pista.
Los curiosos que se acercaron hasta las rejas no podían más de la emoción. Mario se había escapado del trabajo y confesaba que no estaba arrepentido porque había logrado registrar un momento único. "¡Es el avión de las películas!". Juan Eduardo, de 4 años, y Juan David, de 7, estaban con su abuela. Los chicos, fascinados, le hicieron prometer que los llevaría de vacaciones en uno de esos.
Como marca la tradición, un chorro de agua del camión de bomberos mojó toda la nave a modo de bautismo. "Se lo hace cada vez que un avión llega por primera vez", explicó Persia. También se lo hace antes que despegue el primer vuelo con arándanos, agregó Fernando Martorell, del área de Promoción de Exportaciones del IDEP y el coordinador de la campaña de arándanos. Después del aterrizaje, ese fue uno de los momentos más emocionantes. Los que habían podido subir a la terraza estaban como locos sacando fotos.
Unos minutos antes, el avión había sido remolcado por un paymover (camión) hasta la plataforma central donde se estaba comenzado a preaprar la carga. Por sus caracterítiscas no puede circular por la pista encendido. Dos horas y media tenían los operarios para subir las 100 toneladas de fruta; luego la nave partiría a EEUU, previa pasada por Iquique para cargar más combustible. Fue una visita relámpago que pasará a la historia.
Ya le habían comentado el revuelo que causaría la llegada de esa mole voladora de dos pisos y 74 metros de largo, por eso no estaba sorprendido. La de ayer fue la primera vez que uno de estos aterrizó en la provincia; lo volverá a hacer el 31 de octubre. Arriba estaban sus otros dos compañeros de tripulación: Carlos Detres y Michael Yatsko.
En el segundo piso, además de la cabina, está el baño y la cocina con café, frutas y unos snacks. Le sigue una fila de dos asientos como de pasajeros y una puerta que lleva a dos habitaciones para dormir por turnos. "Aquí no hay azafatas, nosotros nos ponemos los delantales y servimos", bromeó Detres, en un caribeño spanglish. Tampoco está la clásica escalera caracol que comunica el bar con la primera clase, contó. Esto es porque se trata de un avión de carga. Todo el primer piso es como un gran tinglado con rieles por los que corren y se acomodan los pallets. Ayer los pasajeros eran 100 toneladas de arándonos frescos (de Tucumán y Salta) con destino a Miami y Los Ángeles.
"No es el aeropuerto más chico en el que aterrizamos -explicó Converse- también lo hicimos en Manaos y Curitiba", dijo y eso cayó como un consuelo.
Minutos antes, el jefe del aeropuerto, Marcelo Persia, había contado que fueron dos meses intensos los que necesitaron para cumplir con todos los requisitos que exige la llegada de un avión así: estudios para el peso y la movilidad, los mejores horarios para operar, entre otras cosas. A las 9.40 hizo el primer contacto con la torre de control del aeropuerto Benjamín Matienzo, contó uno de los controladores, Jaime Ballivian, y desde ahí les fueron informando en inglés las condiciones para el descenso. Minutos antes de las 10 de la mañana ya había aparecido en el cielo tucumano y cerca de las 10.15 tocó la pista.
Los curiosos que se acercaron hasta las rejas no podían más de la emoción. Mario se había escapado del trabajo y confesaba que no estaba arrepentido porque había logrado registrar un momento único. "¡Es el avión de las películas!". Juan Eduardo, de 4 años, y Juan David, de 7, estaban con su abuela. Los chicos, fascinados, le hicieron prometer que los llevaría de vacaciones en uno de esos.
Como marca la tradición, un chorro de agua del camión de bomberos mojó toda la nave a modo de bautismo. "Se lo hace cada vez que un avión llega por primera vez", explicó Persia. También se lo hace antes que despegue el primer vuelo con arándanos, agregó Fernando Martorell, del área de Promoción de Exportaciones del IDEP y el coordinador de la campaña de arándanos. Después del aterrizaje, ese fue uno de los momentos más emocionantes. Los que habían podido subir a la terraza estaban como locos sacando fotos.
Unos minutos antes, el avión había sido remolcado por un paymover (camión) hasta la plataforma central donde se estaba comenzado a preaprar la carga. Por sus caracterítiscas no puede circular por la pista encendido. Dos horas y media tenían los operarios para subir las 100 toneladas de fruta; luego la nave partiría a EEUU, previa pasada por Iquique para cargar más combustible. Fue una visita relámpago que pasará a la historia.
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