08 Junio 2013
"Despues de la tierra": más allá de la frontera del miedo
Cypher Raige es un estricto comandante que encara una misión acompañado por su hijo Kitai, un cadete cuya carrera está al borde del fracaso. Su nave se estrella en la Tierra, ya inhabitable para los humanos; Kitai deberá emprender una peligrosa travesía para salvar su propia vida y rescatar a su padre, gravemente herido en la caída de la nave.
M. Night Shyamalan había hecho un par de ensayos intrascendentes hasta que logró despertar enormes expectativas con su largometraje "Sexto sentido" (1999); con éste, además de proponer una buena dosis de suspenso e intriga, desató intensos debates y acaloradas polémicas entre los espectadores. La posterior filmografía del realizador, con títulos que van desde "El protegido", "Señales" o "La aldea" hasta "El último maestro del aire", no hizo más que confirmar que es un director desparejo, capaz de entretener con narraciones sólidas, dueño de un criterioso manejo de la intriga, pero propenso a caer en obviedades y grandilocuencias que terminan por empañar su tarea.
En este caso, Shyamalan pone todo su oficio al servicio de una historia atractiva pero no del todo redondeada desde el guión: si bien el marco (realizado con excelencia visual y técnica) es un universo futuro en el que la Tierra es inhabitable y los humanos han colonizado un planeta remoto, la historia no es otra cosa que un relato de recomposición de lazos afectivos entre un padre estricto y exitoso y un hijo desesperado por no defraudar las expectativas de su progenitor. En el medio quedan reflexiones filosóficas cercanas a la Cienciología y frases pronunciadas con excesivo peso (y apoyo musical más que obvio) para señalarle al espectador que este es el meollo del mensaje.
Sin embargo, el director logra estructurar un relato interesante y entretenido; sus méritos se potencian porque en realidad, casi en toda la extensión del metraje, la acción está sostenida exclusivamente por el personaje de Kitai, en ese largo viaje por una Tierra llena de peligros en busca de la salvación para él y para su padre. No hay sorpresas: la prueba servirá para sentar las bases de una nueva relación entre el padre y el hijo y, al mismo tiempo, le permitirá al joven vencer sus propios miedos y reconocer en su justa medida tanto sus potencialidades como sus limitaciones. Y como todo esto está contado con buen ritmo y con imágenes atractivas, el entretenimiento está garantizado.
En este caso, Shyamalan pone todo su oficio al servicio de una historia atractiva pero no del todo redondeada desde el guión: si bien el marco (realizado con excelencia visual y técnica) es un universo futuro en el que la Tierra es inhabitable y los humanos han colonizado un planeta remoto, la historia no es otra cosa que un relato de recomposición de lazos afectivos entre un padre estricto y exitoso y un hijo desesperado por no defraudar las expectativas de su progenitor. En el medio quedan reflexiones filosóficas cercanas a la Cienciología y frases pronunciadas con excesivo peso (y apoyo musical más que obvio) para señalarle al espectador que este es el meollo del mensaje.
Sin embargo, el director logra estructurar un relato interesante y entretenido; sus méritos se potencian porque en realidad, casi en toda la extensión del metraje, la acción está sostenida exclusivamente por el personaje de Kitai, en ese largo viaje por una Tierra llena de peligros en busca de la salvación para él y para su padre. No hay sorpresas: la prueba servirá para sentar las bases de una nueva relación entre el padre y el hijo y, al mismo tiempo, le permitirá al joven vencer sus propios miedos y reconocer en su justa medida tanto sus potencialidades como sus limitaciones. Y como todo esto está contado con buen ritmo y con imágenes atractivas, el entretenimiento está garantizado.
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